viernes, 30 de noviembre de 2012

La envidia y la caridad



     
Si quien siente envidia está estimulado para progresar y lo opuesto a la envidia es la caridad, entonces los sentimientos caritativos son desestimulantes para progresar.

La envidia se parece a una madre persecutoria, que anda detrás de sus hijos para que estudien, trabajen, se enamoren, se casen, tengan hijos (nietos para ella).

Aunque se parecen bastante, la envidia es antipática y la madre puede ser mejor tolerada por quienes la observan aunque no tanto con sus hijos.

El deseo de tener lo que tienen los demás, de disfrutar los estados de ánimo que tienen otros, de evitar que nos tengan lástima, son también estímulos poderosos para quienes no agotan su imaginación deseándole lo peor a quienes provocan esas agresiones, sino porque reaccionan tratando de imitar a los objetos de envidia, tomarlos como ejemplo a seguir, procurando obtener sus logros... para dejar de sufrir con la envidia.

Por lo tanto, por culpa de la envidia nos sentimos mal cuando otros están bien. Este debe ser el sentimiento que justifica tanto rechazo hacia los envidiosos: la mala intención que tienen hacia un semejante.

También podríamos pensar que existen situaciones ajenas que nunca querríamos vivir. Estoy pensando en esos infortunios lamentables, desgracias que nos inspiran el temor de que algún día podrían ocurrirnos: miseria, enfermedades, pérdidas afectivas.

Acá aparece algo que nunca está suficientemente aclarado. Es posible deducir que si alguien se siente mal porque otros parecen felices, entonces habrá de sentirse reconfortado cuando otros parecen infelices.

Sin embargo, cuando vamos a buscar cuáles son los conceptos opuestos (antónimos) a la envidia, nos encontramos con palabras tales como caridad, nobleza, conformidad.

La conclusión a la que llego es la siguiente:

Quien siente envidia está estimulado para progresar;
Lo opuesto a la envidia es la caridad (1);
Quien tiene sentimientos caritativos, está desestimulado para progresar.

   
(Este es el Artículo Nº 1.737)

La ingratitud y la envidia



   
Envidiamos a quien, por su situación, puede sentir lástima. Especialmente envidiamos a quien puede sentir lástima de nosotros mismos.

La envidia es un sentimiento bastante preocupante aunque no tanto como el odio.

Cuando la padecemos es porque desearíamos imitar las posesiones o la situación de otra persona. «Tristeza o pesar del bien ajeno», dice textualmente el diccionario (1).

Sin embargo, sentimos envidia no por los bienes ajenos sino por el placer que parece disfrutar el poseedor de esos bienes o situación. Lo que envidiamos es la felicidad ajena. Envidiamos cuando nos molesta el bienestar ajeno (2).

Como estoy hilando fino, deteniéndome en pequeño detalles, agrego otra situación generadora de envidia.

En uno de mis tantos lugares de trabajo integré un equipo de trabajadores alojados en un gran galpón, frío en invierno y tórrido en verano.

Me contaron los empleados más veteranos la triste historia de la pared de espejo.

Cuando ese local fue remodelado, los trabajadores se encontraron con un enorme espejo que los reflejaba.

Ubicado en un extremo superior del gran salón, todos podían verse entre sí, tanto fuera para hacerse bromas, como para chismorrear, como para inspeccionarse.

Los dirigentes sindicales aconsejaban no entrar en el juego de los patrones, alentaban para que no jugaran a ser capataces entre ellos.

La bomba estalló cuando alguien pudo acceder, sin permiso, a la parte trasera de ese enorme espejo. Ahí pudo saberse que los que se creían observadores recíprocos también estaban siendo observados por el personal jerárquico desde atrás del espejo transparente.

Los trabajadores se pusieron espontáneamente furiosos al punto que tuvieron que remplazar el espejo por vidrio común.

Según pude entender con los años existe una tercera causa de envidia. Ocurre cuando imaginamos que otro siente lástima al ver nuestra situación. Envidiamos a quien, por su situación, puede sentir lástima.

         
(Este es el Artículo Nº 1.734)

Sentir envidia y sentir lástima



   
Un funcionario corrupto nos irrita porque lo envidiamos y a un funcionario honesto pero ineficiente lo retenemos porque nos inspira lástima.

Hace más de diez años que mis dos hermanos y yo tenemos una empresa familiar.

Hemos aprendido lo suficiente como para darnos cuenta que casi no sabemos nada. Dependemos en gran medida de los gerentes que hemos estado contratando pero que, por diferentes motivos, se han desvinculado de nosotros.

Hace unos cuatro años trabaja con nosotros mi sobrina que tiene los títulos de contadora y economista. Es tan trabajadora y confiable como su papá (mi hermano y socio).

Al año de haber tomado las riendas de la contabilidad, nos reunió a los tres socios. Con la cara llena de rubor y la voz entrecortada, nos dijo:

— El gerente los está estafando.

Quedamos anonadados pero, a medida que ella se fue recuperando, empezó a explicarnos cómo las ganancias de la empresa estaban disminuyendo a la vez que el nivel de vida del gerente no paraba de subir: auto lujoso, hijos en colegio muy caro, esposa híper-consumista.

Con gran dolor en el alma tuvimos que despedirlo, pagándole una indemnización elevadísima y sin denunciarlo penalmente, porque nosotros nunca quisimos perjudicar a un padre de familia.

La misma sobrina, quizá para sacarnos del quebranto anímico que tuvo la mala suerte de provocarnos con su noticia, nos recomendó a un compañero de estudios.

Al primer año los resultados no mejoraron y le preguntamos a ella sobre la honradez de su recomendado.

Ella nos aseguró que se trataba de una persona intachable, incapaz de apropiarse indebidamente de algo.

Al segundo año los resultados continuaron empeorando y empezamos a ponernos nerviosos.

Mi esposa me dio la explicación:

— Al corrupto lo despidieron porque les provocaba envidia y al ineficiente lo retienen porque les inspira lástima.

Los abusos de la compasión



   
La compasión es un sentimiento eventualmente utilizado para perpetrar un chantaje emocional y también para simular hipócritamente una sentida solidaridad.

La mayoría de los humanos sentimos compasión.

Esta vez no puedo apoyarme en el Diccionario de la Real Academia Española porque la definición de «compasión» se refiere a otras palabras similares (conmiseración y lástima), que al ser consultadas vuelven sobre el vocablo «compasión».

Irritado ante esta actitud claudicante de mi libro de cabecera, busqué la definición del primer insulto que vino a mi mente y me volvió el alma a cuerpo cuando leí que «tautología» es la «Repetición de un mismo pensamiento expresado de distintas maneras».

Fiel a mi costumbre, diré por qué me parece que la «compasión» tiene una injusta propaganda, sin dejar de reconocer que este sentimiento provoca algunos efectos secundarios positivos.

En otro artículo (1), digo textualmente: «Algunas personas hieren nuestra sensibilidad con exhibiciones asqueantes y sádicas, obligándonos a ayudarlas para aliviar el dolor que nos provocan».

Sin dejar de reconocer que podría haber utilizado palabras más dulces, sigo pensando que así podría describirse un chantaje emocional.

Sentimos «compasión» al imaginar que podríamos estar en el lugar del doliente, del sufriente, del acongojado. Si esta suposición es muy intensa, el sufrimiento puede parecerse bastante al que padece quien nos inspira «compasión».

El dolor que sufre el compasivo produce un alivio en aquellos dolientes que desearían compartir completamente su infortunio. Son personas que sufren menos si constatan que los demás también sufren.

Hay un dicho que lo resume: «Mal de muchos, consuelo de tontos».

Parecería ser que aquellos doloridos que envidian el bienestar de otros, se sentirían menos mal si no tuvieran motivos para envidiar, es decir, si los demás estuvieran tan mal como ellos.

Hay quienes simulan tanta compasión que terminan siendo consolados por el propio sufriente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.743)

sábado, 3 de noviembre de 2012

El sacrificio como premio



   
Existen procedimientos psicológicos para suponer que un acontecimiento notoriamente perjudicial, es en realidad una prueba o el beneficio de una capacitación.

Si cualquiera de nosotros fuera empleado de una prestigiosa compañía y fuéramos designados para hacer algún curso que nos demande mucho estudio,  o si fuéramos designados para realizar un durísimo entrenamiento, tendríamos suficientes motivos para pensar que los responsables de la administración de los recursos humanos ven en nosotros a alguien con gran potencial, con talento suficiente como para realizar gastos en capacitación que permitan ser catalogados como inversiones.

Aunque esta buena imagen que hemos inspirado en los directivos nos honra y nos llena de orgullo, debemos reconocer que las exigencias de la capacitación  nos demandan un gran sacrificio.

En nuestro estado de ánimo seguramente influirá la opinión de los testigos de esta nueva situación. Más allá de nuestra propia evaluación, veremos con agrado que muchas personas nos feliciten o que que algunos den muestras de envidiar nuestra suerte.

Aunque suena paradójico, encontramos acá una cualidad de la envidia: nos sirve para saber que nuestra situación es valiosa, deseable, honrosa. En otras palabras, la envidia ajena nos informa que estamos teniendo suerte, cosa que no siempre somos capaces de percibir.

Hasta acá tenemos situaciones reales, concretas, objetivas, fáciles de entender, pero existen otras menos reales, concretas, objetivas y fáciles de entender.

Cuando nuestra suerte cae y empezamos a sentir malestares de diferente grado, nuestra naturaleza puede reaccionar de dos maneras:

— Se pone en guardia e inicia un fuerte intento de mejorar las condiciones de vida; o, por el contrario

— Comienza a suponer que esa situación, que para casi todos es desafortunada, en realidad se trata de una prueba, una capacitación o un entrenamiento al que es sometido porque alguien superior, quizá Dios, lo ha elegido para otorgarle algún premio envidiable.

(Este es el Artículo Nº 1.710)