jueves, 3 de abril de 2014

Filosofía oriental y occidental


En occidente creemos que los humanos somos una suma de características, (dualismo cartesiano), y en oriente creen que los humanos somos un todo indivisible (holismo).

Cada vez con más frecuencia se incluyen pruebas psicotécnicas en los concursos o en los exámenes de valoración laboral.

Quienes tienen la responsabilidad de elegir a los mejores candidatos para cubrir una vacante, quizá hayan encontrado que la evaluación fragmentaria de los interesados puede mejorarse con una evaluación que integre los aspectos psicológicos (inteligencia, creatividad, tolerancia, capacidad para inducir y deducir, personalidad, comprensión lectora, umbral de tolerancia a la frustración, estabilidad emocional, sentido del humor, aptitud para trabajar en grupo, afectos, celos, envidia, capacidad de concentración, aptitud para el aprendizaje, memoria, capacidad asociativa y otros).

El intelecto occidental está fuertemente marcado por el dualismo cartesiano. Este verdadero disparate que se ha instalado en nuestra cultura nos impide ver el bosque, porque solo podemos ver árboles, uno por uno, todos juntos (bosque), no.

Con el dualismo cartesiano (según el cual somos la suma aritmética de un cuerpo más un intelecto), suponemos que lo que vamos conociendo de nuestra existencia también debe agregarse en tono de adición, sin poder acceder a una comprensión global del ser humano.

De esta forma, los occidentales seguimos agregando más y más elementos nuevos, a medida que se van conociendo, pero resulta que a medida que se profundizan los nuevos conocimientos, no tenemos más remedio que destinar personas que solo se dediquen a estudiarlos. Esto explica por qué en occidente tenemos especialistas para casi cualquier rama del saber: son personas que saben mucho de poco.

En oriente piensan de forma diferente: ellos tratan de interpretar el mundo que los rodea considerándolo como un todo orgánico, armónico, equilibrado. Para los orientales, cada nuevo conocimiento es integrado al todo, tratando de entender cómo es parte inseparable del resto.

Cada intento de influir sobre algo (en el video puse el ejemplo de los errores ortográficos), debe encararse globalmente, considerando a la persona disortográfica como un ser completo, perfecto, armónico, equilibrado. Para los orientales, solo se puede mejorar algo mejorándolo todo.

Los negocios entre los chinos y los occidentales requieren de estos últimos un verdadero estudio de aquella cultura, porque si se los supone iguales a nosotros los desentendimientos pueden hacer naufragar cualquier contrato.

(Este es el Artículo Nº 2.158)



Otra forma de interpretar la Revolución Cubana


Quizá la Revolución Cubana admite otra interpretación diferente.

Antes de la Revolución, Cuba era un país tropical como cualquier otro, es decir, muy rico en alimentos, donde comer era tan fácil que los pobladores no podían desarrollarse superando dificultades, desafíos, escaseces que les exigieran esfuerzos físicos e intelectuales (1).

Como esa abundancia es dañina para el mejor crecimiento de los humanos, existían personas que acumulaban grandes cantidades de riqueza, porque espontáneamente, cuando estamos en un territorio demasiado generoso, unos pocos retiran la riqueza excesiva y nos dejan con lo mínimo para tener que esforzarnos para sobrevivir. Los ricos son eso: humanos que retiran la abundancia dañina, dejando a la mayoría con las condiciones de vida que tendrían en un territorio cuyas carencias exigieran esos esfuerzos que necesitamos hacer para desarrollar todas nuestras potencialidades.

La manera tradicional de adaptarnos a un territorio rico genera fuertes conflictos sociales, (entre explotadores ricos y explotados pobres); los pobres envidian a los ricos recolectores de excesos tóxicos, y en vez de luchar para conseguir lo que necesitan se dedican a odiarlos enceguecidos.

Todo es propicio para que surja un cambio: la Revolución Cubana exterminó a los ricos, instaló un gobierno que monopolizó el rol de extraer la riqueza tóxica y organizó la vida de los pobladores para que todos se sintieran iguales, sin envidia, con un Estado fuerte y rico que administra esos recursos excedentarios, que también fueron retirados del acceso público para que el pueblo pudiera contar con la escasez necesaria, pero sin enemistarse con nadie, sin padecer la envidia que antes sentía hacia los ricos explotadores.

Este experimento solo podía hacerse en una isla, donde fuera posible controlar las fugas de quienes no querían soportar la carencia que los haría crecer como individuos. Además, solo podía hacerse con un Fidel Castro, cuyo carisma permitió instalar este régimen que beneficia al ser humano. Estatizó la concentración de la riqueza excedentaria, la tóxica, la abundancia que les impedía desarrollar todos sus talentos.







(Este es el Artículo Nº 2.153)


Tierras fértiles e infértiles, vecinas


La convivencia de inmigrantes laboriosos con nativos indolentes puede ser conflictiva por la diferente actitud frente a la vida de quien conoce los desafíos y de quien no los conoce.

Sabemos que los territorios pueden ser muy diferentes a pesar de estar relativamente próximos. Por ejemplo, una tierra fértil puede estar al lado de una montaña 100% improductiva.

Imaginemos ahora que la zona montañosa y que la zona de praderas, pertenecen a pueblos diferentes. Casualmente, la línea fronteriza que los separa deja de un lado a la montaña infértil y del otro lado tierras aptas para cualquier cultivo.

Es claro que uno y otro pueblo tienen condiciones de vida muy diferentes. Podríamos adelantar que el pueblo que vive en la montaña tendrá que ser más ingenioso, trabajador, disciplinado, ahorrativo, solidario y tecnificado que el otro, el que vive donde la subsistencia puede depender de salir a recolectar frutos cada vez que sientan hambre.

Sin embargo, si esas personas pertenecieran a un mismo país, si ambas áreas geográficas no estuvieran separadas por una frontera, la situación sería diferente. Quizá la montaña estaría deshabitada y todos se juntarían en las tierras fértiles para disfrutar las bondades del terreno.

Ese conjunto de personas que se mudó desde la montaña al valle, ya no tuvo que esforzarse tanto, ni ser ingenioso, ni disciplinado, ni ahorrativo, ni solidario, ni tecnificado.

Existiría otro cambio importante: como todos los seres humanos somos diferentes en muchas características, pero fundamentalmente en nuestros sentimientos, deseos e intenciones, es seguro que los habitantes del valle no tendrían todos el mismo patrimonio: los extranjeros (ex-montañeses) tendrían más riqueza que los nativos, estos se sentirían incómodos con los extranjeros-ricos y eso daría lugar a un conflicto social entre pobres (nativos) y ricos (inmigrantes).

En la primera situación, cuando los habitantes pertenecían a jurisdicciones diferentes, no teníamos un conflicto social porque, en todo caso, ambos pueblos comerciarían, tendrían relaciones diplomáticas, pero no surgirían conflictos por envidia. Probablemente, los agricultores tendrían que importar muchos bienes de los montañeses más tecnificados y esto, hasta cierto punto, equilibraría la calidad de vida de uno y otro pueblo.

Como vemos, pertenecer a un mismo pueblo, el integrar una misma familia, genera conflictos, mientras que la separación aumenta las posibilidades de una mejor convivencia dentro de cada pueblo, buenas relaciones comerciales entre ambos colectivos, y una disminución de conflictos provocados por las desigualdades en la distribución de la riqueza.

Según esta hipótesis, la zona fértil estaría más expuesta a problemas sociales que la zona menos fértil. Los celos, la envidia, más el tiempo y la energía disponibles que permiten un territorio en el que no se presenten grandes desafíos, son factores que propician por sí solos, malestares explosivos.

(Este es el Artículo Nº 2.148)


Una verdad sobre la verdad

La verdad es algo que sobrevuela nuestros discursos, pero que casi nunca se dice o se oye. Consideramos verdad a ciertas historias que contamos y nos cuentan, con la solemnidad de lo que merece respeto.

Me parece que la verdad nunca tiene forma de confesión. Al contrario, cuando alguien está  confesando es cuando más control intenta tener sobre lo que dice. Quizá la máxima expresión de falsedad y cinismo ocurra cuando alguien anuncia que está dispuesto a confesar.

Hasta la persona más pudorosa pueden llegar a exhibir su cuerpo con absoluto desparpajo, pero no así sus deseos, las intenciones, los sentimientos que guarda en su mente bajo siete llaves.

La máxima desnudez corporal solo puede llevarnos a demostrar que somos animales mamíferos, pero la desnudez psicológica puede llevarnos a demostrar que no somos humanos sino monstruos abominables, imposible de amar. Por esto preferimos que se burlen y nos humillen por nuestro cuerpo sin ropas, pero eso no dejará de ser una forma de mirarnos, de incluirnos, de amarnos, aunque sea negativamente (repudiándonos).

Sin embargo, algunas verdades decimos, quizá para desahogarnos, pero lo hacemos con gran disimulo. Filtramos los contenidos a revelar.

Quizá existan dos formas de colar eso que diremos: la ficción (imaginativa, surrealista, delirante, metafórica) y la humorística (sardónica, cínica, despectiva, descalificante, destructiva, agresiva, cómica).

Nunca confesaremos la envidia que sentimos por nuestro hermano menor, pero insinuaremos que «no es tan inteligente como parece»; nunca confesaremos quién robó aquel objeto de valor cuyo ladrón jamás fue descubierto, pero comentaremos extrañados «¡qué cantidad de delitos nunca son descubiertos por la policía...y de eso nadie habla!»; nunca confesaremos las atormentadas dietas que hacemos para conservar un cuerpo delgado, pero le haremos bromas a los obesos.

Y así por el estilo. A todo esto es a lo máximo que podemos aspirar en sinceridad, en confesión, en franqueza. Los humanos decimos la verdad, pero sin darnos cuenta. No la registran ni quienes las dicen ni quienes las oyen. El psicoanálisis intenta hacer una lectura entre líneas del parloteo humano y, probablemente, a veces encuentra verdades químicamente puras, tan insólitas que ni el propio confesor puede dar crédito a lo que dijo sin darse cuenta.

Quizá existan dos condiciones predisponentes para entender algo de lo que se dice sin querer:

1) Poseer un inventario exhaustivo de nuestros defectos personales; y

2) Asumir que nadie puede hacer, pensar o decir algo que no sea estrictamente humano. La especie es una cárcel hermética: nadie escapa de ella ni puede incorporar características no humanas.

(Este es el Artículo Nº 2.156)