El odio es un gran sentimiento,
capaz de proveernos de energía. Los pobres y los cobardes en extremo no lo
valoran y hasta lo condenan porque la ideología cristiana les ha inculcado la
pobreza como forma de no competir con los ricos que proveen de dinero al
Vaticano. El cristianismo nos induce a no odiar y a no envidiar para privarnos
del estímulo que la grandeza ajena podría darnos. El cristianismo trabaja para
que seamos mediocres y estemos orgullosos de ser pobres.