viernes, 23 de diciembre de 2011

La ortografía es antidemocrática

Existe una corriente simplificadora para democratizar ciertos beneficios pero la Real Academia Española no hace nada para democratizar el principal patrimonio cultural: el lenguaje.

No es nada sencillo conducir un automóvil en las densas calles de las ciudades más populosas.

Todos los involucrados hacen lo posible para que el acceso a la conducción de automóviles sea lo más popular posible: los fabricantes de vehículos, los ingenieros civiles que diseñan las calles y los expertos en señales de tránsito, parecen trabajar mancomunados para que puedan conducir su automóvil la mayor cantidad de ciudadanos.

Por su parte la industria informática hace algo similar demostrando estar guiada por el mismo espíritu democrático.

Los programas (software) cada vez requieren menos conocimientos especializados de los usuarios.

Hasta no hace mucho, para utilizar una computadora era preciso hacer cursos de varios meses de duración, sin embargo actualmente más personas le han perdido aquel terror de los primeros tiempos en los que los recién llegados temían apretar una tecla equivocada y modificar la dinámica del sistema solar.

El mercantilismo capitalista, con tal de optimizar su rentabilidad, se esfuerza para que exista una sola clase social: la de los consumidores.

Aunque ideológicamente parece ubicado en las antípodas del socialismo, el capitalismo aplica toda su energía en mejorar la calidad de compra de los potenciales clientes.

Más aún, a diferencia del socialismo, que tiende a igualar las posibilidades hacia abajo (tratando de quitarle a quienes más tienen para dárle a quienes menos tienen), el mercantilismo capitalista busca la forma de que todos tengan más: capacidad de compra, deseos, necesidades, deudas, envidia, estrés.

Observe esto: La Real Academia Española no hace nada para simplificar el idioma, generando de esta forma dos clases sociales respecto al dominio de la ortografía: unos pocos pueden con ella y una mayoría solo pueden abandonarla.

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sábado, 3 de diciembre de 2011

Los pueblos industriales se parecen a Dios

Como Dios lo hizo todo se merece lo mejor y, por analogía, los países industrializados merecen ser ricos.

Probablemente es el instinto de conservación el que nos obliga a querernos tanto.

El narcisismo, tan injustamente criticado, es el instinto que nos induce un profundo amor por nosotros mismos e indirectamente por todo lo que imaginamos como propio («mi hijo», «mi cónyuge», «mi país»).

Para que los ciudadanos estén dispuestos a entregar sus propias vidas y la de sus hijos cuando el país los reclama para conquistar militarmente nuevos territorios o para defenderlo (al país) de quienes los invaden, la propaganda de los gobiernos ha criticado ese instinto de conservación que nos caracteriza a todos los seres vivos.

También ha sido necesario que los ciudadanos sean generosos con las arcas del estado, no solamente para solventar los mismos gastos bélicos de ataque o defensa, sino también para pagar los gastos habituales de limpieza, salud pública, conservación de construcciones transitables, proteger a los desvalidos.

Aquel instinto de conservación que se manifiesta en forma de narcisismo es causa fundamental de la resistencia a pagar, a colaborar, a donar, contribuir, ayudar. El instinto de conservación y el consiguiente narcisismo promueven el egoísmo, el individualismo, la avaricia.

Las religiones trabajan junto a los gobernantes para condenar el narcisismo. Los siete pecados capitales son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

La soberbia es el principal derivado del narcisismo. Dios, porque es perfecto, es el único que puede ser soberbio. Él es el gran fabricante.

Podemos pensar que los países vendedores de «commodities» (1) vendemos lo que Dios nos regala (productos naturales) mientras que los países industrializados son como Dios porque fabrican, transforman, crean.

La religiones opinan que tanto Dios como los humanos que fabrican a la par de Él, se merecen las mayores riquezas.

(1) La inocencia de quien roba a un ladrón

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sábado, 5 de noviembre de 2011

La sublimación por miedo

Los personajes más admirados, famosos y triunfantes, son personas con un cierto talento pero, sobre todo, un fuerte temor a no recibir el amor que todos necesitamos.

«Sublime» es un adjetivo, un modificador del sustantivo, un calificativo caracterizado por significar algo excelente, insuperable, maravilloso.

Estaremos de acuerdo en que cuando algo o alguien se merece el rótulo de «sublime», está dependiendo de una opinión totalmente subjetiva de quien o quienes la pronuncien.

En nuestra cultura vergonzosa, amante del dolor, los suplicios y los mártires, cazadora de quienes disfrutan de la vida, tienen dinero o parecen felices, suele decirse genéricamente que las pasiones personales o colectivas son sublimaciones del deseo sexual.

Dicho de otro modo, subjetivamente tendemos a pensar que un gran cantante, un admirable deportista o un Premio Nobel de química, son personas que han sublimado sus deseos sexuales, derivándolos hacia las actividades que no son condenadas por nuestra moral contraria al disfrute.

Cuando usamos el refrán «las apariencias engañan» estamos refiriéndonos a este retorcimiento de nuestras pasiones básicas hasta convertirlas en otras que reciban la aprobación colectiva.

Y la satisfacción de las expectativas colectivas es obligatoria porque la sanción social para quienes la frustran es muy difícil de soportar.

Bajo una apariencia de libertad en los hechos condenamos a personas de otras razas, idiomas, vestimenta, creencias, opciones.

Y la amenaza mágica que profieren nuestros vecinos parece infantil: «no te quiero más», lo mismo que suelen decirnos los niños cuando se enojan por haber sido molestados por nuestras normas (comer en hora, bañarse, abandonar el parque de diversiones).

En suma: los sublimes personajes que nos llenan de admiración y de envidia, suelen ser personas dotadas de un talento especial pero sobre todo, son individuos que abandonan sus placeres instintivos por temor a perder lo que todos necesitamos: amor, aprobación, compañía.

Artículos vinculados:

Los insultos sexuales alivian frustraciones

Lo bueno y lo malo de la agresividad

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La justicia vengativa y la pobreza envidiosa

Del uso del lenguaje depende que los cambios sociales y económicos ocurran o queden bloqueados por décadas.

Alguna vez he comentado sobre los «eufemismos» (1): esos vocablos que comienzan a utilizarse para sustituir otros antiguos y que por algún motivo han generado una connotación desagradable. Así tenemos el caso de «personas grandes» para sustituir a «personas ancianas», «hacer el amor» para sustituir a «copular», «películas condicionadas» para sustituir a «películas pornográficas».

La connotación desagradable de los antiguos vocablos que caen en desuso puede referirse a cuestiones de amor propio, a no querer reconocer que hubo un error.

Un manejo inteligente del lenguaje puede permitir que algo ocurra mientras que un uso torpe del lenguaje puede impedir un hecho.

Estas reflexiones están inspiradas por algunos usos idiomáticos que se hacen en Cuba para poder ir cambiando el modelo revolucionario hacia una economía que mejore el nivel de vida de la población.

Sería contraproducente que los líderes comunicaran un «cambio del modelo revolucionario» porque eso causaría la impresión de que estuvieron equivocados durante medio siglo.

Es más inteligente decir que la nación ingresa en una etapa de actualización del modelo económico.

Algo similar ocurre con el concepto de justicia. Si decimos la cruda realidad, no podemos evitar concluir que se trata lisa y llanamente de una venganza organizada, burocratizada, sistematizada por el Estado.

Para evitar este choque frontal contra la realidad, todos somos educados para creer que la justicia es un valor sublime, excelso, superior. Haciéndolo así, podemos mejorar la convivencia pues efectivamente tramitamos la venganza, aplicamos la Ley del Talión y nadie se siente atacado en su sensibilidad.

Volviendo al caso cubano, es mejor dulcificar paulatinamente la furia que hace medio siglo se desató contra los ricos a reconocer que esa furia no es más que una envidia inconfesada.

(1) Dios es [hacer el] amor

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La enfermedad que nos alivia

Cuando nuestra mente construye historias terroríficas a partir de datos imaginarios, la vida se convierte en un tormento insoportable. En estos casos, buscar certezas puede ser una actitud desesperada que no repara en costos. Por eso la aversión a la duda y a los riesgos, puede ser causa de enfermedad y el consiguiente empobrecimiento.

La convicción nos genera un gran alivio, inclusive cuando el yerro y las consecuencias materiales de esa convicción sean notoriamente perjudiciales.

Para no pensar en todo lo que nos puede pasar, para eludir la mortificación que nos provoca la inseguridad, la duda, el no saber si estamos próximos a sufrir, usamos algunas técnicas:

— Quienes adhieren al «pensamiento único», se oponen a la libertad de expresión y sólo admiten un partido político, una sola religión, una sola opinión. Es la anulación total de la libertad, de la diversidad, de la tolerancia;

— Una «idea fija» es una patología psíquica muy severa que padecen pocas personas aunque en muchos casos diagnosticamos «artesanalmente» esa característica en quienes sólo piensan en una sola cosa (el sexo, la corrupción, la envidia);

— La obsesión tiene semejanzas con la idea «idea fija» pues el obsesivo pierde la capacidad de modificar su conducta para adaptarse mejor a las circunstancias cambiantes. No es temerario suponer que la obsesión (como los ya mencionados), tiene como estímulo privilegiado el control de la mortificante incertidumbre;

— Desde mi punto de vista, podemos padecer cualquier enfermedad, padecimiento o accidente para «ayudar» a nuestra mente a que se fije, concentre, focalice en recuperar la salud, aunque el motivo desencadenante haya sido el apartamiento de la incertidumbre. Una fuerte preocupación «encarcela» el pensamiento cuando su libertad es fuente de dolor.

En suma: Los diferentes procedimientos para eludir la incertidumbre, siempre limitan la potencialidad productiva y por eso son causa probable de empobrecimiento.

Nota: La imagen es un autorretrato de la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954), titulado «La columna rota».

Artículos vinculados:

La incertidumbre, el cuerpo y el patrimonio

La ambivalencia de la figura materna

¿Por qué un círculo es perfecto?

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domingo, 2 de octubre de 2011

Envidiamos a los ladrones

Los ladrones nos provocan envidia. Esto nos confunde y desorienta, nos irrita, nos impide encontrar soluciones para la delincuencia.

Según algunas fuentes tan poco confiables como cualquier otra, la pobreza extrema (indigencia) provoca el 3% (tres de cada cien) de los atentados contra la propiedad (robo).

Hasta donde puedo comprender con mentalidad psicoanalítica, el resto de los delitos están provocados por personas (casi todos hombres) que se dedican a esta actividad porque poseen la vocación suficiente y el talento necesario.

Una sociedad está organizada en forma de red de pesca; si los vínculos son representados por hilos que tocan a uno y otro ciudadano, el entrecruzamiento de esos «hilos» generaría algo similar a una tela.

En términos sociales, es posible decir que «todos estamos vinculados con todos» (directa o indirectamente, convendría agregar).

Los humanos tenemos ciertas características, siendo una de las más importantes que casi no conocemos nuestra psiquis (ni la propia ni la ajena).

Como agravante de este desconocimiento de nuestra especie, se agrega que deseamos e imaginamos ser de una determinada manera. Queremos (imaginamos) ser inteligentes, simpáticos, honestos, veloces, infalibles, y en general, poseer cualquier otro atributo que nos aporte valor.

En suma: nuestra inteligencia es poco apta para auto conocernos y además está distorsionada por los prejuicios (de que somos maravillosos, ...).

Los humanos aceptamos la propiedad privada a regañadientes. Queremos ser dueños de todo pero nos cuesta aceptar que otros sean dueños de algo.

Los humanos aceptamos a regañadientes que otros sean más felices. Nos cuesta no agredir a quienes exhiben mejor calidad de vida que la nuestra.

Creemos

— que los ladrones son más felices que los honestos,
— que trabajan menos,
— que si no fuera porque somos tan honestos, seríamos felices.

Conclusión: Los ladrones nos irritan porque los envidiamos, sobre todo si nos roban.

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El sobreendeudamiento y los privilegios

Los privilegios generan envidia aunque para conservar esa ventaja el privilegiado tenga que soportar presiones que lo hacen repudiar eso que provoca envidia.

Porque mi madre era maestra, fui a las escuelas donde ella trabajaba.

Sus compañeras tenían una especial consideración conmigo. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Todos suponíamos que mis calificaciones eran excelentes porque las maestras querían quedar bien con su amiga. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Los niños suelen creer que los profesionales nacen, no se hacen. Para ellos es algo genético. La sabiduría brota por sus poros. Los hijos de maestra también son genéticamente sabios. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Este clima social para un niño en edad escolar es muy extraño. Yo no sabía qué hacer con tantos honores, ventajas, riquezas.

Lo que mis compañeros no sabían era cómo vivía yo esas ventajas que ellos envidiaban.

A los niños comunes les ponen la nota por lo que han logrado y a los hijos de las maestras les ponen la nota por lo que tendrán que lograr, quieran o no quieran, sin importar los litros de lágrimas que derramen.

Los niños comunes producen primero y cobran (la calificación) después. Los hijos de maestra cobran primero y tienen que producir después, puedan o no puedan, les guste o no, tengan o no la inteligencia suficiente.

Los niños que tienen el dudoso privilegio de ser hijos de la maestra viven «sobreendeudados » (fueron calificados tomando en cuenta rendimientos futuros), bajo la presión agobiante de la obligación. Viven prematuramente a crédito.

Es posible deducir que algunos adultos perjudicados por el costo emocional y económico de estar sobreendeudados, necesitaron sentirse privilegiados, envidiados, «hijos de la maestra».

En suma: Algunos sobreendeudados gozaron (necesitaron) el beneficio de sentirse dignos de crédito, confiables, amados.

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La pobreza inconsciente

Conscientemente queremos ser ricos aún cuando hipócritamente rechacemos esa condición. Como la mayoría obedecemos al inconsciente y este quiere ser pobre como los demás animales, los ricos son las excepciones que evaden el mandato del inconsciente.

Ocultamos la riqueza:

— Para evitar los efectos devastadores de la envidia que otros puedan sentir;

— Porque la sociedad ejerce una mayor presión impositiva sobre quienes más tienen para dar, es decir que aunque somos todos valorativamente iguales, a los ricos se les exige un mayor esfuerzo, cosa que a nadie le gusta;

— Los delincuentes prefieren a los ricos para perpetrar sus fechorías pues el afán de lucro es el principal estímulos de su actividad;

— La religión mayoritaria (católica) condena a los ricos, sin importar que el Vaticano ostente fortunas en medio de la miseria que la rodea;

— Las corrientes de izquierda, de forma similar a como lo hace la iglesia católica, agita un discurso moralista contra la mezquindad, avaricia, inescrupulosidad de los ricos, aunque entre sus filas militen personas con grandes patrimonios;

— Existe la creencia de que el dinero hace la felicidad, aunque simultáneamente todos repetimos mecánicamente que eso no es así;

— Los humanos suponemos que mucho dinero equivale a mucha salud, mucha alegría, mucho poder y eso despierta la envidia ya mencionada pero también indisimulada agresividad porque esas ventajas y privilegios están ideológicamente demonizados.

El ser humano, con o sin fortuna, necesita ser amado, huye de los ambientes geográfica y socialmente hostiles, tiende a buscar lo mejor a cambio del menor esfuerzo (1). Por eso la condición de rico es rechazada instintivamente aunque nuestra racionalidad consciente nos hace pensar que sería lindo tener mucho dinero y que no hay nada mejor que el poder económico.

En suma: Conscientemente queremos ser ricos pero inconscientemente buscamos la pobreza económica que tienen los demás animales.

(1) Sobre la indolencia universal

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Criterios de decisión de un votante

El razonamiento que hacemos los votantes para entregar nuestro voto es pobre, infantil, desorganizado, impulsivo, coyuntural, nada confiable.

Como detento el envidiable privilegio de no saber nada de la política de España, me abocaré en este artículo a opinar sobre su actual presidente.

Quienes conocen de política profunda saben que los mejores yacimientos de sabiduría radican en las amas de casa, en los poetas y en los ignorantes (en orden ascendente).

Casi todo el mundo lo llama por el apellido de la madre (Zapatero). En la cuna del machismo latinoamericano, a su presidente le ignoran el apellido paterno, alegando con total razón que los rodríguez son infinidad.

Pero además, pensando con cabeza de marketinero yanqui, tiene un fuerte poder pregnante (no sé qué quiere decir, pero lo tiene) por aquello de «zapatero a tus zapatos».

Para comprender mejor el efecto hipnótico de este apellido, recordemos que la moral de los españoles anda por el suelo porque la crisis económica los está maltratando hace muchos años.

No se me escapa que además del apellido materno y significativo, el hombre tiene una cara particularmente atractiva para quienes construyen un personaje tatuándolo en la retina de la población: los fotógrafos.

Con ese rostro dan de comer a sus hijos una legión de caricaturistas con lo que no sólo se obtiene el efecto social directo sino también alentar, alegrar, entusiasmar a los ciudadanos votantes.

La deformación elegante, artística pero también un poco desenfadada que se publica en un periódico, causa gracia y relativiza el poder, prestigio y brillo del caricaturizado.

Si un gran personaje tiene condiciones para ser caricaturizado, permite suponer que es accesible, humilde, sin excesivo amor propio.

Pero lo más importante es su parecido con el humorista británico Rowan Atkinson (Mr. Bean).

En suma: un personaje popular se construye sumando importantes atributos.

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El poder del pensamiento

«Querer es poder» piensan quienes creen en la desgracia provocada por una maldición y hasta prefieren empobrecer antes que ser envidiados.

Nuestra flexibilidad de criterio está al servicio de nuestro bienestar.

Gracias a esa elasticidad podemos aplaudir a un narcotraficante porque donó una estufa eléctrica en la escuela de nuestro hijo, podemos votar al peor político de nuestro partido y hacer campaña en contra del mejor político del partido opositor y tenemos leyes que no consideran delito que un padre oculte a su hijo delincuente.

Y ya que menciono a la delincuencia, los humanos podemos sentirnos identificados con un ciudadano poderoso, popular, rico utilizando el mismo grupo de sentimientos con el que desconocemos la condición humana de quienes están pupilos en los centros de reclusión (cárceles, reformatorios, manicomios).

Dicho de otro modo: nos identificamos con los prestigiosos y no lo hacemos con los menos favorecidos. Amamos a los ganadores y despreciamos a los perdedores. Reverenciamos a los temibles y «hacemos leña del árbol caído».

Cuando nos complace identificarnos con un semejante, podemos sentir sentimientos de hermandad hacia él. De hecho algunas religiones lo explicitan cuando se refieren a otros adherentes al mismo credo.

«Nada mejor que formar parte de una familia», dice la mayoría.

Efectivamente existe el convencimiento en que una familia es la mejor forma de agrupación.

Sin embargo en este grupo también ocurren circunstancias adversas que arrancan lágrimas de indignación en algunos integrantes.

Los celos entre hermanos son eternos y universales.

Y los celos se agravan con la envidia. Quienes saben lo que se siente por un hermano envidiado, jamás querrían recibir ese sentimiento.

Quien cree en la omnipotencia del pensamiento («Si deseo que alguien muera, morirá»), se horroriza de que alguien sienta por él lo que él siente por quienes envidia.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

Los envidiosos no pueden liderar

Los varones seríamos líderes naturales si no fuera porque la envidia del útero nos vuelve autoritarios, abusadores y antidemocráticos con las mujeres.

La naturaleza es sabia... o le asignamos este atributo positivo porque no hay otra cosa, no tenemos más remedio, o porque es tan poderosa que más nos vale dejar de luchar contra ella y ponernos de su lado.

Es «sabia» (¿?) porque en su funcionamiento armónico y automático, incluye el malestar como estímulo imprescindible para que los seres vivos actuemos de cierta forma conveniente para conservar el fenómeno vida (1).

Decía en otro artículo (2) que por razones anatómicas, los varones que integran un colectivo mixto deberían ser los que piensan, deciden y hacen cumplir las normas de convivencia y que las mujeres integrantes de ese colectivo, deberían sentirse cómodas aceptando ese mando masculino.

En el mismo artículo señalé que esto no es posible porque los varones, estúpidamente nos envalentonamos cuando tenemos alguna cuota extra de poder y no se nos ocurre nada mejor que desvalorizar a los subalternos, quienes reaccionan con rechazo a ese estado de cosas, rebelándose e impidiendo que ese rol de mando pueda ser ejercido (por lo varones).

Pero esta estupidez masculina o de quienes se inflaman de narcisismo cuando se calzan alguna gorra de mando, puede tener una explicación.

Ya he comentado que los varones padecemos «envidia del útero» (3).

Esta sería una causa que explicaría por qué aprovechamos las oportunidades de descalificar a las mujeres: para no sentirnos tan mal por disponer de un cuerpo incapaz de gestar y alimentar a un nuevo ser humano.

En suma: es probable que los varones estemos mejor dotados para liderar las acciones de los grupos humanos pero la envidia del útero nos vuelve mandones, autoritarios, antidemocráticos con las mujeres, simplemente porque las envidiamos.

(1) Blog especializado Vivir duele
(2) Subordinar no deshonra al subordinado
(3) Bill Gates no puede gestar
El embarazo de ambos sexos

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viernes, 5 de agosto de 2011

El curador compulsivo

Algunas personas (sobre todo profesionales de la salud) acometen con neurótica agresividad los trastornos de salud de sus pacientes y conocidos.

Denomínase «furor curandis» a un desmesurado, incontrolable y obsesivo deseo de curar.

Esta particularidad la encontramos en muchas personas y trataré de explicar por qué reaccionan con tanta energía tratando de resolver los problemas de salud de quienes le comentan sobre algún padecimiento.

Casi todos tenemos esta alergia a los inconvenientes ajenos, sólo que son unos pocos los que se preocupan demasiado.

Ellos creen hacerlo por nuestro bien, por solidaridad, por amor al prójimo, pero este sólo es su aspecto exterior, en el fondo están motivados por los mismos sentimientos egoístas de todo el mundo sólo que lo condimentan con esta exhibición de interés, amor, pasión (¡furor!) como si fueran mejores amigos que cualquier otro.

Uno de los motivos que tienen para actuar de forma tan extrema es que ellos piensan que están dentro del grupo de los «sanos crónicos», es decir que según su fantasía han sido elegidos por la buena suerte para no saber qué es enfermarse.

Ellos sienten el verdadero valor de esa fortuna cuando tienen la suerte de encontrarse con alguien que está enfermo y les cuenta su desventura.

Nuestro «sano crónico» se siente sumamente gratificado por esta noticia porque algo aburrido de su envidiable condición es que sólo se da cuenta del patrimonio invalorable que tienen cuando alguien le exhibe su mala suerte.

La reacción furiosa contra la enfermedad del otro se desencadena porque el súper sano cree que él sabe vivir, supone que la buena salud es obra suya y que, por lo tanto los enfermos son gente equivocada que necesita consejos, recomendaciones, datos, ideas, soluciones, guía, para rectificar la equivocación y así reintegrarse al inteligente grupo de quienes saben vivir.

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La omnipotencia demasiado ridícula

El dinero no es nuestro objetivo último sino un medio para acceder al verdadero objetivo que es «tener poder». Por esto es que nos avergüenza confesar indirectamente nuestra ridícula omnipotencia.

Parece verdadero que las personas tenemos más dificultades para tratar asuntos de dinero que para tratar asuntos sexuales o de cualquier otra apetencia orgánica (comer, dormir, evacuar).

Las necesidades y los deseos tienen alguna representación mental porque podemos pensar por el estímulo que ellos nos provocan: «quiero descansar», «necesito comer», «deseo tomar clases de piano».

La necesidad o el deseo de tener dinero también pueden expresarse porque pueden ser pensados, pero hay una diferencia.

Las necesidades o deseos tienen un límite porque el cuerpo deja de tener hambre, se cansa de estar acostado, se aburre de tocar el piano, sin embargo la acumulación de dinero, la necesidad o deseo de enriquecer no tienen un tope.

Los humanos no contamos con una señal de hastío, de hartazgo, de aburrimiento respecto al dinero como sí tenemos para cualquier otro tipo de satisfacción (comer, dormir, divertirnos).

Aunque todos tenemos una similar predisposición a enriquecer, luego aparecen tres características diferenciadoras:

— Todos disponemos de diferente talento (inteligencia, habilidad, resistencia al cansancio) para producir riquezas;

— Todos disponemos de diferentes oportunidades (mercado, herencia económica y genética);

— Todos disponemos de diferente fortaleza para soportar las consecuencias sociales que implica tener dinero (pagar impuestos, defender la fortuna de los depredadores, contrarrestar las consecuencias de la envidia).

En otras palabras: todos estamos dispuestos (en cuanto a necesidades y deseos) a ser ricos, pero no todos sabemos cómo hacerlo y no todos podríamos tolerar las consecuencias de llegar a serlo.

Sin embargo, el dinero no es lo que buscamos sino el poder que él confiere.

Conclusión: los temas de dinero nos avergüenzan porque dejan ver nuestro afán de poder ridículamente ilimitado.

Nota: La imagen corresponde a una escena de la película escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin en el año 1940, donde se hace una parodia del afán de poder de Adolfo Hitler.

Artículos vinculados:

Los ciudadanos con pañales

El conocimiento sublime

Su majestad Don Dinero

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Las ventajas de la confusión

Buscamos la confusión, la obnubilación e indiscriminación porque son placenteras y rechazamos la lucidez y la discriminación porque provocan malestar.

Una tradición religiosa vigente en algunas ciudades españolas es la de que los niños van recorriendo a los participantes de una procesión pidiéndoles que dejen caer algunas gotas de cera de sus lirios (velas) encendidos para formar una bola multicolor, compuesta por la fusión de los aportes (imagen).

He comentado en otros artículos (1) que cuando nacemos, nuestro cerebro no tiene aún el desarrollo suficiente como para poder discriminar. Recién cuando accedemos a la madurez anatómica correspondiente a los 18 ó 24 meses, comenzamos a darnos cuenta que la realidad no es un todo que nos pertenece sino que todos son objetos o sujetos ajenos, que nos acompañan pero que no forman parte nuestra.

Sin embargo, aquella sensación primaria no desaparece totalmente. Continuamos percibiendo algunos estímulos externos como si estuvieran fusionados, al punto que a veces no sabemos si una situación es propia o ajena. Me refiero a la solidaridad, la identificación, la simpatía, la empatía.

Podría decirse que existen tres niveles de con-fusión:

— Es total en algunos enamoramientos, en algunas relaciones madre-hijo;
— Es parcial cuando reconocemos una realidad externa pero igual sentimos una fuerte integración con ella, como por ejemplo, ante algunas tragedias o en estados de trance místico;
— La con-fusión es casi nula cuando percibimos con nitidez que «yo soy yo y los demás no son yo».

La mayor parte de estas experiencias menos confusas están marcadas por sentimientos tan agresivos como son el odio, la frustración y la envidia.

Se percibe entonces una situación adversa: La con-fusión es promotora de sentimientos tan agradables como el enamoramiento, la pasión religiosa, la solidaridad intensa y la sensación contraria (discriminación) es la promotora de la mayor claridad mental, lucidez, conciencia.

(1) No soy Bin Laden

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lunes, 11 de julio de 2011

El subdesarrollo feliz

Los niños tienen todo para ser felices pero estratégicamente es un error alegrarles tanto la existencia que luego no quieran abandonar la etapa infantil.

Es una deducción confiable afirmar que nada imperfecto puede realizar algo perfecto.

Otro razonamiento es aún más amplio y abarcativo: «No se puede sacar de donde no hay».

Por lo tanto, si los humanos somos imperfectos, nunca podremos hacer algo perfecto... y para terminar: quienes se creen perfectos, no solamente están ligeramente equivocados sino que sus esfuerzos para perfeccionarse están condenados al fracaso.

Sin embargo, como yo soy imperfecto, esto que acabo de decir también incluye por lo menos un error: los perfeccionistas están condenados al fracaso aunque obtienen logros más valiosos que aquellos cuya filosofía de vida es tan indolente que convierten en más imperfectas las imperfecciones que realizan.

Como «lo perfecto es enemigo de lo bueno», podríamos concluir que los que aspiran a la perfección, nunca la alcanzarán pero como ciudadanos, trabajadores o compañeros de especie, suelen hacer mejores aportes que los que se proponen metas especialmente mediocres las que luego quizá tampoco alcancen.

Tan interesante es la envidia, que he creado un blog sólo para ella. (1)

Siempre nos decimos mutuamente que este sentimiento es negativo, sin embargo, como todo lo nuestro es imperfecto, tenemos que concluir que algo bueno puede tener.

Efectivamente, a los niños y adolescentes les conviene envidiar a los adultos porque este malicioso impulso los alentará a llegar a la edad productiva, reproductiva y responsable.

El inocultable malestar que produce la envidia le quitará a su vez ese idílico placer que los adultos sienten por regresar a la etapa cuando eran mantenidos, mimados, irresponsables.

En suma: Lo mejor que puede pasarle a una persona es que siempre lo hayan tratado bien aunque evitándole cualquier estímulo a conservarse subdesarrollado.

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La regulación de las pasiones

Todas las clases sociales sufren una represión de sus pasiones.

No es pesimismo ni escepticismo: los seres humanos tenemos dificultades para convivir en paz.

Nuestras pasiones (amor, odio, ambición, codicia, celos, envidia) nos llevan a reacciones que en su mayoría son antisociales, destructivas, peligrosas. De las seis mencionadas entre paréntesis, sólo el amor parece la menos preocupante aunque si se frustra puede encender a las otras cinco.

Simultáneamente no podemos vivir aislados. El instinto gregario nos obliga a vivir juntos.

Con estos elementos podemos proponer —sin pesimismo ni escepticismo—, que estamos condenados a tener conflictos que estamos condenados a resolver porque estamos condenados por el instinto gregario a vivir juntos.

¿Entonces, cómo nos organizamos para que esta rutina esté más o menos organizada?

Propongo pensarlo de esta manera:

— Un grupo de personas está encerrada en cárceles. Fueron elegidas porque transgredieron leyes penales (robo, homicidio, violación);

— Un grupo de personas está encerrada en la pobreza. No sabemos por qué fueron elegidas para padecer esas limitaciones económicas, pero lo cierto es que se trata de un grupo generalmente mayoritario que cuando despliega sus pasiones humanas lo hace con mínimos recursos;

— Un grupo de personas está encerrada en la riqueza. Tampoco sabemos por qué fueron elegidas para padecer esas limitaciones económicas, pero lo cierto es que se trata de un grupo generalmente minoritario que cuando intenta desplegar sus pasiones humanas se ve amenazada por una educación que le impuso una mayor disciplina, su compromiso con la sociedad es máximo porque al tener solvencia económica es el blanco de máximas indemnizaciones, su patrimonio es muy vulnerable a la inconducta, cualquier error puede enviarlo rápidamente a la ruina económica, lo cual para su psiquis equivale a una muerte en vida.

— La clase media está sometida a una mezcla de los mencionados factores represivos.

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La terapéutica literaria

Usamos las novelas escritas o filmadas para procesar, resolver, aliviar las pasiones que nos angustian. Por esto los escritores y directores también son profesionales de la salud mental.

Es posible afirmar que las poderosas pasiones humanas (amor, odio, ambición, codicia, celos, envidia) siempre fueron estudiadas, tratadas, definidas por los grandes dramaturgos y novelistas, hasta que apareció Sigmund Freud (1956-1939), inventor del psicoanálisis, quien según he propuesto en otros artículos (1), es probable que también haya sido un novelista pero que por error su obra terminó siendo mejor reconocida como ciencia que como arte, aunque insisto en que era un gran escritor.

En realidad Freud lo que hizo fue aplicar un estilo tan particular a su creación, que a partir de él se formó una nueva rama del árbol descriptivo de las pasiones humanas.

El gran tronco literario no se detuvo, continúa creciendo con el agregado de nuevos autores que, justo es reconocerlo, prácticamente no agregan nada novedoso.

Me atrevería a decir que las novedades se terminaron con William Shakespeare (1564-1616) (imagen). A partir de él, casi todo lo escrito gira en torno a los mismo temas con alteraciones en la forma de redactar, con la inclusión de algunas anécdotas interesantes para el lector, ... pero las pasiones humanas siguen siendo material privilegiado de la literatura, con o sin los aportes freudianos.

Y al hablar de creación literaria estamos reconociendo el predominio de la ficción, de lo fantaseado, del «como sí».

También es posible proponer a esta altura que los imparables motores, móviles, resortes del acontecer humano son tratados, entendidos, pensados poniéndolos en el lugar de personajes, de semejantes inventados cuyas vicisitudes, peripecias, éxitos y fracasos vivimos como propias.

En suma: los humanos procesamos (intentamos solucionar) la mayoría de nuestras emociones personales poniéndonos en el lugar de personajes imaginarios, inventados, inexistentes.

(1) Todo tiempo pasado tenía un futuro

Freud y Drácula

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martes, 7 de junio de 2011

Las ganancias excesivas

La intención de perjudicar a un semejante sigue funcionando porque en algún momento cualquiera de nosotros procura aprovecharse de alguien que nos aventaja en malicia.

Es probable que nuestro hijo de seis años, con inteligencia normal, entregue su bicicleta a cambio de un vistosa figurita con la foto de un jugador de water-polo de Ucrania, calculando que poseer para siempre la imagen de un rubio enorme comiéndose una banana en actitud simiesca es algo fascinante y mucho valioso que esa bicicleta que usa desde hace seis meses.

En su escala de valores hizo el gran negocio y no sólo poseerá el excelente trofeo sino que en las próximas reuniones familiares los padres orgullosos le pedirán que les cuente a los tíos una y otra vez, cómo fue que planificó y perpetró una transacción tan gananciosa.

Ya es lo suficientemente hábil como para esperar el mejor momento para comunicar la noticia. Quizá lo haga a la hora de la cena, interrumpiendo la discusión de los padres que tienen que renovar el contrato de alquiler con una suba en el precio que aún no saben si podrán pagar.

De paso aprovechará para que la hermana mayor se ponga verde de envidia y celos al ver que el más chico —a quien vive dando órdenes y denunciándolo con imperdonable infidelidad—, es mil veces más inteligente que ella y que tendrá un maravilloso futuro de prosperidad y que hará una gran fortuna dedicándose a negocios como este.

Con ese compendio de fantasías optimistas, cada uno se imaginará cuán doloroso será para este niño el aterrizaje en la realidad cuando los padres quieran matarlo por ingenuo y la hermana no pare de reírse de su hermano tonto.

¿Verdad que esto le puede pasar a cualquiera aunque tengamos veinte años más que nuestro amiguito?

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El embarazo de ambos sexos

El deseo de gestar es de ambos sexos. Ellas pueden lograrlo realmente y ellos pueden aparentarlo con grandes creaciones. También es una metáfora eficaz buscar situaciones embarazosas que nos estorben, enlentezcan o retarden.

Si nos dirigimos a nuestro frecuentado amigo el Diccionario de la Real Academia, observaremos con cierta sorpresa que el verbo embarazar tiene como primera acepción nada menos que «Impedir, estorbar, retardar algo».

En otro artículo (1) les decía que la naturaleza sigue sobrecargando al sexo femenino con el compromiso biológico de gestar y alimentar a los nuevos ejemplares de nuestra especie.

Sin embargo el deseo humano no responde a ninguna lógica y el propio sentido común suele malinterpretarlo.

Hasta donde he podido observar las mujeres, desde que tienen dos o más años, ya empiezan a jugar preferentemente con la fantasía de que son madres y cuando la menstruación ha quedado muy atrás, continúan teniendo actitudes maternales.

O sea que el embarazo implica un gran esfuerzo pero igualmente es deseado.

Esto no sería nada comparado con algo aún más increíble: ¡los varones también queremos ser madres!

Estoy convencido de que los hombres tenemos una «envidia del útero» que se compensa precariamente con una pasión creadora imparable. Hacemos puentes, edificios, máquinas, esculturas (imagen).

Es muy poco probable que una mujer haga tanto esfuerzo. Ellas tienen resuelto su afán de realización tan solo gestando y criando un hijo.

Lingüísticamente tenemos un detalle interesante para considerar.

Si el verbo «embarazar» significa principalmente «impedir, estorbar», es muy probable que algunas personas, en su afán por satisfacer ese extraño placer de gestar, busquen situaciones en las que se vean «impedidos o estorbados».

En suma: Algunas faltas de rendimiento laboral, la baja productividad de nuestro esfuerzo puede ser causado porque buscamos situaciones complejas, molestas, que retarden nuestra producción, es decir: embarazosas.

(1) La naturaleza sobrecarga a las mujeres

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La justicia y el egoísmo

Denunciar las injusticias recibe aprobación cuando el acusador cuenta con motivos suficientemente egoístas.

¿Qué motivo podemos tener para denunciar una mala acción cometida por otra persona?

En términos generales el más común y justificado es el haber sido la víctima directa de esa mala acción.

Por ejemplo: «Señor policía, esta persona se apoderó de mi bicicleta y no quiere devolvérmela. Por favor, intervenga.»

Otro motivo frecuente es el haber sido testigo de un ilícito de tal importancia cuyo ocultamiento nos convierta automáticamente en cómplices.

Por ejemplo: «Señor policía, en esa casa venden cocaína a menores de edad. Lo he comprobado con mis propios ojos».

Otro motivo frecuente es la envidia. Está menos justificado pero ocurre.

Por ejemplo: «Señor policía, mi vecino cambia de auto todos los años y es un simple empleado de la Oficina de Correos. Puede estar teniendo un enriquecimiento ilícito.»

Otro motivo frecuente es la defensa incondicional de los valores morales. Para quienes comparten esa filosofía de vida la denuncia es una actitud encomiable y para el resto no es más que un idealismo combinado con una incitación a la violencia.

Efectivamente, en nuestra cultura parece conveniente no ser comedido, complaciente, servicial, oficioso.

Parecería ser que estamos obligados a denunciar un ilícito sólo en el caso de que la ley considere que la omisión equivale a una complicidad (no denunciar un crimen, por ejemplo).

Excepto esos delitos muy graves, los ciudadanos podemos hacer la vista gorda, hacernos los desentendidos, mirar para otro lado, no involucrarnos, y nada nos ocurrirá.

El propio sistema policial y judicial tienen la fama de no ser amables con los testigos, denunciantes, colaboradores (excepto en la ficción: cine, teatro, novelas).

En suma: el afán justiciero no se valida por la moral en forma abstracta, sino cuando el demandante tiene razones egoístas suficientes.

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El flotador de piedra

Quienes recomiendan (aconsejan, enseñan) soluciones difíciles, costosas, esforzadas, buscan inspirar admiración, envidia y aplausos, sin importarle qué poco están colaborando con las necesidades del consultante.

Después de cierta edad (seis o siete años), sabemos que cuando queremos hablar bien de nosotros mismos, no podemos decir explícitamente «soy inteligente», «¿verdad que soy linda?», «nadie me supera jugando al fútbol».

Tanto es así que decirlo es una receta infalible para hacer reír.

Pero esta represión cultural —como cualquier otra represión—, no anula el deseo de estimular nuestro ego buscando la aprobación universal de cómo somos.

La represión está bien bautizada con ese nombre porque el fenómeno psíquico se parece mucho a lo que ocurre con una represa que interrumpe el curso de una corriente de agua: esta intenta fluir y si encuentra un obstáculo aumenta el volumen, presiona tanto como para romper el muro o se derrama inundando grandes extensiones de terreno.

Es muy costoso para los humanos (y para los castores) obstaculizar el flujo de agua y (sólo para los humanos) obstaculizar el fluir del deseo.

Nos cuesta mucho frenar las ganas que tenemos de ser alabados, homenajeados, ovacionados.

Entonces aparecen las estrategias, ardides, artimañas para lograr admiración, piropos, envidia.

Por ejemplo:

— las personas que son naturalmente delgadas como es moda actualmente (año 2011), probablemente digan que hacen grandes sacrificios para mantenerse con esa figura o digan lo contrario, que comen de todo y hacen vida sedentaria.

En el primer caso buscan ser admirados por su disciplina y en el segundo por la suerte de tener un cuerpo privilegiado;

— si alguien tiene que dar un consejo o enseñar un procedimiento, propondrá la solución (método, recorrido) más sacrificada, costosa y preferentemente imposible, para que el otro admire cuánta capacidad de realización (fuerza, resistencia, dinero) tiene este consejero narcisista.

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Venderse sin ser comprado

Todos tenemos características (talento, habilidad, destreza, belleza, arte) que otros pueden apreciar y desear tanto como para comprarlos en una negociación digna.

«La suerte de la fea la bonita la desea» dice un refrán muy conocido entre los hispanos.

De hecho se está afirmando que la fealdad es una cualidad envidiable.

La existencia del proverbio está justificada porque afirma un hecho paradojal, al que no se accede por la vía del sentido común.

Poseer las características estéticas que están a la moda, puede convertir la existencia en un infierno porque el asedio de muchas personas con diferentes criterios culturales de lo que es discreción, convierte a la «hermosa y agraciada» en una verdadera desgraciada, porque la mujer que no posee la belleza que está de moda, seguramente tiene una vida más tranquila, con menos conflictos, se siente más respetada por todos.

Cuando un prejuicio funciona como verdad ocurren este tipo de cosas.

En este caso, el prejuicio es que ser bello es mejor que ser poco atractivo. El prejuicio es también que en términos de consideración y popularidad, es mejor que nos sobren admiradores a que nos falten. Otro prejuicio ascendió al grado de refrán y se formula de varias maneras: «lo que abunda, no daña», «más vale que sobre y no que falte», «no por mucho pan es mal año.»

¿Cómo elegir la forma de ganarnos la vida?

— Describir con paciencia, profundidad, extensión, cuáles son nuestros talentos más apreciados por quienes nos conocen (familiares, maestros, amigos);

— Considerar esa lista de aptitudes, como nuestros recursos naturales comercializables;

— Finalmente, buscar con paciencia, profundidad y extensión, dónde compran mejor esas características que la naturaleza nos asignó.

En suma: Todos tenemos algo bello que otros valoran sin asediarnos, acosarnos, depredarnos, sino que pueden respetar, considerar y valorar tanto como para pagar por ello.

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El drama de luchar a muerte

Para vivir la naturaleza nos reclama una lucha a muerte, sin embargo en nuestra escala de valores, la tranquilidad, la paz y la serenidad son objetivos privilegiados.

Aunque suene trágico, la vida es el resultado de una lucha a muerte.

Desde el punto de vista biológico, nuestro cuerpo combate constantemente a millones de microorganismos que desean colonizarnos y depredarnos.

Por razones mecánicas, estamos continuamente venciendo la ley de la gravedad que nos atrae hacia el suelo y también soportamos sobre nuestros hombros una columna de aire que tiene varios kilómetros de altura (presión atmosférica).

Nos socializamos por la disparidad de intereses que hay entre nosotros.

La socialización tanto es de alianza como de combate. Nos juntamos para luchar contra quienes se oponen a nuestra conveniencia (partidos políticos, sindicatos, logias) y también con el oponente entablamos un vínculo caracterizado por la oposición.

En este sentido, amar y odiar, cooperar y envidiar, son sentimientos que nos vinculan.

Hasta es posible afirmar que la indiferencia (el no-sentimiento) es aquello que no participa de nuestra lucha a muerte por seguir viviendo (aliados y oponentes).

No termina acá el campo de las luchas. En nuestro interior también pensamos y tomamos decisiones luego de un proceso conflictivo en el cual factores favorables y desfavorables, deseados y rechazados, nos mantienen en lucha durante el proceso de evaluación de los pros y los contras que tenemos que considerar.

Este artículo describe algo que hacemos constantemente: vivir.

El objeto de este artículo es evitar la pérdida de energía que nos ocurre por no tener presente que esas vicisitudes que nos angustian son normales, esperables, imprescindibles.

Ya hemos logrado tomar con naturalidad las molestias que provocan tener hambre o la necesidad de orinar. Llegará el momento en que también les quitaremos dramatismo a estas luchas a muerte.

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domingo, 8 de mayo de 2011

La gente sana inspira agresividad

En el fondo del corazón anhelamos el sufrimiento y hasta la muerte de quienes ostensiblemente se animan a satisfacer deseos que reprimimos.

Hace unos días falleció —enferma de cáncer— la amiga de una amiga mía.

Me contó que estaba triste por esa pérdida pero también muy preocupada porque en realidad no estaba tan triste como ella suponía que debía estarlo.

Nuestras conversaciones más recientes giraron en torno a este padecimiento por no padecer.

Por supuesto que me interesé por saber de la fallecida. Supe que había sido una persona que estuvo casada en tres oportunidades y siempre por poco tiempo.

Su espíritu liberal la hacía poseedora de un fuerte deseo de disfrutar de la vida, tanto sea con viajes, organizando fiestas o comprando alhajas, vestimenta, adornos, regalos.

Me contó que cuando una se quedaba a dormir en la casa de la otra, la más liberal le contaba sobre envidiables experiencia placenteras y le adelantaba proyectos fantásticos aún más temerarios, fascinantes y arriesgados.

Parece claro que mi amiga no sólo sentía mucho afecto sino también admiración por quien era capaz de disfrutar con tanta decisión.

Disfrutaba las anécdotas y proyectos como si hubieran sido propios.

Según parece, la muerte de la mujer divertida privó a mi amiga de alguien que le mostraba cómo un semejante a ella podía disfrutar mejor de la existencia, pero también la alivió de que alguien igual que ella fuera envidiablemente más valiente.

También consideramos la hipótesis de que el cáncer es una enfermedad tan terrorífica porque, al caracterizarse porque las células se reproducen alocadamente, es posible pensar que existe un castigo mágico al deseo desenfrenado.

Esto explica la inesperada alegría: la muerte prematura le permitía confirmar algunas creencias religiosas referidas al castigo que merecen (y a veces reciben) la satisfacción del deseo, gozar, disfrutar.

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lunes, 4 de abril de 2011

Freud y Drácula

Drácula representa al lactante que se alimenta chupando la leche del seno materno. También representa al lactante cuando huye del crucifijo porque éste simboliza al padre que reclama recuperar a su esposa deseada.

Según creo, Freud inventó el psicoanálisis sin darse cuenta.

Alguna vez les comenté (1) que él fue un escritor genial, con capacidad suficiente como para escribir una historia original, muy extensa, con una redacción impecable y que cuando los amigos fueron utilizados para que dieran las primeras opiniones, quedaron maravillados.

La fuerte identificación de los primeros lectores con algunos personajes de la novela freudiana, le cambió el rumbo para transformar todo eso en un relato científico que explica de una manera novedosa, cómo y por qué pensamos, sentimos, envidiamos, odiamos, amamos y demás resortes psicológicos.

En otro lado les conté (2) que el funcionamiento ideal de una familia consistiría en que el padre

— haga el amor con la embarazada hasta que ella dé a luz; luego

— se aparte por un tiempo para que el pequeñito se termine de formar; y

— aproximadamente seis meses después, rescate a su esposa, dejando al pequeñito con las atenciones mínimas imprescindibles.

Dicho de otro modo, durante los primeros seis meses de vida fuera del útero, el pequeño devora el seno de la madre con su hambre caníbal —aunque natural y saludable—, hasta que el padre lo aparta para recuperar el deseado cuerpo de su esposa.

En las leyendas de vampiros, estos viven de chupar la sangre de sus víctimas como aquel pequeñito vivía de chupar la leche de su madre. En las leyendas, los vampiros retroceden ante el crucifijo (símbolo de Dios, nuestro padre celestial), igual que aquel niño tuvo que retroceder (apartarse de la madre) porque su padre lo obligó.

Cuando un niño no se aparta de su madre, triunfa Drácula.

(1) Todo tiempo pasado tenía futuro

(2) La familia psicoanalítica

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viernes, 25 de febrero de 2011

La malicia es la sal de la vida

El humor nos permite disfrutar poniendo en juego nuestra envidia, malicia y/o soberbia.

Retomo un chiste que les informara en otro artículo (1).

«El humorista uruguayo Juan Verdaguer (1915 - 2001), era apreciado por su estilo indirecto, eludiendo el chiste que incluyera vocabulario incorrecto.

Decía por ejemplo: «A mi mujer nunca le dije que era una tonta (silencio teatral) ... no me habría comprendido».»

El primer libro de Freud que leí, lo leí por error.

Tenía doce años y en la búsqueda de algo que me quitara el aburrimiento, tomé prestado de una biblioteca el libro titulado El chiste y su relación con lo inconsciente.

Entonces me enteré que Freud no me hace gracia pero que, al darme algunas explicaciones aceptables sobre cómo funciona nuestro pensamiento, podría ser aún más efectivo dándome ideas para no aburrirme, cosa que finalmente ocurrió.

El chiste de Juan Verdaguer es gracioso porque pone a trabajar nuestra mente de una cierta manera:

1º) Cuando oímos que él nunca trató de tonta a su esposa, inevitablemente pensamos que está dando un ejemplo del respeto y consideración que tiene hacia ella.

2º) El silencio teatral, es utilizado para que nuestro cerebro termine de instalar la idea anterior (respeto, consideración);

3º) El final nos sorprende: La esposa no merece el respeto que imaginamos sino que efectivamente es tonta ... más tonta que yo mismo!!

La diversión del chiste surge porque deseamos gozar y con esta mini-historia disfrutamos sintiéndonos más inteligentes que la criticada esposa del humorista.

El fenómeno humorístico tuvo dos etapas:

— primero sentimos un poquito de envidia de alguien que merece tanto respeto y consideración,

— pero luego nos alegra (risa) descubrir —gracias a nuestra rapidez mental—, que no hay motivo para envidiar sino que el humorista nos permite saber que somos más inteligentes que su esposa.

(1) La mayoría bipolar

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Los insultos sexuales alivian frustraciones

El fútbol descomprime deseos sexuales prohibidos e inconscientes. Esto explica la pasión de multitudes.

El psicoanálisis opina —con fundamentos atendibles—, que los varoncitos desean copular con la madre y que las niñas desearían tener un hijo fecundado por su papá.

Estas aspiraciones casi nunca se satisfacen y por eso entramos a la vida adulta con la sensación de haber sido frustrados afectivamente.

Como he mencionado en otros artículos (1), esos deseos inhibidos no desaparecen sino que suelen alojarse en el inconsciente desde donde tratan de satisfacerse de alguna manera.

Una de esas formas de satisfacción se llama sublimación.

Nuestra psiquis se las ingenia para convertir aquel deseo incestuoso en algo sublime (noble, elevado, permitido), que cuando se realiza, calma la frustración del inconsciente.

El fútbol es una forma de sublimar aquellos deseos incestuosos, tratando de penetrar (gol) el arco (meta) del equipo contrario.

El marco formado por los tres palos simboliza la vulva de la madre de los contrarios, mientras que el hueco formado con la red trasera que cuelga del travesaño, simboliza su vagina.

Cada gol, simboliza la eyaculación dentro de la vagina.

El guardameta (golero), representa el esposo-padre, pero los otros diez jugadores, defienden a la madre-meta y al padre-golero, por orgullo y por envidia, ya que desearían ser ellos quienes penetren a la madre (gol en contra-incesto) y es por envidia que luchan para que no sea penetrada por los contrarios.

La hinchada, eufórica y erotizada por este espectáculo que sublima deseos incestuosos, grita a los perdedores

— «Hijos de puta», para significar que la madre colaboró en la penetración-gol;

— «Hijos nuestros», para significar que el padre biológico (golero), fue traicionado;

— «La concha [vagina] de tu madre», para significar genéricamente una cierta apropiación de la mujer que los contrarios (insultados) aman y desearían penetrar.

(1) El terrorismo de Facebook y Twitter

Micifuz, ¡ataque!

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El hurto es un delito simpático

Nuestra psiquis no es muy categórica cuando condena el robo.

«Deuda vieja es deuda muerta», dice un refrán.

Los refranes pretenden convertir un hecho verosímil en una verdad concluyente, a fuerza de ser expresada y reiterada, de forma sencilla y recordable.

El diccionario lo define así: «Dicho popular agudo y sentencioso que suele contener un consejo o una moraleja:»

Los refranes se parecen a los eslóganes:

— «Si es Bayer, es bueno»;
— «[Coca-cola] La chispa de la vida»;
— «Just do it [Tan solo hazlo... con Nike]».

El diccionario define al eslogan de esta manera: «Fórmula o frase breve con fin publicitario o propagandístico, generalmente aguda y fácil de recordar»

Con estos mínimos ingredientes, intentaré armar un comentario referido a los endeudamientos incumplidos, a la impuntualidad en los pagos, también llamados morosidad.

El refrán nos informa que un préstamo puede ser la antesala de un robo, siempre y cuando la morosidad logre envejecer la deuda hasta que muera.

Esa es una estrategia que utilizan muchos deudores que logran quedarse con el dinero que recibieron en préstamo de forma similar a como lo hacen un ladrón, un estafador, un chantajista.

En los hechos, las modalidades por las que el dinero cambia de manos de manera fraudulenta no son importantes a la hora de catalogarlos.

Lo que sí llama la atención es el sentimiento que genera en una mayoría esta modalidad engañosa de apropiarse del dinero ajeno.

— De las profesiones conocidas, la de cobrarle a los morosos es tan impopular como la de los funebreros;

— Los ladrones de bancos generan grandes simpatías, admiración, (quizá también) envidia;

— Anida amorosamente en el corazón de muchos buenos ciudadanos, la imagen del romántico ladrón Robin Hood.

En suma: ¿Creemos realmente que el robo es un delito o sólo queremos castigar a quien nos perjudique personalmente?

Artículo vinculado:

Dr. Robin Hood

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Expulsemos al director técnico

La identificación nos permite vivir en las circunstancias de otros, como si fueran nuestras.

En otro artículo (1) les comento que, por causa de dos defectos mentales propios de nuestro cerebro, llegamos a sentir placer cuando vemos que alguien se erige como quien recibe todos los premios (campeón) ante la mirada envidiosa, frustrada y hasta furibunda de una mayoría que recibe el indeseable título de perdedora.

Aunque surgen piadosos —pero frágiles— alentadores, que intentan aliviar el dolor de los fracasados, tenemos que concluir que el desenlace del campeonato es francamente negativo para ellos visto todo lo que hicieron para evitarlo.

Más aún, cuando quienes alientan (consuelan) son los propios ganadores, no es paranoico suponer que están haciendo un alarde de grandeza francamente falso.

El consuelo recibido del campeón incluye la intensión de incrementar su propio deleite, ostentando no sólo grandeza deportiva sino también moral.

Aunque la euforia del momento empobrece la lucidez como para estar percibiendo estos detalles, saltarán a la vista una vez recobrado el equilibrio emocional.

Otra de nuestras particularidades psíquica es la de buscamos incansablemente aquellos estímulos que nos hagan gozar.

Para lograrlo, no sólo nos confundimos adrede con la lógica de «suma cero» y de la metonimia que comento en el artículo referido (1), sino que también cometemos otro error placentero: la identificación.

El poder vivir con la sensación de que somos el otro (el campeón, el héroe, el protagonista), nos hace decir que «somos campeones» a pesar de que no salimos de nuestro living y nuestra mayor contribución al éxito fue gritar los goles como si eso incitara a los esforzados y lejanos jugadores.

El error mental de «identificarnos» es proveedor de abundantes satisfacciones, aunque también nos causa dolor cuando nos induce a ponemos en el lugar de quienes sufren.

(1) Los ricos son campeones

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El podio de los perdedores, es más grande

Los humanos gozamos disimuladamente provocando fracasos.

La lógica de «suma cero» (1) está en el centro de algunos funcionamientos mentales, determinan muchas acciones y por este motivo es interesante observarla detenidamente.

La definición breve dice que, los intercambios entre dos o más personas son de «suma cero» cuando lo que ganan unos es igual a lo que pierden los otros.

Por ejemplo, los jugadores de póquer logran que, en cada partida, uno se quede con el dinero que los otros apostaron. En el ajedrez, cuando no hay empate, alguien gana porque su oponente pierde.

El fútbol es el deporte que convoca a una mayor cantidad de interesados, ocasionales o fanáticos.

Si estudiamos las normas, reglamentos y fenómenos que ocurren en torno de este juego, tendremos una visión bastante confiable de cómo somos los seres humanos.

Cada cuatro años el mundo se convulsiona con el gran campeonato en el que un único trofeo será entregado a quien gane una serie de partidos.

El diseño del gran certamen determina que haya un único ganador y muchos perdedores.

Por lo tanto, ya estamos en condiciones de afirmar que los seres humanos disfrutamos de esta situación, al punto de crear condiciones ficticias (un juego, un campeonato, un reglamento), por el que inevitablemente se producirán una cantidad de fracasos.

De más está decir que muchos otros juegos, no tan populares como el fútbol, también atraen el interés de los hinchas ofreciendo un único trofeo.

La conclusión más abarcativa es que, los humanos practicamos el cultivo intensivo de la envidia.

Los grandes torneos no toleran varios ganadores, los fanáticos no soportan compartir un trofeo. Procuramos que muchos pueblos queden en condiciones de envidiar a uno sólo … que se ufanará por ello.

Propongo que la envidia deje de ser uno de los siete pecados capitales.

(1) ¡Tranquilos! Hay para todos

La poligamia comercial

¿Quién tiene lo que me falta?

Un trozo de PBI con Coca-Cola

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Equivocarse es humano, envidiar es inevitable

Nuestra calidad de vida depende de que los demás estén igual o peor que nosotros.

La pobreza patológica es un concepto inventado por mí, para denominar esos problemas económicos que no pueden ser superados por quien los padece, a pesar de intentarlo.

El concepto no tiene una definición concluyente (definitiva) porque está y estará en estudio durante muchos años.

En teoría, ningún tema de estudio puede darse por terminado ya que es arbitrario aislar un fenómeno de los demás a los que está asociado directa o indirectamente.

No soy el único dedicado a este tema, aunque sí el único que lo aborda desde un punto de vista psicoanalítico lacaniano.

La consigna de esta búsqueda asegura que «la pobreza es curable».

La pobreza material a la que me refiero, nos impacta tanto objetiva como subjetivamente.

Desde el punto de vista objetivo, nos genera privaciones a necesidades básicas (alimento, abrigo, alojamiento) y

Desde el punto de vista subjetivo nos provoca frustraciones a los deseos básicos (divertirnos, viajar, estudiar).

También podemos decir que algunas carencias comprometen nuestra supervivencia y otras comprometen nuestra calidad de vida.

En orden de importancia, requieren solución más urgente aquellas que ponen en riesgo nuestra supervivencia.

A pesar de existir este indiscutible orden de prioridades, nuestra mente reacciona con gran vehemencia cuando las necesidades básicas están habitualmente cubiertas y es excitada por la envidia.

Este sentimiento hace que aún cuando nuestra supervivencia está asegurada, tengamos una sensación de muerte inminente cuando constatamos que alguien de nuestro entorno incorpora a su vida alguna ventaja (compra un auto, asciende en el trabajo, ostenta algún gasto significativo).

Por lo tanto, la noción de pobreza patológica puede prescindir de los aspectos absolutos (tengo o no tengo para alimentarme), y puede estar fuertemente marcada por aspectos relativos (tengo más o menos que otros).

Artículo vinculado:

«¡Me alegra estar triste!»

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