lunes, 11 de julio de 2011

El subdesarrollo feliz

Los niños tienen todo para ser felices pero estratégicamente es un error alegrarles tanto la existencia que luego no quieran abandonar la etapa infantil.

Es una deducción confiable afirmar que nada imperfecto puede realizar algo perfecto.

Otro razonamiento es aún más amplio y abarcativo: «No se puede sacar de donde no hay».

Por lo tanto, si los humanos somos imperfectos, nunca podremos hacer algo perfecto... y para terminar: quienes se creen perfectos, no solamente están ligeramente equivocados sino que sus esfuerzos para perfeccionarse están condenados al fracaso.

Sin embargo, como yo soy imperfecto, esto que acabo de decir también incluye por lo menos un error: los perfeccionistas están condenados al fracaso aunque obtienen logros más valiosos que aquellos cuya filosofía de vida es tan indolente que convierten en más imperfectas las imperfecciones que realizan.

Como «lo perfecto es enemigo de lo bueno», podríamos concluir que los que aspiran a la perfección, nunca la alcanzarán pero como ciudadanos, trabajadores o compañeros de especie, suelen hacer mejores aportes que los que se proponen metas especialmente mediocres las que luego quizá tampoco alcancen.

Tan interesante es la envidia, que he creado un blog sólo para ella. (1)

Siempre nos decimos mutuamente que este sentimiento es negativo, sin embargo, como todo lo nuestro es imperfecto, tenemos que concluir que algo bueno puede tener.

Efectivamente, a los niños y adolescentes les conviene envidiar a los adultos porque este malicioso impulso los alentará a llegar a la edad productiva, reproductiva y responsable.

El inocultable malestar que produce la envidia le quitará a su vez ese idílico placer que los adultos sienten por regresar a la etapa cuando eran mantenidos, mimados, irresponsables.

En suma: Lo mejor que puede pasarle a una persona es que siempre lo hayan tratado bien aunque evitándole cualquier estímulo a conservarse subdesarrollado.

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La regulación de las pasiones

Todas las clases sociales sufren una represión de sus pasiones.

No es pesimismo ni escepticismo: los seres humanos tenemos dificultades para convivir en paz.

Nuestras pasiones (amor, odio, ambición, codicia, celos, envidia) nos llevan a reacciones que en su mayoría son antisociales, destructivas, peligrosas. De las seis mencionadas entre paréntesis, sólo el amor parece la menos preocupante aunque si se frustra puede encender a las otras cinco.

Simultáneamente no podemos vivir aislados. El instinto gregario nos obliga a vivir juntos.

Con estos elementos podemos proponer —sin pesimismo ni escepticismo—, que estamos condenados a tener conflictos que estamos condenados a resolver porque estamos condenados por el instinto gregario a vivir juntos.

¿Entonces, cómo nos organizamos para que esta rutina esté más o menos organizada?

Propongo pensarlo de esta manera:

— Un grupo de personas está encerrada en cárceles. Fueron elegidas porque transgredieron leyes penales (robo, homicidio, violación);

— Un grupo de personas está encerrada en la pobreza. No sabemos por qué fueron elegidas para padecer esas limitaciones económicas, pero lo cierto es que se trata de un grupo generalmente mayoritario que cuando despliega sus pasiones humanas lo hace con mínimos recursos;

— Un grupo de personas está encerrada en la riqueza. Tampoco sabemos por qué fueron elegidas para padecer esas limitaciones económicas, pero lo cierto es que se trata de un grupo generalmente minoritario que cuando intenta desplegar sus pasiones humanas se ve amenazada por una educación que le impuso una mayor disciplina, su compromiso con la sociedad es máximo porque al tener solvencia económica es el blanco de máximas indemnizaciones, su patrimonio es muy vulnerable a la inconducta, cualquier error puede enviarlo rápidamente a la ruina económica, lo cual para su psiquis equivale a una muerte en vida.

— La clase media está sometida a una mezcla de los mencionados factores represivos.

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La terapéutica literaria

Usamos las novelas escritas o filmadas para procesar, resolver, aliviar las pasiones que nos angustian. Por esto los escritores y directores también son profesionales de la salud mental.

Es posible afirmar que las poderosas pasiones humanas (amor, odio, ambición, codicia, celos, envidia) siempre fueron estudiadas, tratadas, definidas por los grandes dramaturgos y novelistas, hasta que apareció Sigmund Freud (1956-1939), inventor del psicoanálisis, quien según he propuesto en otros artículos (1), es probable que también haya sido un novelista pero que por error su obra terminó siendo mejor reconocida como ciencia que como arte, aunque insisto en que era un gran escritor.

En realidad Freud lo que hizo fue aplicar un estilo tan particular a su creación, que a partir de él se formó una nueva rama del árbol descriptivo de las pasiones humanas.

El gran tronco literario no se detuvo, continúa creciendo con el agregado de nuevos autores que, justo es reconocerlo, prácticamente no agregan nada novedoso.

Me atrevería a decir que las novedades se terminaron con William Shakespeare (1564-1616) (imagen). A partir de él, casi todo lo escrito gira en torno a los mismo temas con alteraciones en la forma de redactar, con la inclusión de algunas anécdotas interesantes para el lector, ... pero las pasiones humanas siguen siendo material privilegiado de la literatura, con o sin los aportes freudianos.

Y al hablar de creación literaria estamos reconociendo el predominio de la ficción, de lo fantaseado, del «como sí».

También es posible proponer a esta altura que los imparables motores, móviles, resortes del acontecer humano son tratados, entendidos, pensados poniéndolos en el lugar de personajes, de semejantes inventados cuyas vicisitudes, peripecias, éxitos y fracasos vivimos como propias.

En suma: los humanos procesamos (intentamos solucionar) la mayoría de nuestras emociones personales poniéndonos en el lugar de personajes imaginarios, inventados, inexistentes.

(1) Todo tiempo pasado tenía un futuro

Freud y Drácula

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