viernes, 5 de agosto de 2011

El curador compulsivo

Algunas personas (sobre todo profesionales de la salud) acometen con neurótica agresividad los trastornos de salud de sus pacientes y conocidos.

Denomínase «furor curandis» a un desmesurado, incontrolable y obsesivo deseo de curar.

Esta particularidad la encontramos en muchas personas y trataré de explicar por qué reaccionan con tanta energía tratando de resolver los problemas de salud de quienes le comentan sobre algún padecimiento.

Casi todos tenemos esta alergia a los inconvenientes ajenos, sólo que son unos pocos los que se preocupan demasiado.

Ellos creen hacerlo por nuestro bien, por solidaridad, por amor al prójimo, pero este sólo es su aspecto exterior, en el fondo están motivados por los mismos sentimientos egoístas de todo el mundo sólo que lo condimentan con esta exhibición de interés, amor, pasión (¡furor!) como si fueran mejores amigos que cualquier otro.

Uno de los motivos que tienen para actuar de forma tan extrema es que ellos piensan que están dentro del grupo de los «sanos crónicos», es decir que según su fantasía han sido elegidos por la buena suerte para no saber qué es enfermarse.

Ellos sienten el verdadero valor de esa fortuna cuando tienen la suerte de encontrarse con alguien que está enfermo y les cuenta su desventura.

Nuestro «sano crónico» se siente sumamente gratificado por esta noticia porque algo aburrido de su envidiable condición es que sólo se da cuenta del patrimonio invalorable que tienen cuando alguien le exhibe su mala suerte.

La reacción furiosa contra la enfermedad del otro se desencadena porque el súper sano cree que él sabe vivir, supone que la buena salud es obra suya y que, por lo tanto los enfermos son gente equivocada que necesita consejos, recomendaciones, datos, ideas, soluciones, guía, para rectificar la equivocación y así reintegrarse al inteligente grupo de quienes saben vivir.

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La omnipotencia demasiado ridícula

El dinero no es nuestro objetivo último sino un medio para acceder al verdadero objetivo que es «tener poder». Por esto es que nos avergüenza confesar indirectamente nuestra ridícula omnipotencia.

Parece verdadero que las personas tenemos más dificultades para tratar asuntos de dinero que para tratar asuntos sexuales o de cualquier otra apetencia orgánica (comer, dormir, evacuar).

Las necesidades y los deseos tienen alguna representación mental porque podemos pensar por el estímulo que ellos nos provocan: «quiero descansar», «necesito comer», «deseo tomar clases de piano».

La necesidad o el deseo de tener dinero también pueden expresarse porque pueden ser pensados, pero hay una diferencia.

Las necesidades o deseos tienen un límite porque el cuerpo deja de tener hambre, se cansa de estar acostado, se aburre de tocar el piano, sin embargo la acumulación de dinero, la necesidad o deseo de enriquecer no tienen un tope.

Los humanos no contamos con una señal de hastío, de hartazgo, de aburrimiento respecto al dinero como sí tenemos para cualquier otro tipo de satisfacción (comer, dormir, divertirnos).

Aunque todos tenemos una similar predisposición a enriquecer, luego aparecen tres características diferenciadoras:

— Todos disponemos de diferente talento (inteligencia, habilidad, resistencia al cansancio) para producir riquezas;

— Todos disponemos de diferentes oportunidades (mercado, herencia económica y genética);

— Todos disponemos de diferente fortaleza para soportar las consecuencias sociales que implica tener dinero (pagar impuestos, defender la fortuna de los depredadores, contrarrestar las consecuencias de la envidia).

En otras palabras: todos estamos dispuestos (en cuanto a necesidades y deseos) a ser ricos, pero no todos sabemos cómo hacerlo y no todos podríamos tolerar las consecuencias de llegar a serlo.

Sin embargo, el dinero no es lo que buscamos sino el poder que él confiere.

Conclusión: los temas de dinero nos avergüenzan porque dejan ver nuestro afán de poder ridículamente ilimitado.

Nota: La imagen corresponde a una escena de la película escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin en el año 1940, donde se hace una parodia del afán de poder de Adolfo Hitler.

Artículos vinculados:

Los ciudadanos con pañales

El conocimiento sublime

Su majestad Don Dinero

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Las ventajas de la confusión

Buscamos la confusión, la obnubilación e indiscriminación porque son placenteras y rechazamos la lucidez y la discriminación porque provocan malestar.

Una tradición religiosa vigente en algunas ciudades españolas es la de que los niños van recorriendo a los participantes de una procesión pidiéndoles que dejen caer algunas gotas de cera de sus lirios (velas) encendidos para formar una bola multicolor, compuesta por la fusión de los aportes (imagen).

He comentado en otros artículos (1) que cuando nacemos, nuestro cerebro no tiene aún el desarrollo suficiente como para poder discriminar. Recién cuando accedemos a la madurez anatómica correspondiente a los 18 ó 24 meses, comenzamos a darnos cuenta que la realidad no es un todo que nos pertenece sino que todos son objetos o sujetos ajenos, que nos acompañan pero que no forman parte nuestra.

Sin embargo, aquella sensación primaria no desaparece totalmente. Continuamos percibiendo algunos estímulos externos como si estuvieran fusionados, al punto que a veces no sabemos si una situación es propia o ajena. Me refiero a la solidaridad, la identificación, la simpatía, la empatía.

Podría decirse que existen tres niveles de con-fusión:

— Es total en algunos enamoramientos, en algunas relaciones madre-hijo;
— Es parcial cuando reconocemos una realidad externa pero igual sentimos una fuerte integración con ella, como por ejemplo, ante algunas tragedias o en estados de trance místico;
— La con-fusión es casi nula cuando percibimos con nitidez que «yo soy yo y los demás no son yo».

La mayor parte de estas experiencias menos confusas están marcadas por sentimientos tan agresivos como son el odio, la frustración y la envidia.

Se percibe entonces una situación adversa: La con-fusión es promotora de sentimientos tan agradables como el enamoramiento, la pasión religiosa, la solidaridad intensa y la sensación contraria (discriminación) es la promotora de la mayor claridad mental, lucidez, conciencia.

(1) No soy Bin Laden

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