Del uso del lenguaje depende que los cambios sociales y económicos ocurran o queden bloqueados por décadas.
Alguna vez he comentado sobre los «eufemismos» (1): esos vocablos que comienzan a utilizarse para sustituir otros antiguos y que por algún motivo han generado una connotación desagradable. Así tenemos el caso de «personas grandes» para sustituir a «personas ancianas», «hacer el amor» para sustituir a «copular», «películas condicionadas» para sustituir a «películas pornográficas».
La connotación desagradable de los antiguos vocablos que caen en desuso puede referirse a cuestiones de amor propio, a no querer reconocer que hubo un error.
Un manejo inteligente del lenguaje puede permitir que algo ocurra mientras que un uso torpe del lenguaje puede impedir un hecho.
Estas reflexiones están inspiradas por algunos usos idiomáticos que se hacen en Cuba para poder ir cambiando el modelo revolucionario hacia una economía que mejore el nivel de vida de la población.
Sería contraproducente que los líderes comunicaran un «cambio del modelo revolucionario» porque eso causaría la impresión de que estuvieron equivocados durante medio siglo.
Es más inteligente decir que la nación ingresa en una etapa de actualización del modelo económico.
Algo similar ocurre con el concepto de justicia. Si decimos la cruda realidad, no podemos evitar concluir que se trata lisa y llanamente de una venganza organizada, burocratizada, sistematizada por el Estado.
Para evitar este choque frontal contra la realidad, todos somos educados para creer que la justicia es un valor sublime, excelso, superior. Haciéndolo así, podemos mejorar la convivencia pues efectivamente tramitamos la venganza, aplicamos la Ley del Talión y nadie se siente atacado en su sensibilidad.
Volviendo al caso cubano, es mejor dulcificar paulatinamente la furia que hace medio siglo se desató contra los ricos a reconocer que esa furia no es más que una envidia inconfesada.
(1) Dios es [hacer el] amor
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