miércoles, 22 de diciembre de 2010

La fobia al dinero es una vacuna

Estamos cursando una época del año (diciembre de 2010) en el que tradicionalmente aumentan las compras.

En casi todos los países, los asalariados reciben un aguinaldo, que —si ya no fue gastado anticipadamente—, estará destinado en gran parte a comprar objetos de variada índole, adornos, máquinas, alimentos especiales, regalos.

La pasión por adquirir es la misma que la pasión por tener dinero, por enriquecerse, por ahorrar.

Efectivamente, en tanto el dinero es una mercancía (sólo que puede canjearse por cualquier otra), el gusto por comprar y por ganar dinero, son similares, aunque parecerían opuestos porque toda compra implica un desembolso de dinero.

Se puede afirmar que a una mayoría le resulta más difícil hablar de dinero (ingresos, patrimonio, administración, expectativas, ambición, escrúpulos para ganarlo) que de su propia sexualidad.

Esta dificultad para poder hablar de dinero lo convierte en un tema misterioso, tabú, incontrolable.

Las necesidades y deseos en general, suelen tener un límite tangible.

El placer por pasear, divertirse, comer, beber y tener sexo están controlados por nuestro cuerpo que emite señales de saciedad muy ejecutivas, inhibitorias, coactivas.

Ante cualquier exceso, sentimos un desgano que nos obliga a interrumpir la acción.

Sin embargo, con la pasión adquisitiva (de dinero o de objetos), esto nunca ocurre.

El descontrol en los gastos nos provoca problemas de larga duración (escasez, endeudamiento, pérdidas), mientras que la ambición desmedida, parece no tener fin y quien la padece sufre una esclavitud que paradójicamente, otros no comprenden en tanto suele ser motivo de envidia.

En suma: esta falta de control orgánico sobre nuestras necesidades o deseos de adquirir dinero, podemos resolverla con una drástica actitud opuesta, es decir, con una fobia (al dinero) que provocará una pobreza patológica.

La ambición y consumismo descontrolados, generan ansiedad, pánico, miedo. La fobia al dinero, canjea tranquilidad por pobreza.

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Cómo ser famoso y popular

¿Alguna vez se puso a pensar qué significa la existencia de la Era Cristiana?

En mis febriles cavilaciones, he llegado a la conclusión de que si Cristo, un hombre como yo, logró ser tan amado y popular, quiero ser como él.

No pierdo de vista que muchos psicóticos, en pleno delirio místico, saben que son Cristo. Eso es diferente. Ellos tienen transitoriamente borrada la línea que separa una aspiración de una convicción.

En mi caso, sólo anhelo poseer tanta grandeza, aunque si no lo logro, me conformaré con algo menos.

Si bien estos párrafos parecen humorísticos, tienen mucho de verdad. La excepción está hecha en que me permito poner por escrito algo que anida en el corazón de casi todos los seres humanos, hombres y mujeres.

Dicho en otras palabras, todos deseamos ser infinitamente amados, protegidos, mimados, respetados, reverenciados, ad-mirados.

Este deseo que sólo opera en la clandestinidad de nuestro inconsciente, es la piedra fundamental de la filosofía que nos alcanza a casi todos los occidentales, seamos o no creyentes en Dios y en Cristo.

Retomo el principio para decir: si usted y yo vivimos en la Era Cristiana (estamos próximos a finalizar el año 2010 d.C. [después de Cristo]), deducimos que la historia de la humanidad tiene un antes y un después del nacimiento de este increíble personaje, al que secretamente desearíamos parecernos.

Como inconscientemente desearíamos tener su fama y popularidad, también inconscientemente podemos intentar parecernos a él: en sus actitudes, en su pensamiento, en su estilo de vida.

Observemos por ejemplo que él hizo todo el bien que pudo pero lo acusaron y condenaron a morir injustamente. Por eso algunos desean y logran ser víctimas de la injusticia.

Observemos por ejemplo, que él pregonaba la pobreza y era pobre. Por eso algunos desean y logran ser pobres.

Nota: La imagen muestra al Presidente de Ecuador, Rafael Correa (2010).

Artículos vinculados:

Odiar es un placer costoso
Los catorce pecados capitales
«Si no me compras, eres un anormal»

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Odiar es un placer costoso

Odiar, criticar y despreciar, es hermoso. Sin embargo, es desagradable reconocerlo.

Es feo decir que rechazamos a otros semejantes; es elegante mostrarse amoroso, comprensivo y capaz de perdonar.

Mentir la edad, disimular la ignorancia y ocultar nuestras características impopulares, es lo más habitual.

Como nuestros grupos de pertenencia (familia, amigos, compañeros de trabajo), comparten nuestro menú de falsedades, engaños y trampas, pasamos desapercibidos y quedamos convencidos de que somos grandes personas, honestas, inteligentes, habilidosas, responsables.

Por lo tanto, para poder conciliar lo hermoso pero mezquino, con lo aceptable aunque falso, nos unimos en cofradías, partidos políticos, religiones, logias, sindicatos, para suponer que nuestras carencias no son tales, sino que son normales.

Existen muchas agrupaciones que tienen como un elemento en común, criticar, censurar y condenar a los ricos.

El cristianismo ha trabajado duramente por siglos para que este odio de clase no se deteriore, no se estropee, no pierda agresividad.

Aunque parezca descabellado, el nazismo generó odio contra los judíos sólo para perfeccionar la cohesión entre los seguidores de aquella doctrina.

Es habitual que los partidos de izquierda digan pestes de Estados Unidos, fundamentalmente para fortalecer la cohesión entre los adherentes a lo que suelen llamar progresismo.

Este estilo de vida (mentir, criticar, acusar), como toda solución, placer o deporte, tiene su precio.

Cuando utilizamos el odio colectivo a los ricos (famosos, exitosos, con buena calidad de vida) como procedimiento para sentirnos más unidos a nuestro grupo de pertenencia, debemos saber que simultáneamente nos estamos prohibiendo mejorar nuestras condiciones de vida (comprarnos un auto, viajar, estudiar o cualquier otro tipo de progreso que hayamos criticado).

En suma: si bien es placentero juntarnos con nuestros amigos para reprobar a los que viven mejor, sepamos que implícitamente estamos jurando no igualarnos a los que viven mejor, es decir: «escupimos para arriba».

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Adular no tiene precio (es des-preciable)

En varios artículos anteriores (1) hice referencia a nuestra necesidad de ser amados, fundamentalmente porque somos tan vulnerables, que si algún adulto no nos cuida cuando somos pequeños, perecemos.

Sin embargo, cuando crecemos, podemos llegar a la conclusión de que no somos tan vulnerables y que, inclusive, hasta podemos hacernos cargo de cuidar a otros (por ejemplo, a nuestros propios hijos).

Este desarrollo no cancela nuestra necesidad de los demás. Nunca llegamos a ser plenamente autosuficientes.

El instinto gregario, el deseo de estar integrados a una familia, una institución o cualquier otro grupo, obedece a que los humanos no podemos ser plenamente independientes, autónomos, autosuficientes.

Esta condición nos obliga a negociar con otros, a obedecer normas, costumbres y hasta caprichos de personas que detentan mayor poder que nosotros y lo ejercen (policías, profesores, gobernantes).

Cuando en una negociación llega el momento en que tenemos que ceder, permitir, obedecer, es probable que busquemos la manera de eludir esas concesiones, pagos, resignaciones.

Las figuras de autoridad en la sociedad que integramos, tienen más poder, son envidiables, parecen detentar la potestad de beneficiarnos o perjudicarnos a su antojo.

Este conjunto de sentimientos (miedo, envidia, amor) que nos inspiran los depositarios del poder, nos impide tener con ellos un vínculo sano, honesto, productivo.

Cuando nuestro miedo hacia el conciudadano más poderoso, se presenta bajo la forma de amor, admiración, obsecuencia, respeto, aprobación incondicional, adulonería, nos perjudicamos ambos de distinta forma.

Es casi una constante que los más perjudicados sean los más débiles y debemos concordar que sentir miedo hacia un semejante nos pone en una situación desventajosa.

Cuando adulamos, simulamos admiración y tratamos de creer que lo que sentimos es amor hacia el poderoso, somos los débiles y por lo tanto los perjudicados.

El autoengaño es tóxico, desmoralizante, debilitante, empobrecedor, no presagia nada bueno.

(1) El hortelano del perro
El instinto gregario y la pobreza
Ser o tener, esa es la cuestión
Te ruego que me respetes
Dimes con quién andas y sabré tu patrimonio
El tráfico de carencias

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La celulitis en las fantasías inconscientes

Las fantasías más influyentes en nuestra conducta, son las inconscientes.

Sobre estas, sólo tenemos hipótesis, teorías, suposiciones.

Sin embargo, este no es un motivo suficiente para descalificarlas, porque cuando partimos de la base de que son ciertas (como hipótesis de trabajo en un proceso terapéutico), notamos que su explicitación produce efectos de cambio.

En otras palabras, algunas fantasías inconscientes parecen muy descabelladas, pero cuando el paciente se entera de que esas ideas disparatadas podrían estar en su mente, luego de descreer de ellas, notamos que los síntomas penosos que lo trajeron a la consulta comienzan a remitir, que la calidad de vida mejora, que ahora le interesan otros asuntos y que sigue afirmando que aquella hipótesis alocada no tiene ninguna relación con estas conquistas.

A modo de ejemplo, compartiré una fantasía inconsciente.

Antes aclaro, que una fantasía consciente es —por ejemplo— la de sacar la lotería para comprarnos una casa, operarnos los senos, provocarle envidia a nuestra cuñada.

Una fantasía inconsciente es la que tienen algunas mujeres (repito: sin saberlo).

Ellas imaginan una relación sexual con tres hombres.

Uno la penetra vaginalmente, otro la penetra analmente y al tercero, ella le practica una fellatio, bebiéndose el semen de la eyaculación.

La lógica (disparatada, pero muy humana) de esta fantasía es la siguiente:

— Quien la penetra vaginalmente, es un hombre muy amado como podría ser su padre, un ídolo de ficción, Dios o cualquier otro que le fecunde un hijo maravilloso;

— Quien la penetra analmente, es un hombre cuyas características están muy próximas a lo animal. Probablemente sea de raza negra, con un pene de grandes proporciones, de actitud impulsiva, bestial;

— Quien le entrega su pene para que lo excite con la boca, es alguien que posee valores que ella desearía incorporar (fuerza, poder, liderazgo, salud, resistencia, sin celulitis).

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viernes, 1 de octubre de 2010

Gente que ladra, no muerde

Me animaría a decir que casi la totalidad de los valiosos beneficios que podemos recibir de un tratamiento psicoanalítico, se sintetizan en:

1º) «Conócete a tí mismo»; y

2º) «Perro que ladra no muerde».

Sobre la recomendación milenaria («Conócete a ti mismo»), he compartido con ustedes algunos comentarios en un par de artículos ya publicados (1).

Saber conducir un vehículo es esencial para sacar los mejores resultados en el tránsito, para pasear o para ganar dinero.

Hasta los lectores más apasionados, coinciden en afirmar que no existe nada más aburrido que leer los manuales instructivos de los diversos aparatos que facilitan nuestra vida.

Son tan insoportables, que la mayoría no los lee y se pierden algunas prestaciones por las que pagaron al comprarlo.

El psicoanálisis es un manual instructivo nada menos que sobre nosotros mismos.

No conocernos por no leer nuestro manual (psicoanalizarnos), implica desconocer y no desarrollar valiosas habilidades, tales como: creatividad, memoria, humor, capacidad artística, audacia, ambición, razonamiento, etc., etc.

No es menor la ayuda que nos provee el psicoanálisis para que se cumpla en nosotros el refrán que dice «perro que ladra, no muerde».

Nuestras emociones básicas (amor, odio, deseo sexual, furia, venganza, envidia y otras), necesitan satisfacerse o padeceremos el intenso malestar que provoca la frustración.

Es angustiante no poder vengarnos de quien nos perjudicó, es frustrante no poder unirnos para siempre con esa persona que cada vez ocupa mayor espacio en nuestros pensamientos, hasta podemos conseguirnos alguna enfermedad psicosomática.

El psicoanálisis nos permite procesar todas esas frustraciones de tal forma que, sólo actuaremos cuando sepamos cómo, cuándo y dónde hacerlo, mientras que las demás acciones, quedarán eficazmente sustituidas por su expresión verbal (desahogarse, simbolizar, catarsis).

Hablar y ser escuchados, nos permite procesar (elaborar) los duelos, salvándonos de actuar impulsivamente.

(1) Si es inteligente, se cree tonto
Mariposas en el estómago

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La luna está en el dedo

Es común que alguien se divierta cuando oye o recuerda aquello que dice: «El inteligente mira la luna cuando se la señalan, pero el idiota mira el dedo».

La situación que permite imaginar este diagnóstico tan sumario, es clara por demás.

Sin embargo, existen otras situaciones que pertenecen a la misma categoría, que no son tan obvias y que se convierten en verdaderas trampas para quienes antes se burlaban maliciosamente del incapaz.

Por ejemplo: Con su mejor buena voluntad, usted le cuenta a un amigo sobre un hecho ocurrido.

Su amigo, en vez de prestar atención al hecho que usted le cuenta, le pregunta «¿De dónde obtuviste esa información?»

En vez de mirar lo señalado (la luna, el hecho narrado), mira lo que señala (el dedo, la fuente de la noticia).

Queda definitivamente disimulado el impulso del idiota, cuando el autor pone en su libro la bibliografía que dice haber consultado para escribir el texto.

Se supone que todo libro que contenga información (teorías, datos, referencias), debe incluir la procedencia, para que los idiotas que quieran hacerlo, miren el dedo que señala la luna, y consulten, ratifiquen, confirmen.

Claro que los lectores no son tan exigentes como para tomarse ese trabajo. Dan por sentado que lo leído, interpretado y redactado por el autor, está bien.

En todo caso, le darán un vistazo a elementos tales como la cantidad de obras citadas, para evaluar la cultura del escritor.

Algo que aumenta mucho el prestigio, es incluir obras en otros idiomas, con sus títulos sin traducir.

La idea es que, cuanto menos entienda el lector, mayor será el prestigio del autor. Esto inflamará la envidia del lector quien, impulsado por este sentimiento, terminará admirando, respetando y recomendando a otros que compren el libro... para demostrarles que no es envidioso.

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Ellas consiguen tener un pene

Nadie sabe exactamente qué desea. Sólo sentimos atracciones y rechazos inespecíficos.

Cuando oigo el discurso de mis colegas, siento que nuestra actitud es casi religiosa respecto a nuestra teoría.

Me preocupa mucho observar cuánta energía le asignamos a descubrir qué pensaron Freud, Lacan, Melanie Klein, o quien se haya convertido en referente.

Claro que lo único importante son los resultados.

Si nuestros pacientes se benefician con nuestras ideas, opiniones e interpretaciones, entonces la teoría (dogma, doctrina, credo), queda justificada.

En nuestra cultura (y quizá en nuestra especie), el pene tiene una importancia particular.

Aunque a mí me conviene, reconozco que está sobre-valuado.

Más aún, si el pene es tan valioso es porque, además de demandarlo las mujeres (como parece lógico por razones de complementariedad genital), también lo demandamos los varones.

A su vez, si la vagina y los senos no son tan valorados como el pene, es porque

— ellas no se postulan como demandantes (lo cual es lógico porque la mayoría no son lesbianas); pero además

— ellos tampoco son fuertes demandantes.

Todo esto me lleva a la (para mí) triste conclusión, según la cual una mayoría de varones prefiere (desea, demanda, busca) más un pene que una vagina.

Pero esta no fue más que una digresión.

Lo que quería comentar con ustedes es que la mayoría de las mujeres gustarían tener un pene.

Por eso las excita sexualmente provocar en un varón el deseo de penetrarlas, para gozar teniendo un pene en el cuerpo.

El acto sexual es para ellas una escena en la que un varón les deja dentro del cuerpo el pene que deseaban tener. La pérdida de tamaño posterior a la eyaculación, corrobora esta fantasía.

Luego, agradecidas, desean mimar al donante y ofrecerle algo de comer (algunas veces [y cada vez menos], hecho por ellas).

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Sigamos apostando con amor

En Uruguay circula una noticia (2010) que tiene todas las características de una leyenda urbana: un modesto obrero de la construcción, ganó dos millones de dólares en un sorteo, pero prefiere mantenerse en el anonimato.

Como le comentaba en otro artículo (1), esta noticia es verosímil y deseable.

Sin embargo, es probable que la noticia sea falsa.

Quizá la verdad sea

— que los organizadores del sorteo se quedaron con la fortuna;

— que lo haya ganado una sola persona muy rica;

— que lo tenga un extranjero;

— o un empresario que se lleva mal con sus trabajadores;

— un proxeneta;

— alguien muy endeudado pero que no piensa pagarle a nadie porque eso es lo que siempre quiso, tuviera o no dinero.

Lo llamativo es que las noticias que circulan, nunca son de esta índole.

En general, los grandes premios parecen responder a una justicia ideal, bondadosa, que gratifica milagrosamente los valores instalados en nuestra cultura.

Los grandes ganadores son gente buena, digna, discreta, trabajadora, que declara compartir los sueños que tenemos la mayoría, que seguirá trabajando como hasta ahora, que hará donaciones y regalos generosos.

Suelen confesar algún sentimiento según el cual, «ser millonario no es para tanto», aplacando así nuestra envidia.

Pienso que estas noticias no son tales sino que se trata de publicity.

Defino este vocablo como la práctica de crear y difundir información (noticias,) favorable a ciertos intereses empresariales, para que otros medios la amplifiquen gratuitamente.

Las empresas dedicadas a organizar sorteos, detentan el monopolio de saber quiénes son los ganadores (porque vendrán a cobrarlo).

El momento del pago es propicio para que los ganadores autoricen emitir cualquier rumor (información, noticia) que no los perjudique, aunque sí beneficie a quienes les están entregando el gran premio.

A partir de ahí, el engaño-publicitario lo hacemos funcionar los propios destinatarios.

(1) «Barack Obama tiene un pasado oscuro»

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El amor fuerte como el aire

Porque nacemos con una vulnerabilidad máxima, tanto mamá, como los otros adultos y hasta el propio niño, todos luchan para que la unión protectora sea efectiva, máxima, infalible.

Con uno o dos años de edad, todos necesitamos asistentes, ambientes sin peligros, protección.

El recién nacido posee —como una de sus defensas—, el sentimiento de posesión por su madre y demás personas u objetos aseguradores.

Esa actitud posesiva forma parte de las defensas naturales con las que contamos para llegar a adultos.

Los celos, la envidia y el amor posesivo, son hasta los 5 ó 6 años, los sentimientos mejor adaptados a nuestras necesidades para esa etapa del desarrollo.

Si todo funcionara bien, a partir de esta edad, comenzamos a darnos cuenta que nuestros hermanitos más chicos necesitan toda la atención, que nuestros padres tienen otras ocupaciones, intereses y deseos que se agregan a la atención que pueden prestarnos.

Si todo NO funciona bien, entonces el amor posesivo (celos y envidia) continúa.

Para que NO funcione bien,

— puede ocurrir que tengamos una salud muy frágil, que requiera la atención dedicada de nuestros adultos por más tiempo;

— puede ocurrir que nuestros padres no se quieran tanto entre ellos y que se aferren a nuestro amor, como si nuestra vulnerabilidad continuara;

— puede ocurrir que nuestros adultos continúen siendo posesivos, celosos y envidiosos como cuando eran niños pequeños;

— … u otros infortunios por el estilo.

Si todo funcionara bien, podemos desarrollar el llamado «amor evanescente», con el cual amamos a los demás, pero sin convertirlos en nuestros esclavos, sin quitarles libertad, sin celarlos ni envidiarlos, sin pretender controlar sus vidas.

De forma similar y si todo funciona bien, podremos ser buenos receptores de «amor evanescente», esto es, del amor que no pretenda sojuzgarnos, quitarnos libertad, abusarnos, utilizarnos, depredarnos, empobrecernos, volvernos mediocres, dependientes, infantiles.

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Un trozo de PBI con Coca-Cola

En la convivencia con otros niños, aprendemos que la torta hay que repartirla bien para que nadie salga perjudicado.

También aprendemos con otros niños, que en los juegos, si alguien gana, alguien pierde.

Otra dura lección tomada en la infancia la recibimos cuando nos damos cuenta que los compañeros más fuertes abusan de los más débiles.

Con estos grandes conceptos (que si alguien gana otro pierde y que no faltan quienes quieran perjudicarnos), llegamos a la vida adulta.

A nivel de economía de mayor tamaño (macro-economía), las cosas son algo diferentes.

En algún momento de nuestras vidas, nos enteramos que el PBI es la suma de la producción de bienes y servicios que se realizan en un país durante un cierto período de tiempo.

También averiguamos que cuando los políticos y medios de comunicación hablan de la torta, están usando una metáfora para referirse al PBI.

Como esto nos remite a lo aprendido en la infancia, suponemos que si alguien se lleva un pedazo más grande del PBI-torta, otro tendrá que conformarse con menos.

A mediano o largo plazo, el PBI siempre crece, y se padece una recesión durante los breves (aunque penosos) períodos en los que el PBI decrece.

El PBI (torta) siempre crece gracias a las ganancias por lo que vendemos a otros países, por las ganancias que genera el consumo entre nosotros (interno) y por las inversiones destinadas a generar mano de obra nacional.

Por otro lado, la convicción de que los poderosos siempre abusan de los débiles, se mantiene por muchas razones.

— Nos gusta pensar que los demás son malos y que nosotros somos buenos;
— Nos gusta creernos eternamente niños o jóvenes (por coquetería y romanticismo);
—Nos alivia descalificar a quienes consiguen y conservan más privilegios que nosotros.

Conclusión: Las nociones infantiles, en la adultez confunden.

Artículo vinculado:

¿Quién tiene lo que me falta?

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martes, 31 de agosto de 2010

Los muertos son envidiosos y vengativos

La mayoría de nosotros cree en lo que llamamos dualismo cartesiano, esto es, que los seres humanos estamos conformados por una parte física y tangible (el cuerpo) y otra inmaterial e intangible (el espíritu).

Esta idea está en franco declive ante otra visión según la cual, somos sólo materia aunque nuestros cinco sentidos no han podido encontrar el soporte anatómico de la creatividad, las ideas religiosas, el sentido del humor y otras características de nuestra especie.

Suponemos que esas funciones se generan en el cerebro, por la acción de neuronas, hormonas, neurotrasmisores, pero no se descarta que se originen en otros órganos como podrían ser el hígado, en algún ganglio linfático o el sistema óseo.

La envidia y la sed de venganza, son reacciones afectivas propias de nuestra especie.

Suponemos además (con gran convicción), que los demás piensan, sienten y reaccionan igual que nosotros.

O sea, lo que creemos que somos, es una referencia privilegiada para evaluar, comprender y juzgar a los demás.

¿Cuántos de nosotros nos animaríamos a pasear por un cementerio en la oscuridad de la noche?

¡Conmigo no cuenten! Aún siento escalofríos cuando miro el excelente video-clip de Michael Jackson, titulado Thriller (imagen),

El miedo (horror) a los muertos, tiene su origen en nuestra envidia y deseos de venganza.

Los muertos son una verdadera amenaza para los que seguimos vivos porque ellos —seguramente—, están furiosos porque perdieron la vida que nosotros conservamos.

Nos ponemos en su lugar y sabemos que atacaríamos a cualquiera que poseyera lo que ellos han perdido.

El miedo a los muertos, no es otra cosa que nuestra propia envidia e intención vengativa, que sentimos cuando otros disfrutan de algo que necesitamos, deseamos y no poseemos.

¡Qué tontos son quienes se hacen los inteligentes diciendo que «el cementerio es el lugar más seguro»!

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«Eres mía, aunque aún no me conoces»

En otro artículo (1) les decía que si ponemos un trozo de carne de vaca debajo de nuestra piel, seguramente nuestro sistema inmunógeno rechazará esas moléculas extrañas, de un tejido diferente al propio. Pero si esa carne la comemos y digerimos, entonces las moléculas que antes eran de vaca, se convertirán en moléculas humanas sin que nuestro cuerpo las rechace como al injerto.

Conocer, es un fenómeno muy parecido a comer. Comprender es algo muy parecido a digerir (2).

Lo que no entendemos, lo olvidamos y no se incorpora a nuestros conocimientos. Para poder entender, tiene que haber un proceso de transformación, de nuestra mente y del concepto que queremos agregar a lo que ya sabemos.

Las técnicas pedagógicas, facilitan la digestión de los nuevos conocimientos, para que estos puedan incorporarse al saber del alumno.

Por lo tanto, cuando algo que vemos u oímos nos resulta familiar, lo percibimos como agradable y por lo tanto, como si nos perteneciera.

Dicho de otra forma:

1) El narcisismo, es el sentimiento por el que cada uno se ama a sí mismo más que ninguna otra persona o cosa (todos tenemos narcisismo porque de lo contrario, pereceríamos).

2) Amamos (narcisísticamente) todo lo que creemos que es nuestro.

3) «Creemos» significa que tanto considero que es mío esta mano que escribe, como mi hermano más querido, como la Harley Davidson que está en el garaje, como la vecina que, al mirarla y admirarla, «creo» que me pertenece porque está en mi mente, dentro mío, junto a otras personas y objetos que también considero propios.

¿Qué es envidiar bajo este punto de vista?

Envidiar es el sentimiento justiciero, reivindicativo, exigente, por el cual algo o alguien que yo creo que me pertenecen, está en poder de otra persona y no en el mío como creo que corresponde.

(1) Sale con fritas
¿Le parezco sabroso?

(2) Anorexia educativa
Dentadura guardaespalda

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lunes, 9 de agosto de 2010

La eterna historia

La plutofobia es el miedo a la riqueza y la plutofilia, es el amor a la riqueza.

Esto es así porque Pluto era el dios de la agricultura y la riqueza en la mitología griega.

Cuenta esa leyenda que el jefe de los dioses del Olimpo (Zeus), le quitó la vista para que no pudiera elegir a quien beneficiar.

Quitarle la vista al pobre dios de la riqueza, fue la mejor idea que se le ocurrió a Zeus para propiciar lo que aún hoy, no hemos logrado: la distribución equitativa de los bienes del planeta.

Sin embargo, otra versión dice que Zeus, tan envidioso y celoso como si fuera un ser humano, cegó a Pluto porque este tenía más devotos que él.

En la versión del comediante Aristófanes (Pluto, 388 a.C.), se agrega un giro dramático en la historia.

Un piadoso agricultor (Crémilo), condolido por la carencia de Pluto, trató de que este recuperara la vista con un sanador de su confianza.

Cuando Penia (la diosa de la pobreza), se enteró de esto, trató de disuadir al agricultor.

Ella, preocupada porque si todos enriquecían, sería expulsada de la ciudad (Atenas), argumentó que:

— la pobreza, es vivir con lo justo mientras que la miseria es vivir sin nada;
— los hombres se crían mejor en la austeridad que en la abundancia;
— los políticos pobres son honestos y los ricos corruptos.

Finalmente Crémilo logra que Pluto recupere la vista y se quede a vivir en su casa.

Impulsado por el afán de prosperidad, Zeus bajó del Olimpo y también se alojó con el piadoso y enriquecido agricultor.

La comedia termina con todo el pueblo saliendo en procesión, cantando y bailando alegremente.

A pesar de los 25 siglos transcurridos, la obra exhibe situaciones que continúan vigentes … y Penia logró quedarse.

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sábado, 17 de julio de 2010

Denunciar al corrupto es ético y calmante

Tengo que comentarle un asunto que «huele mal».

Todos estamos más o menos en contra de la corrupción.

El tema está en las noticias cuando un funcionario del gobierno comete algún acto de infidelidad hacia las responsabilidades que le fueron encomendadas, generalmente con afán de lucro.

Para definir esta inconducta (delito, infracción, fechoría), hablamos de «coima», «soborno», «cohecho».

Los funcionarios inmorales le hacen daño a la administración pública para la cual trabajan, desprestigiándola ante la ciudadanía y muchas veces interceptando (apropiándose) la recaudación que le corresponde al Estado.

También generan ventajas y desventajas ilegales entre los ciudadanos que cumplen con las normas y los que pueden evitarlas pagando un soborno. En otras palabras, su desempeño provoca injusticias entre ciudadanos que deberían contar con las mismas condiciones.

Sin embargo, quienes confunden «Estado» (conjunto de instituciones permanentes que administran un país) y «Gobierno» (conjunto de personas encargadas de conducir esas instituciones administradoras, durante un cierto período), es probable que estimulen la corrupción de los funcionarios mientras no gobiernen sus candidatos preferidos.

Los opositores al gobierno de turno, apoyan a los funcionarios infieles que dificultan la gestión y deterioran el prestigio.

Sin embargo, la causa de nuestro repudio a estos personajes, es la envidia.

Efectivamente, el funcionario, gobernante, juez, inspector o quien sea que tenga poder vendible, es envidiable.

Cuando el poder es usado en beneficio propio, entonces este personaje se convierte en «corrupto, sobornable y envidiable».

Nuestra fantasía no se anda con chiquitas. Si alguien nos molesta (por ejemplo, provocándonos la dolorosa envidia), lo imaginamos muerto y por lo tanto, pudriéndose, es decir «corrupto».

En suma: cuando decimos que alguien «es corrupto», estamos conjugando en tiempo presente que está muerto, que su cuerpo se degrada, se descompone, se rompe, se corrompe.

Denunciar a un corrupto es ético y calmante.

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martes, 15 de junio de 2010

El flotador de piedra

Los entrenamientos —en cualquier tarea, función o destreza—, generalmente mejoran el desempeño.

Cuando alguien deja de practicar una habilidad y luego la retoma, notará que el rendimiento disminuye.

Las tareas más complejas, más dependientes de la atención, el ejercicio y los reflejos, son las más vulnerables a la falta de práctica.

Volar un avión supersónico de última generación requiere una práctica casi continua, a diferencia de la habilidad para andar en bicicleta.

También parecería ser cierto que la existencia de riesgos y el consiguiente aumento del estrés, disminuye los errores y accidentes.

Un trapecista es más preciso en sus movimientos cuando no se protege de una eventual caída.

En términos generales, esto funciona así.

Por otra parte, quienes viven en zonas geográficas escasamente urbanizadas, lejos de cualquier centro de asistencia médica, tienen mejor desarrollado el instinto de conservación que aquellos otros que cuentan con todas las garantías sanitarias que provee la tecnología.

La forma que tenemos de cuidarnos, no solamente es instintiva, sino que para muchos forma parte de su personalidad, de su identidad.

Algunos gustan identificarse como muy cuidadosos, otros como muy audaces, otros como muy racionales, otros como hipocondríacos, otros como muy ponderados.

Es probable que usted conozca gente que aconseja cosas tan obvias como «¡cuídate!», «¡no te caigas!», «¡no te vayas a enfermar justo ahora!».

La recomendación no resiste ningún análisis. Es sencillamente innecesaria porque el instinto de conservación —perfeccionado durante millones de años—, sabe de sobra cómo cuidarse, cómo tomar precauciones, cómo evitar problemas.

Quienes acostumbran dar estos consejos, podrían razonar de este modo:

1) «Soy más perfecto y debo ayudar a quienes sé que no lo son» (arrogancia);
2) «Reparto un poco de la seguridad que tengo de más» (ilusión);
3) «Deseo que le vaya mal, pero lo disimulo» (envidia);
4) No razonan.

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La búsqueda de lo maternal

El modelo que intentamos replicar inconscientemente los humanos de ambos sexos, es «la maternidad».

Lo que nos dio las primeras sensaciones gratificantes (alimento, abrigo, caricias), se ganó nuestra eterna devoción.

Conscientemente, dedicamos este amor a nuestra madre de carne y hueso, pero en el fondo, amamos «la maternidad», una idea abstracta que representa el conjunto de objetos y situaciones imprescindibles para seguir vivos y pasar bien.

Amamos a nuestro padre, pero por sus cualidades maternales: proveedor, protector, modelo.

Luego tratamos de ser maternales de diferente forma, según nuestro sexo biológico.

Las niñas tratarán de ser madres y de esa manera satisfarán el anhelo sin grandes rodeos.

Los niños tratarán de ser madres pero con todos los rodeos que hagan falta para compensar la carencia del aparato reproductor femenino.

Por eso, los varones somos más visibles, más famosos, más protagonistas, nos peleamos por figurar como los autores, los creadores, los vanguardistas, queremos ser imprescindibles, ganadores.

Las mujeres no compiten en esta lucha por el protagonismo universal porque teniendo uno o varios hijos, logran sin grandes complicaciones, eso que los varones tanto envidiamos.

El protagonismo de los varones es una consecuencia de amar y envidiar «lo maternal», asociado o no con «lo femenino».

En suma: «lo maternal» es una idea, una referencia, una sensación, un sentimiento que condensa lo más útil para retener la vida, es decir, «aquello que calma el hambre, el frío y la soledad».

No debemos confundir «lo maternal» con «lo femenino», «la mujer», «las madres».

«Lo maternal» es una idea, un modelo, lo que todos amamos y queremos replicar para asegurarnos de que inspiraremos en los demás el mismo sentimiento de apego que nos inspira «lo maternal».

Las mujeres lo consiguen simplemente fecundando y los varones lo intentamos (infructuosamente), con proezas, riesgo, fama, heroísmo, poder.

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miércoles, 9 de junio de 2010

Revisar los cálculos

Hay varias formas de tener lo suficiente para vivir dignamente, pero hay muchas más para no tenerlo.

Es más accesible la pobreza que la riqueza. Es más fácil perder un patrimonio que generarlo y conservarlo.

Me animo a decir que estas son verdades ... hasta que se demuestre lo contrario.

Todos los seres humanos nos observamos, miramos, comparamos y hasta vigilamos.

En condiciones normales, intentamos conocer qué pueden otros para intentarlo.

La consigna es: «Si otros pueden, ¿por qué yo no?»

Y acá aparece un detalle que no deberíamos descuidar.

Un proverbio chino dice: “Un hombre rico teme la fama igual que el cerdo teme su propia grasa”.

Estoy de acuerdo con esta idea porque no es prudente publicar lo que tenemos que otros no tienen y es inteligente publicar lo que nos falta que otros tienen.

Nuevamente: esta fórmula me parece verdadera ... hasta que se demuestre lo contrario.

Por lo tanto: en la tarea de observar, mirar, comparar y vigilar, estamos recibiendo una información deliberadamente distorsionada por quien la emite.

Dicho de otra forma: si yo veo que alguien tiene mucho más dinero que la mayoría, tengo que pensar que eso no es cierto, que estoy percibiendo mal, que estoy recibiendo un dato falso, porque no es prudente publicar lo que alguien tiene más que otros.

En suma: quienes publican sus características sobresalientes, o mienten o están cometiendo un error que les hará perder lo que tienen de más.

Cuando recibimos esa información (que alguien es rico), es más sensato pensar que estamos ante alguien que quiere aparentar un poder que en realidad no posee.

Conclusión: no podemos dejar de observarnos y compararnos, pero tampoco podemos olvidarnos de hacer algunos ajustes lógicos en lo que percibimos.

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viernes, 4 de junio de 2010

La pasión de Pedro

Pedro es habilidoso con las manos pero más habilidoso vendiendo. Cuando se enamoró de María, hicieron planes para vivir juntos. Entusiasmado, se puso a pensar cómo ganar dinero para concretar ese proyecto.

Conoció a Luis que se dedicaba a la fabricación manual de esponjas de alambre y se ofreció para venderlas.

En poco tiempo Luis no pudo fabricar todas las esponjas que Pedro vendía y éste recurrió a otro fabricante. Las cosas anduvieron tan bien que tuvo que seguir incorporando más fabricantes de esponjas.

Pedro y María se casaron, la fiesta fue muy sencilla, la luna de miel sólo duró un par de días porque él estaba muy interesado en volver al trabajo.

Nadie sabía que lo que Pedro compraba a $ 1.- lo vendía en $ 4.- Esta enorme diferencia le permitió comprar máquinas para que sus proveedores pudieran entregarle más esponjas por el mismo precio.

Desde que incorporó las máquinas, cada esponja pasó a costarle la mitad pero las seguía vendiendo a $ 4.- Las ganancias de Pedro crecían y crecían, mientras que los fabricantes seguían conformes ganando lo mismo.

Si alguien hubiera enterado a los fabricantes de cuán grandes eran las ganancias de Pedro, aquel estado de conformidad se habría transformado rápidamente en furia. Quizá esa furia los hubiera llevado a no venderle más esponjas a Pedro, aunque esto les significara quedarse sin ingresos.

El cerebro humano es tan deficiente que no es capaz de entenderse a sí mismo.

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jueves, 3 de junio de 2010

Problemas de alcoba

Rafael tiene la costumbre de darme un beso en la comisura de los labios y con eso me despierto.

No con el beso, sino con el olor de su aliento. Similar al de cualquier otro hombre cuando recién se despierta.

Todos los días me hago las mismas preguntas: ¿Qué hago yo acá?, ¿qué hago conviviendo con él?

Así comenzaron todos los aburrimientos anteriores; inclusive con Javier, que tenía todo para ser el amor eterno.

Recuerdo que un día, al despertarme, sentí que su mano, apoyada en mi vientre, me aplastaba.

Me reí cuando la analista me dijo: — ¿Javier se está poniendo pesado?

Se lo comenté a Lorena: — ¡Fíjate, la ocurrencia de la mujer! ¡Confundió el peso de un brazo con lo tedioso que fuera él!

Querría que alguien me informe si es posible la convivencia y qué es eso de la soledad.

Rafael se encarga de hacer las compras para el desayuno, sin protestar, sin reparar en el clima.

Esa costumbre suya me ha convencido de que la primera comida del día, determina el resto de la jornada.

Quizá me esté aburriendo porque está todo demasiado bien.

No tenemos problemas con las familias, nos alcanza el dinero, nuestros gustos no son tan incompatibles como para que nos estemos importunando.

En estos ventidós meses de convivencia, sólo tuvimos una discusión que nos probó a fondo y que logramos superar —debo reconocerlo—, gracias a su ternura.

Quizá si no fuera tan inteligente, hábil, memorioso ...

La envidia siempre fue mi talón de Aquiles. Desde la infancia, sufría por las calificaciones, los regalos, los padres, los hermanos, la belleza, el timbre de voz, la forma de las manos, la elegancia al caminar, la suavidad de la piel...

Rafael es mucho más valioso que yo y eso corroe mi maltrecha autoestima.

Cuando no puedo penetrarlo, su comprensión me pone aún más impotente.

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martes, 1 de junio de 2010

La cuidadosa preservación de objetos rotos

En dos artículos recientemente publicados (1) (2), les decía que nuestra psiquis actúa metafóricamente, esto es, repite el mismo esquema, aunque de formas parecidas.

En otro artículo (3) les comentaba la teoría de Melanie Klein, según la cual a veces nos deprimimos porque imaginamos que nuestros deseos destructivos provocaron algún daño real.

El comentario de una lectora (Ingrid), me sugirió lo siguiente:

Ella dice que en las actuales circunstancias, suele ser más conveniente comprar objetos nuevos en vez de reparar los viejos deteriorados.

Comparto su preocupación, teniendo en cuenta el funcionamiento metafórico que describo en los dos artículos que menciono en el primer párrafo.

La tristeza que a veces sentimos sin una causa que la justifique (una pérdida, por ejemplo), suele provenir de esa reacción que tenemos cuando nuestras aspiraciones destructivas nos preocupan, angustian, nos hacen sentir culpa y arrepentimiento de algo que sólo imaginamos, que nunca hicimos, y que quizá nunca llegamos a conocer conscientemente porque sólo ocurrió en nuestro inconsciente y lo más próximo que conocimos fue un sueño perturbador.

La reparación de un objeto deteriorado (lavarropas, radio, bicicleta), alivia nuestra tristeza, acorta los períodos de depresión, nos alegra.

Como generalmente no podemos tomar decisiones antieconómicas (es decir, no nos permitimos pagar por una reparación una cantidad de dinero similar a la que gastaríamos comprando un objeto nuevo), nos sometemos a la racionalidad pero tratamos de conservar el objeto antiguo en algún lugar donde no moleste.

En suma: como nuestro inconsciente puede imaginar que las mujeres se parecen a la madre tierra por su capacidad de gestar (2) o nos entretienen las tareas manuales, en tanto nos sentimos tan creativos como una mujer embarazada (1), reparar objetos deteriorados nos alegra porque sentimos que compensamos nuestros deseos destructivos.


(1) La creatividad y el miedo
(2) La mujer de Juan Pérez

(3) La depresión constructiva

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lunes, 17 de mayo de 2010

(Maldita) Felicidad publicitaria

En un artículo titulado La naturaleza es hermosa pero antipática comento que para vivir hay que desarrollar una cierta fortaleza para poder resistir las agresiones propias de la naturaleza. El hambre, el cansancio, el dolor, son estímulos para que realicemos ciertas acciones necesarias para que el «fenómeno vida» siga ocurriendo.

Entre las personas también nos molestamos bastante y probablemente sea parte del régimen de «premios y castigos» usado por la naturaleza para hacernos mover.

La envidia es molesta, sobre todo para el envidioso (aunque el envidiado a veces también padece algunos inconvenientes).

Todos (absolutamente todos) tenemos una insatisfacción casi permanente. Son escasos los momentos en los que no sufrimos alguna carencia (hambre, sueño, aburrimiento, dolor, incertidumbre), sin embargo es normal que podamos observar a otras personas que parecen estar permanentemente felices.

La publicidad nos acosa mostrándonos personas sonrientes, hermosas, divertidas, radiantes, contentas. Aunque en menor grado, también nos rodean muchas personas que parecen no tener ninguno de esos inconvenientes que tanto nos molestan.

La envidia no es precisamente el deseo de poseer eso (objeto o situación) que el otro tiene sino que la envidia es el deseo de poseer el estado de ánimo que el otro parece poseer (supuestamente porque tiene ese objeto o situación).

La envidia entonces es un arma más de las diferentes manifestaciones agresivas que tiene la naturaleza para con nosotros, con lo cual hace que nos movamos porque el fenómeno vida depende de que actuemos casi permanentemente.

La naturaleza nos estimula con dolor y nos gratifica con alivio.

Nota: Este artículo tiene una temática similar a la del artículo titulado Odio tu felicidad pero desde otro punto de vista.

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lunes, 10 de mayo de 2010

La envidia es progresista

En un artículo publicado con el título Dime con quién andas y sabré tu patrimonio les comentaba que los grupos humanos tienen un cierto nivel de ingresos y de gastos.

Ponía como ejemplo aclaratorio, que en algunos grupos sus integrantes ganan y gastan (promedialmente) 10, en otros, 100 y así con las cifras que ustedes imaginen.

Es una necesidad para los integrantes, respetar las normas de afiliación. En un grupo de nivel 100, alguien con nivel 1000, será considerado como un avaro, amarrete, tacaño, egoísta y, por lo tanto, tendrá con los demás una convivencia conflictiva.

También sugería en ese artículo, que la envidia es un sentimiento determinante en este fenómeno socio-económico. La rivalidad que caracteriza a ese afecto, contribuye a uniformizar las condiciones de vida entre los integrantes de un grupo.

En este blog que creé para tratar sólo los temas que incluyan esta característica humana, trato de exponer todas sus aristas y no solamente las negativas, aunque sé que son las más populares.

Precisamente, ésta es una paradoja que favorece la permanencia de la pobreza patológica.

La envidia es el deseo de tener lo que el otro tiene y se llama de la misma manera el deseo de que el otro deje de tener lo que a mí me falta.

Si dejamos de lado la prejuiciosa antipatía que nos inspira, la envidia es un sentimiento que busca la igualación progresista.

Es progresista porque nunca se envidia lo malo que otro tiene (una enfermedad, una pérdida, un dolor), sino lo bueno que otro tiene (la salud, el bienestar, la riqueza).

Como la naturaleza se vale de provocarnos molestias para estimular el fenómeno vida (1), no descartaría que los seres humanos rechacemos la envidia para preservar el conflicto que nos provoca la irregular distribución de la riqueza.

(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal
El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»

Receta racional

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viernes, 7 de mayo de 2010

Odio tu felicidad

Es «políticamente incorrecto» ser envidioso y vengativo. Me corrijo: Es «políticamente incorrecto» mostrarse envidioso y vengativo.

Lo censurable es que uno deje ver esa condición natural. No queda bien la desnudez y no queda bien mostrar estas cualidades, tan naturales como la vagina o el pene.

¿Qué hace la publicidad? Pues nos muestra gente envidiable y nos estimula para que (¿vengativamente?) nosotros también tengamos eso que envidiamos en los modelos mostrados por la publicidad.

“¡Mira qué feliz está esa mujer de cuerpo perfecto y que nos sonríe mientras tironea de una manija atada a un resorte!”, “¿Por qué esa desgraciada sigue tan bien peinada mientras fríe papas con el Aceite Primor (sin Aromaticina)?”; “... y ese flaco estúpido que se gana las miradas de todas sólo por emborracharse con Cerveza Orinol bien helada?”.

Odio, venganza, pasiones quemantes, envidias dantescas, tragedias de Shakespeare, ríos de sangre corren por nuestra mente agazapada detrás de una cara lánguida con la quijada ligeramente caída.

Después de que la envidia ha matado a más personas que las guerras —o al menos provocado arrugas irreversibles en rostros aún jóvenes—, llega el psicoanálisis para decir: No se envidia «eso» que el otro tiene y nosotros no. Lo que se envidia es la imagen de un semejante que está feliz porque (creemos que) logró no sentirse incompleto.

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domingo, 25 de abril de 2010

Los catorce pecados económicos

Aunque no seamos cristianos ni católicos, igualmente estamos influidos por las normas morales que esta corriente religiosa ha impuesto a sus fieles.

Aunque —por igual motivo— no podamos creer en los castigos divinos que se merecen quienes pecan, igualmente sentimos algún tipo de amenaza preocupante.

También nos influyen porque, cuando los humanos nos enteramos qué no debemos hacer, incluiremos dentro de nuestros objetivos clandestinos, desobedecer.

Cuando el proverbio dice: «Hecha la ley, hecha la trampa», el sentir popular no hace otra cosa que justificar algo que hizo o está por hacer.

En el siglo sexto, la Iglesia Católica publicó la lista completa de los siete pecados capitales, esto es, aquellas acciones que provocan en Dios un verdadero enojo.

Nos influyen a cristianos y no cristianos porque ocho siglos más tarde, Dante Alighieri publicó La divina comedia, donde, con fuerza artística indiscutible, describió cómo se ofende a Dios y cómo éste toma venganza.

Es imposible no horrorizarse con la descripción de los siete castigos.

La lista completa de pecados, incluye: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

Dios se ofende si practicamos sexo por simple diversión, si comemos por placer, si queremos tener más de lo necesario, si no tenemos ganas de trabajar, si nos enojamos, si deseamos lo que otros tienen y si somos arrogantes.

Más recientemente, el Vaticano cambió los siete pecados (1).

Desde 2008, se condenan la manipulación genética, los experimentos con seres humanos, la contaminación ambiental, la injusticia social, provocar la pobreza, enriquecerse excesivamente y consumir drogas.

Conclusión: Todo hace pensar que ahora tenemos catorce pecados capitales y —lo invito a corroborarlo— todos tienen repercusiones económicas. Aunque más no sea por tratarse de pecados capitales.

(1) Ver nota de prensa de diario El mundo.

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martes, 20 de abril de 2010

Las comparaciones son saludables

Sentimos por comparación: sonido sobre silencio, salado sobre desabrido, blanco sobre negro.

Por lo tanto, como primer conclusión —y a pesar de que «las comparaciones son odiosas»—, es necesario comparar.

También comparamos felicidades.

Si veo que mi amigo está muy contento con su auto nuevo, seguramente pensaré que yo podría estar tan feliz como él si cambiara mi ruidoso vehículo por uno nuevo.

Esta comparación de felicidades es el componente principal de la envidia.

Si dejamos de lado los juicios de valor («la envidia es un sentimiento negativo», «no deberías ser envidioso»), concluiríamos que ese sentimiento nos estimula para progresar, para estar mejor y en definitiva, para trabajar en beneficio individual y de la especie (única misión de cada individuo de cada especie).

Pero este incomprendido sentimiento (la envidia) es más importante aún de lo que acabo de señalar.

La medicina en todos los países occidentales es una institución importantísima. Podríamos llamarla «policía sanitaria» porque sus criterios científicos suelen tener fuerza de ley.

Uno de los procedimientos clásicos de esta institución consiste en determinar qué es un cuerpo sano.

Para ello decreta que el nivel de azúcar y colesterol en la sangre deberá ser uno determinado, o decreta que el peso de una persona debe ser alguno en particular y no cualquiera.

Con esos datos decretados hace comparaciones y nos dice a cada uno si estamos bien o mal.

Si estamos mal, nos sugiere igualarnos con esos modelos aceptables.

Para tener los valores exigidos por la medicina, tenemos que envidiar a quienes los poseen y hacer lo mismo que ellos.

En suma: la envidia es un sentimiento oficial e institucionalizado.

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Con la envidia nos igualamos

En algunos pueblos de habla inglesa es popular la consigna: «Estemos a la altura de nuestros vecinos» (1).

En un artículo titulado «Me alegra estar triste» comentaba la «paradoja de Easterlin» según la cual la felicidad no mantiene una proporción directa con el enriquecimiento sino que al bienestar se accede con más dificultad que al dinero.

Según los investigadores que participaron en la encuesta del profesor Richard Easterlin, la felicidad la percibimos a partir de compararnos con quienes nos rodean.

Los angloparlantes aluden a la situación de los vecinos porque la felicidad surge cuando nos sentimos igual o mejor que los demás.

Los ingleses son más irónicos y tienen por consigna: «Estemos a la altura de los Beckhams» (2) aludiendo a la condiciones de bienestar cinematográfico que poseen el goleador británico David Beckham (1975 - ) y su familia.

Estos no son más que comentarios preliminares para compartir con ustedes una observación que me llama la atención.

Tenemos en nuestras ciudades muchos gimnasios llenos de caminadores (cinta de correr hedónica [imagen]).

Las personas se suben a ellas y se ponen a caminar sin avanzar un centímetro. Todos en hilera, avanzan y avanzan ... siempre en el mismo lugar.

No tendría lógica que personas inteligentes desperdicien tan infamemente su valiosa energía.

Pienso —porque necesito una explicación que me permita creer que tienen una actitud inteligente—, que ese ejercicio les permite teatralizar la consigna de los angloparlantes, es decir, moverse pero sin alejarse de los vecinos.

Este deseo universal de conservar la posición relativa con los vecinos, no es otra cosa que la puja entre hermanos por recibir la misma cantidad de amor de los padres.

(1) «Keeping up with the Joneses»
(2) «Keeping up with the Beckhams»

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Venganza + envidia = justicia

Si pudiéramos observarnos desde afuera como lo haría un ser de otro planeta, quizá podríamos pensar de nosotros dos cosas:

1) El sistema judicial no es otra cosa que una forma de institucionalizar la venganza.

Los códigos penales detallan minuciosamente todo lo que no debemos hacer y simultáneamente qué penas recibiríamos en caso de transgredir (cometer un delito).

Tenemos bien organizada la venganza para que ésta no quede librada al criterio, pasión y poder de quienes se sientan afectados por un semejante.

Más aún, a veces encarcelamos preventivamente a un sospechoso, no para castigarlo sino para protegerlo de quienes desearían acelerar el trámite para ajusticiarlo por mano propia.

2) Ciertos frenos legales a las ganancias no es otra cosa que una forma de institucionalizar la envidia.

En la economía más liberal del mundo (Estados Unidos), se sancionaron leyes para prohibir que se paguen cifras demasiado elevadas por la compra (fichaje) de los jugadores de la NBA (basquetbol).

Este año, el Club Real de Madrid desembolsó 165 millones de euros por el fichaje de dos jugadores (Cristiano Ronaldo y Kaká).

El clamor popular no se hizo esperar y los gobernantes de toda Europa procuran evitar que algunos ganen sumas de dinero que excite la envidia de muchas personas.

En suma: la venganza y la envidia son sentimientos de nuestra especie, que no están ni bien ni mal, pero que tratamos de ocultarlos.

Nota: desde otro punto de vista, este tema fue tratado en La trata de blancos.

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Hay caridades que matan

El 10 de setiembre de este año publiqué un artículo titulado El sentimiento que falta, donde comentaba que la «envidia» no tiene la palabra opuesta (antónimo) como sí la tienen amor (odio), tristeza (alegría) o furia (serenidad).

Un amable lector me señaló ayer que el Diccionario de la Real Academia Española dice —en la definición del vocablo «caridad»—: 2. Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión.

A veces parece un poco exagerada la pretensión que tenemos algunos por encontrar el significado más sentido (emocional, profundo, inconsciente) de las palabras que usamos cotidianamente.

Una posible justificación de este interés proviene de la idea de que el lenguaje (y por lo tanto el diccionario) es el código jerárquicamente más importante entre los humanos.

Las leyes del idioma son cumplidas hasta por los más rebeldes transgresores.

Pero retomando el tema original, la palabra «caridad» deriva del latín caritas que significa amor, cariño. En su origen, esta palabra quedó asociada a la idea «amor al prójimo como virtud cristiana».

Si bien es innegable que nuestro código más importante (el diccionario) dice expresamente que la caridad es el sentimiento opuesto a la envidia, sigo sin poder convencerme.

Al deseo de comernos al personaje admirado (envidiado) para in-corporar (meter dentro de nuestro cuerpo) las cualidades que desearíamos poseer, no lo encuentro en las antípodas del «amor al prójimo» que significa «caridad».

Por el contrario, la envida y el deseo de comernos al personaje envidiado son sentimientos amorosos, que fundamentan —eso sí— aquel refrán que dice «hay amores que matan».

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El sentimiento que falta

Está claro que el sentimiento opuesto al amor, es el odio. El opuesto a la alegría es la tristeza. Pero ¿cuál es el sentimiento opuesto a la envidia?

Daré mi opinión pensando que alguno de ustedes me informe cuál es la palabra que significa la no-envidia.

Por si eso no sucede, diré que cuando falta un vocablo es porque algo raro nos sucede a los humanos con eso que se queda sin ser bautizado.

Para describir el estado en que queda un hijo que pierde a alguno de sus padres, tenemos la palabra «huérfano», pero no tenemos vocablo para el estado en que queda uno de los padres cuando pierde un hijo.

Cuando falta la palabra que define una cosa, una situación, un sentimiento, podríamos pensar que eso que queda innominado sencillamente no se puede nombrar, tiene alguna particularidad que lo vuelve innombrable.

Estas reflexiones me hicieron pensar que quizá no exista un sentimiento opuesto a la envidia porque todos somos envidiosos, en mayor o menor medida.

Como no existe el sentimiento no existe la palabra.

Es curioso sin embargo que no hace falta que la cosa o hecho exista en la realidad para que exista la palabra. Sin ir más lejos el vocablo inmortal es muy común a pesar de que nada es inmortal. El simple deseo de que haya algo que nunca pierda la vida, nos hace crear la palabra que lo represente.

Pero el sentimiento opuesto a la envidia parece que no existe ni en nuestra imaginación.

Seguramente que podemos decir indiferencia o conformidad, pero éstas son demasiado genéricas. Carecen de la precisión que existe en las oposiciones odio-amor o tristeza-alegría.

Quedo a la espera de que alguno de ustedes me rectifique como ya lo han hecho tantas veces.

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La gata parió sin partera

Para que un contrato funcione debe ser suscrito en un país donde las leyes y su aplicación sean efectivas, esto es, en un «estado de derecho».

La prosperidad material parece surgir de los vínculos racionales y la pobreza material de los vínculos emocionales.

Los países más prósperos tienen una larga tradición de individualismo y los países más pobres tienen una larga tradición de comunitarismo.

Todos los seres vivos poseen un sistema de funcionamiento que los vuelve autosuficientes. El instinto es casi perfecto. Están programadas todas las acciones eficientes para conservar al individuo y a la especie.

Todos los seres vivos poseen un instinto casi perfecto, excepto los seres humanos.

Nosotros tenemos que pensar en todo, tenemos que estudiar muchos años, dependemos de que alguien nos ayude durante una, dos y hasta tres décadas.

Los vínculos racionales surgen del esfuerzo que hacemos por compensar la falta de un instinto casi perfecto.

Sin embargo, millones de personas confían más en el precario instinto del que estamos dotados.

Las interacciones emocionales fracasan precisamente porque dependen de una característica que en nuestra especie es la más ineficiente: el instinto.

En definitiva, es una cuestión de prioridades. Parece ser lo más sensato aplicar nuestro raciocinio para procurarnos los recursos materiales que permitan nuestra supervivencia.

Una vez resuelto el importante problema de evitar las molestas (y hasta peligrosas) carencias, entonces ahí sí podemos desplegar con la mayor intensidad y pasión hasta el más sutil de nuestros sentimientos.

Los humanos solemos menospreciar a los demás seres vivos pero en el fondo envidiamos su destreza para vivir bien y sin agredir el ecosistema.

Esta envidia puede ser un motivo por el cual tantas personas se vinculan sólo emocionalmente como si su instinto fuera tan eficiente como el del resto de los seres vivos.

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Envidia terminal

Si yo le digo que todos los medicamentos son venenos mortales, quizá usted diga «¡No, no puede ser! ¡Son curativos!». Entonces insisto y le digo: En ciertas dosis, todos son venenos mortales: hasta la aspirina. Ahí estoy seguro que nos ponemos de acuerdo.

La envidia es algo similar. Es bueno observar atentamente lo que otros han logrado y desearlo para sí mismo. Es malo cuando ese mismo deseo es tan desproporcionado que incluye la intención de robar o matar.

Una sobredosis de envidia puede ser una causa de la pobreza patológica.

Es bastante popular pensar que las personas que tienen una buena calidad de vida la han logrado gracias a procedimientos condenables (robo, estafa, corrupción).

¿Qué logramos con esta «medicina»? En principio un alivio porque nos permite pensar que nuestra mala calidad de vida no obedece a que somos ineficientes sino que es una consecuencia lógica de nuestra bondad.

El fenómeno se vuelve irreversible por la propia morbosidad que lo generó. A partir de que se instala en nuestras creencias que toda persona que tenga una buena calidad de vida es ladrón, estafador o corrupto, ya nunca más podremos acceder a una buena calidad de vida por razones morales.

La sobredosis de envidia nos condena a que la pobreza patológica se convierta en crónica.

Artículos asociados:

Hoy actúa John Money
Cuando mejor, peor
Que nunca falten
Bill Gates no puede gestar
Comprar es sedante

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La envidia atómica

A medida que fueron pasando los siglos y los humanos nos dimos cuenta que contra la envidia no existen formas eficaces de eliminarla, fuimos llegando a la conclusión de que no hay más remedio que evitar o atenuar sus consecuencias.

Que la mujer estéril mate a sus sobrinos o que el hombre le robe la fortuna a su hermano son casos dramáticos en los que la envidia se exhibe con toda su crudeza.

La furia descontrolada que puede llegar a producir es la causa de acciones irreparables que el derecho penal ha ido sancionando hasta que actualmente existen en menor grado.

Despojada de la descontrolada irracionalidad en la que pueden caer algunas personas, la envidia es una fuente de energía.

Quienes saben lo difícil que es tener la energía suficiente para hacer todo lo que nos exige la realidad para acceder a una calidad de vida digna, no encontrarían inteligente desaprovecharla.

Por lo tanto, ese impulso que nos lleva a igualar el bienestar de quienes están mejor, es un estímulo necesario, conveniente y aprovechable.

Sabemos que tenemos que hacer un uso cuidadoso de ese recurso. Toda gran fuente de energía es peligrosa en manos inexpertas o mortífera en manos negligentes.

Entonces, la pólvora, la electricidad, la fusión nuclear y la envidia son valiosas fuentes de energía cuyo aprovechamiento está reservado para quienes sepan cómo hacerlo.

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(Maldita) Felicidad publicitaria

En un artículo titulado La naturaleza es hermosa pero antipática comento que para vivir hay que desarrollar una cierta fortaleza para poder resistir las agresiones propias de la naturaleza. El hambre, el cansancio, el dolor, son estímulos para que realicemos ciertas acciones necesarias para que el «fenómeno vida» siga ocurriendo.

Entre las personas también nos molestamos bastante y probablemente sea parte del régimen de «premios y castigos» usado por la naturaleza para hacernos mover.

La envidia es molesta, sobre todo para el envidioso (aunque al envidiado a veces también padece algunos inconvenientes).

Todos (absolutamente todos) tenemos una insatisfacción casi permanente. Son escasos los momentos en los que no sufrimos alguna carencia (hambre, sueño, aburrimiento, dolor, incertidumbre), sin embargo es normal que podamos observar a otras personas que parecen estar permanentemente felices.

La publicidad nos acosa mostrándonos personas sonrientes, hermosas, divertidas, radiantes, contentas. Aunque en menor grado, también nos rodean muchas personas que parecen no tener ninguno de esos inconvenientes que tanto nos molestan.

La envidia no es precisamente el deseo de poseer eso (objeto o situación) que el otro tiene sino que la envidia es el deseo de poseer el estado de ánimo que el otro parece poseer (supuestamente porque tiene ese objeto o situación).

La envidia entonces es un arma más de las diferentes manifestaciones agresivas que tiene la naturaleza para con nosotros, con lo cual hace que nos movamos porque el fenómeno vida depende de que actuemos casi permanentemente.

La naturaleza nos estimula con dolor y nos gratifica con alivio.

(Nota: Este artículo tiene una temática similar a la del artículo titulado Odio tu felicidad pero desde otro punto de vista).

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«Hoy actúa John Money»

El dinero es una mercancía que puede canjearse por cualquier otra mercancía. Cuando el dinero no existía, las personas tenían que destinar mucho tiempo y energía en encontrar a quien tuviera lo que necesitáramos y que casualmente necesitara lo que teníamos para ofrecer.

Con dinero en nuestro poder, sólo tenemos que dedicarnos a buscar a quien posea lo que necesitamos porque seguramente aceptará nuestra mercancía-dinero.

La cualidad de ser universalmente aceptado lo ubica en el tope del ranking de popularidad. ¿Se imagina a un artista que fuera aplaudido por todos? ¿Que todas las personas estuvieran dispuestas a pagar una entrada para ver su actuación?

Como todos necesitamos ser aceptados y amados, toda persona u objeto que logre ese propósito, se constituirá en un modelo a imitar. Querremos parecernos a quien (o «a lo que») tenga la posibilidad de ser aceptado y amado.

Aunque bastante criticada, la envidia es el sentimiento que todos tenemos hacia quien (o «hacia lo que») logra ese preciado objetivo: ser aceptado y amado.

La envidia es criticada porque incluye el deseo de comerse al envidiado en la creencia de que así incorporaremos eso que lo vuelve aceptado y amado. Por lo tanto, la envidia incluye un deseo criminal.

Volvamos al dinero. En nuestra psiquis es, además de una mercancía, un símbolo que representa «lo más aceptado y amado». Por eso sentimos hacia él envidia y deseos criminales de incorporar su fantástica popularidad.

Con este trasfondo afectivo, no es raro que mucha gente esté enemistada con el dinero y lo mantenga lo más lejos posible, provocándose así la pobreza patológica.

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