El dinero no es nuestro objetivo último sino un medio para acceder al verdadero objetivo que es «tener poder». Por esto es que nos avergüenza confesar indirectamente nuestra ridícula omnipotencia.
Parece verdadero que las personas tenemos más dificultades para tratar asuntos de dinero que para tratar asuntos sexuales o de cualquier otra apetencia orgánica (comer, dormir, evacuar).
Las necesidades y los deseos tienen alguna representación mental porque podemos pensar por el estímulo que ellos nos provocan: «quiero descansar», «necesito comer», «deseo tomar clases de piano».
La necesidad o el deseo de tener dinero también pueden expresarse porque pueden ser pensados, pero hay una diferencia.
Las necesidades o deseos tienen un límite porque el cuerpo deja de tener hambre, se cansa de estar acostado, se aburre de tocar el piano, sin embargo la acumulación de dinero, la necesidad o deseo de enriquecer no tienen un tope.
Los humanos no contamos con una señal de hastío, de hartazgo, de aburrimiento respecto al dinero como sí tenemos para cualquier otro tipo de satisfacción (comer, dormir, divertirnos).
Aunque todos tenemos una similar predisposición a enriquecer, luego aparecen tres características diferenciadoras:
— Todos disponemos de diferente talento (inteligencia, habilidad, resistencia al cansancio) para producir riquezas;
— Todos disponemos de diferentes oportunidades (mercado, herencia económica y genética);
— Todos disponemos de diferente fortaleza para soportar las consecuencias sociales que implica tener dinero (pagar impuestos, defender la fortuna de los depredadores, contrarrestar las consecuencias de la envidia).
En otras palabras: todos estamos dispuestos (en cuanto a necesidades y deseos) a ser ricos, pero no todos sabemos cómo hacerlo y no todos podríamos tolerar las consecuencias de llegar a serlo.
Sin embargo, el dinero no es lo que buscamos sino el poder que él confiere.
Conclusión: los temas de dinero nos avergüenzan porque dejan ver nuestro afán de poder ridículamente ilimitado.
Nota: La imagen corresponde a una escena de la película escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin en el año 1940, donde se hace una parodia del afán de poder de Adolfo Hitler.
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