domingo, 25 de abril de 2010

Los catorce pecados económicos

Aunque no seamos cristianos ni católicos, igualmente estamos influidos por las normas morales que esta corriente religiosa ha impuesto a sus fieles.

Aunque —por igual motivo— no podamos creer en los castigos divinos que se merecen quienes pecan, igualmente sentimos algún tipo de amenaza preocupante.

También nos influyen porque, cuando los humanos nos enteramos qué no debemos hacer, incluiremos dentro de nuestros objetivos clandestinos, desobedecer.

Cuando el proverbio dice: «Hecha la ley, hecha la trampa», el sentir popular no hace otra cosa que justificar algo que hizo o está por hacer.

En el siglo sexto, la Iglesia Católica publicó la lista completa de los siete pecados capitales, esto es, aquellas acciones que provocan en Dios un verdadero enojo.

Nos influyen a cristianos y no cristianos porque ocho siglos más tarde, Dante Alighieri publicó La divina comedia, donde, con fuerza artística indiscutible, describió cómo se ofende a Dios y cómo éste toma venganza.

Es imposible no horrorizarse con la descripción de los siete castigos.

La lista completa de pecados, incluye: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

Dios se ofende si practicamos sexo por simple diversión, si comemos por placer, si queremos tener más de lo necesario, si no tenemos ganas de trabajar, si nos enojamos, si deseamos lo que otros tienen y si somos arrogantes.

Más recientemente, el Vaticano cambió los siete pecados (1).

Desde 2008, se condenan la manipulación genética, los experimentos con seres humanos, la contaminación ambiental, la injusticia social, provocar la pobreza, enriquecerse excesivamente y consumir drogas.

Conclusión: Todo hace pensar que ahora tenemos catorce pecados capitales y —lo invito a corroborarlo— todos tienen repercusiones económicas. Aunque más no sea por tratarse de pecados capitales.

(1) Ver nota de prensa de diario El mundo.

●●●

martes, 20 de abril de 2010

Las comparaciones son saludables

Sentimos por comparación: sonido sobre silencio, salado sobre desabrido, blanco sobre negro.

Por lo tanto, como primer conclusión —y a pesar de que «las comparaciones son odiosas»—, es necesario comparar.

También comparamos felicidades.

Si veo que mi amigo está muy contento con su auto nuevo, seguramente pensaré que yo podría estar tan feliz como él si cambiara mi ruidoso vehículo por uno nuevo.

Esta comparación de felicidades es el componente principal de la envidia.

Si dejamos de lado los juicios de valor («la envidia es un sentimiento negativo», «no deberías ser envidioso»), concluiríamos que ese sentimiento nos estimula para progresar, para estar mejor y en definitiva, para trabajar en beneficio individual y de la especie (única misión de cada individuo de cada especie).

Pero este incomprendido sentimiento (la envidia) es más importante aún de lo que acabo de señalar.

La medicina en todos los países occidentales es una institución importantísima. Podríamos llamarla «policía sanitaria» porque sus criterios científicos suelen tener fuerza de ley.

Uno de los procedimientos clásicos de esta institución consiste en determinar qué es un cuerpo sano.

Para ello decreta que el nivel de azúcar y colesterol en la sangre deberá ser uno determinado, o decreta que el peso de una persona debe ser alguno en particular y no cualquiera.

Con esos datos decretados hace comparaciones y nos dice a cada uno si estamos bien o mal.

Si estamos mal, nos sugiere igualarnos con esos modelos aceptables.

Para tener los valores exigidos por la medicina, tenemos que envidiar a quienes los poseen y hacer lo mismo que ellos.

En suma: la envidia es un sentimiento oficial e institucionalizado.

●●●

Con la envidia nos igualamos

En algunos pueblos de habla inglesa es popular la consigna: «Estemos a la altura de nuestros vecinos» (1).

En un artículo titulado «Me alegra estar triste» comentaba la «paradoja de Easterlin» según la cual la felicidad no mantiene una proporción directa con el enriquecimiento sino que al bienestar se accede con más dificultad que al dinero.

Según los investigadores que participaron en la encuesta del profesor Richard Easterlin, la felicidad la percibimos a partir de compararnos con quienes nos rodean.

Los angloparlantes aluden a la situación de los vecinos porque la felicidad surge cuando nos sentimos igual o mejor que los demás.

Los ingleses son más irónicos y tienen por consigna: «Estemos a la altura de los Beckhams» (2) aludiendo a la condiciones de bienestar cinematográfico que poseen el goleador británico David Beckham (1975 - ) y su familia.

Estos no son más que comentarios preliminares para compartir con ustedes una observación que me llama la atención.

Tenemos en nuestras ciudades muchos gimnasios llenos de caminadores (cinta de correr hedónica [imagen]).

Las personas se suben a ellas y se ponen a caminar sin avanzar un centímetro. Todos en hilera, avanzan y avanzan ... siempre en el mismo lugar.

No tendría lógica que personas inteligentes desperdicien tan infamemente su valiosa energía.

Pienso —porque necesito una explicación que me permita creer que tienen una actitud inteligente—, que ese ejercicio les permite teatralizar la consigna de los angloparlantes, es decir, moverse pero sin alejarse de los vecinos.

Este deseo universal de conservar la posición relativa con los vecinos, no es otra cosa que la puja entre hermanos por recibir la misma cantidad de amor de los padres.

(1) «Keeping up with the Joneses»
(2) «Keeping up with the Beckhams»

●●●

Venganza + envidia = justicia

Si pudiéramos observarnos desde afuera como lo haría un ser de otro planeta, quizá podríamos pensar de nosotros dos cosas:

1) El sistema judicial no es otra cosa que una forma de institucionalizar la venganza.

Los códigos penales detallan minuciosamente todo lo que no debemos hacer y simultáneamente qué penas recibiríamos en caso de transgredir (cometer un delito).

Tenemos bien organizada la venganza para que ésta no quede librada al criterio, pasión y poder de quienes se sientan afectados por un semejante.

Más aún, a veces encarcelamos preventivamente a un sospechoso, no para castigarlo sino para protegerlo de quienes desearían acelerar el trámite para ajusticiarlo por mano propia.

2) Ciertos frenos legales a las ganancias no es otra cosa que una forma de institucionalizar la envidia.

En la economía más liberal del mundo (Estados Unidos), se sancionaron leyes para prohibir que se paguen cifras demasiado elevadas por la compra (fichaje) de los jugadores de la NBA (basquetbol).

Este año, el Club Real de Madrid desembolsó 165 millones de euros por el fichaje de dos jugadores (Cristiano Ronaldo y Kaká).

El clamor popular no se hizo esperar y los gobernantes de toda Europa procuran evitar que algunos ganen sumas de dinero que excite la envidia de muchas personas.

En suma: la venganza y la envidia son sentimientos de nuestra especie, que no están ni bien ni mal, pero que tratamos de ocultarlos.

Nota: desde otro punto de vista, este tema fue tratado en La trata de blancos.

●●●

Hay caridades que matan

El 10 de setiembre de este año publiqué un artículo titulado El sentimiento que falta, donde comentaba que la «envidia» no tiene la palabra opuesta (antónimo) como sí la tienen amor (odio), tristeza (alegría) o furia (serenidad).

Un amable lector me señaló ayer que el Diccionario de la Real Academia Española dice —en la definición del vocablo «caridad»—: 2. Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión.

A veces parece un poco exagerada la pretensión que tenemos algunos por encontrar el significado más sentido (emocional, profundo, inconsciente) de las palabras que usamos cotidianamente.

Una posible justificación de este interés proviene de la idea de que el lenguaje (y por lo tanto el diccionario) es el código jerárquicamente más importante entre los humanos.

Las leyes del idioma son cumplidas hasta por los más rebeldes transgresores.

Pero retomando el tema original, la palabra «caridad» deriva del latín caritas que significa amor, cariño. En su origen, esta palabra quedó asociada a la idea «amor al prójimo como virtud cristiana».

Si bien es innegable que nuestro código más importante (el diccionario) dice expresamente que la caridad es el sentimiento opuesto a la envidia, sigo sin poder convencerme.

Al deseo de comernos al personaje admirado (envidiado) para in-corporar (meter dentro de nuestro cuerpo) las cualidades que desearíamos poseer, no lo encuentro en las antípodas del «amor al prójimo» que significa «caridad».

Por el contrario, la envida y el deseo de comernos al personaje envidiado son sentimientos amorosos, que fundamentan —eso sí— aquel refrán que dice «hay amores que matan».

●●●

El sentimiento que falta

Está claro que el sentimiento opuesto al amor, es el odio. El opuesto a la alegría es la tristeza. Pero ¿cuál es el sentimiento opuesto a la envidia?

Daré mi opinión pensando que alguno de ustedes me informe cuál es la palabra que significa la no-envidia.

Por si eso no sucede, diré que cuando falta un vocablo es porque algo raro nos sucede a los humanos con eso que se queda sin ser bautizado.

Para describir el estado en que queda un hijo que pierde a alguno de sus padres, tenemos la palabra «huérfano», pero no tenemos vocablo para el estado en que queda uno de los padres cuando pierde un hijo.

Cuando falta la palabra que define una cosa, una situación, un sentimiento, podríamos pensar que eso que queda innominado sencillamente no se puede nombrar, tiene alguna particularidad que lo vuelve innombrable.

Estas reflexiones me hicieron pensar que quizá no exista un sentimiento opuesto a la envidia porque todos somos envidiosos, en mayor o menor medida.

Como no existe el sentimiento no existe la palabra.

Es curioso sin embargo que no hace falta que la cosa o hecho exista en la realidad para que exista la palabra. Sin ir más lejos el vocablo inmortal es muy común a pesar de que nada es inmortal. El simple deseo de que haya algo que nunca pierda la vida, nos hace crear la palabra que lo represente.

Pero el sentimiento opuesto a la envidia parece que no existe ni en nuestra imaginación.

Seguramente que podemos decir indiferencia o conformidad, pero éstas son demasiado genéricas. Carecen de la precisión que existe en las oposiciones odio-amor o tristeza-alegría.

Quedo a la espera de que alguno de ustedes me rectifique como ya lo han hecho tantas veces.

●●●

La gata parió sin partera

Para que un contrato funcione debe ser suscrito en un país donde las leyes y su aplicación sean efectivas, esto es, en un «estado de derecho».

La prosperidad material parece surgir de los vínculos racionales y la pobreza material de los vínculos emocionales.

Los países más prósperos tienen una larga tradición de individualismo y los países más pobres tienen una larga tradición de comunitarismo.

Todos los seres vivos poseen un sistema de funcionamiento que los vuelve autosuficientes. El instinto es casi perfecto. Están programadas todas las acciones eficientes para conservar al individuo y a la especie.

Todos los seres vivos poseen un instinto casi perfecto, excepto los seres humanos.

Nosotros tenemos que pensar en todo, tenemos que estudiar muchos años, dependemos de que alguien nos ayude durante una, dos y hasta tres décadas.

Los vínculos racionales surgen del esfuerzo que hacemos por compensar la falta de un instinto casi perfecto.

Sin embargo, millones de personas confían más en el precario instinto del que estamos dotados.

Las interacciones emocionales fracasan precisamente porque dependen de una característica que en nuestra especie es la más ineficiente: el instinto.

En definitiva, es una cuestión de prioridades. Parece ser lo más sensato aplicar nuestro raciocinio para procurarnos los recursos materiales que permitan nuestra supervivencia.

Una vez resuelto el importante problema de evitar las molestas (y hasta peligrosas) carencias, entonces ahí sí podemos desplegar con la mayor intensidad y pasión hasta el más sutil de nuestros sentimientos.

Los humanos solemos menospreciar a los demás seres vivos pero en el fondo envidiamos su destreza para vivir bien y sin agredir el ecosistema.

Esta envidia puede ser un motivo por el cual tantas personas se vinculan sólo emocionalmente como si su instinto fuera tan eficiente como el del resto de los seres vivos.

●●●

Envidia terminal

Si yo le digo que todos los medicamentos son venenos mortales, quizá usted diga «¡No, no puede ser! ¡Son curativos!». Entonces insisto y le digo: En ciertas dosis, todos son venenos mortales: hasta la aspirina. Ahí estoy seguro que nos ponemos de acuerdo.

La envidia es algo similar. Es bueno observar atentamente lo que otros han logrado y desearlo para sí mismo. Es malo cuando ese mismo deseo es tan desproporcionado que incluye la intención de robar o matar.

Una sobredosis de envidia puede ser una causa de la pobreza patológica.

Es bastante popular pensar que las personas que tienen una buena calidad de vida la han logrado gracias a procedimientos condenables (robo, estafa, corrupción).

¿Qué logramos con esta «medicina»? En principio un alivio porque nos permite pensar que nuestra mala calidad de vida no obedece a que somos ineficientes sino que es una consecuencia lógica de nuestra bondad.

El fenómeno se vuelve irreversible por la propia morbosidad que lo generó. A partir de que se instala en nuestras creencias que toda persona que tenga una buena calidad de vida es ladrón, estafador o corrupto, ya nunca más podremos acceder a una buena calidad de vida por razones morales.

La sobredosis de envidia nos condena a que la pobreza patológica se convierta en crónica.

Artículos asociados:

Hoy actúa John Money
Cuando mejor, peor
Que nunca falten
Bill Gates no puede gestar
Comprar es sedante

●●●

La envidia atómica

A medida que fueron pasando los siglos y los humanos nos dimos cuenta que contra la envidia no existen formas eficaces de eliminarla, fuimos llegando a la conclusión de que no hay más remedio que evitar o atenuar sus consecuencias.

Que la mujer estéril mate a sus sobrinos o que el hombre le robe la fortuna a su hermano son casos dramáticos en los que la envidia se exhibe con toda su crudeza.

La furia descontrolada que puede llegar a producir es la causa de acciones irreparables que el derecho penal ha ido sancionando hasta que actualmente existen en menor grado.

Despojada de la descontrolada irracionalidad en la que pueden caer algunas personas, la envidia es una fuente de energía.

Quienes saben lo difícil que es tener la energía suficiente para hacer todo lo que nos exige la realidad para acceder a una calidad de vida digna, no encontrarían inteligente desaprovecharla.

Por lo tanto, ese impulso que nos lleva a igualar el bienestar de quienes están mejor, es un estímulo necesario, conveniente y aprovechable.

Sabemos que tenemos que hacer un uso cuidadoso de ese recurso. Toda gran fuente de energía es peligrosa en manos inexpertas o mortífera en manos negligentes.

Entonces, la pólvora, la electricidad, la fusión nuclear y la envidia son valiosas fuentes de energía cuyo aprovechamiento está reservado para quienes sepan cómo hacerlo.

●●●

(Maldita) Felicidad publicitaria

En un artículo titulado La naturaleza es hermosa pero antipática comento que para vivir hay que desarrollar una cierta fortaleza para poder resistir las agresiones propias de la naturaleza. El hambre, el cansancio, el dolor, son estímulos para que realicemos ciertas acciones necesarias para que el «fenómeno vida» siga ocurriendo.

Entre las personas también nos molestamos bastante y probablemente sea parte del régimen de «premios y castigos» usado por la naturaleza para hacernos mover.

La envidia es molesta, sobre todo para el envidioso (aunque al envidiado a veces también padece algunos inconvenientes).

Todos (absolutamente todos) tenemos una insatisfacción casi permanente. Son escasos los momentos en los que no sufrimos alguna carencia (hambre, sueño, aburrimiento, dolor, incertidumbre), sin embargo es normal que podamos observar a otras personas que parecen estar permanentemente felices.

La publicidad nos acosa mostrándonos personas sonrientes, hermosas, divertidas, radiantes, contentas. Aunque en menor grado, también nos rodean muchas personas que parecen no tener ninguno de esos inconvenientes que tanto nos molestan.

La envidia no es precisamente el deseo de poseer eso (objeto o situación) que el otro tiene sino que la envidia es el deseo de poseer el estado de ánimo que el otro parece poseer (supuestamente porque tiene ese objeto o situación).

La envidia entonces es un arma más de las diferentes manifestaciones agresivas que tiene la naturaleza para con nosotros, con lo cual hace que nos movamos porque el fenómeno vida depende de que actuemos casi permanentemente.

La naturaleza nos estimula con dolor y nos gratifica con alivio.

(Nota: Este artículo tiene una temática similar a la del artículo titulado Odio tu felicidad pero desde otro punto de vista).

●●●

«Hoy actúa John Money»

El dinero es una mercancía que puede canjearse por cualquier otra mercancía. Cuando el dinero no existía, las personas tenían que destinar mucho tiempo y energía en encontrar a quien tuviera lo que necesitáramos y que casualmente necesitara lo que teníamos para ofrecer.

Con dinero en nuestro poder, sólo tenemos que dedicarnos a buscar a quien posea lo que necesitamos porque seguramente aceptará nuestra mercancía-dinero.

La cualidad de ser universalmente aceptado lo ubica en el tope del ranking de popularidad. ¿Se imagina a un artista que fuera aplaudido por todos? ¿Que todas las personas estuvieran dispuestas a pagar una entrada para ver su actuación?

Como todos necesitamos ser aceptados y amados, toda persona u objeto que logre ese propósito, se constituirá en un modelo a imitar. Querremos parecernos a quien (o «a lo que») tenga la posibilidad de ser aceptado y amado.

Aunque bastante criticada, la envidia es el sentimiento que todos tenemos hacia quien (o «hacia lo que») logra ese preciado objetivo: ser aceptado y amado.

La envidia es criticada porque incluye el deseo de comerse al envidiado en la creencia de que así incorporaremos eso que lo vuelve aceptado y amado. Por lo tanto, la envidia incluye un deseo criminal.

Volvamos al dinero. En nuestra psiquis es, además de una mercancía, un símbolo que representa «lo más aceptado y amado». Por eso sentimos hacia él envidia y deseos criminales de incorporar su fantástica popularidad.

Con este trasfondo afectivo, no es raro que mucha gente esté enemistada con el dinero y lo mantenga lo más lejos posible, provocándose así la pobreza patológica.

●●●