Criticar la condición humana es
tan inútil como criticar los fenómenos naturales adversos (lluvia, frío,
viento).
En otro artículo (1) utilicé dos narraciones
clásicas, de esas que pretenden dejarnos alguna enseñanza, algún consejo y
hasta instalarnos algún tipo de adoctrinamiento sobre cómo deberíamos ser: la
historia de las cucharas de mango largo y la historia del perro del hortelano.
La conclusión final del mencionado artículo,
dice textualmente: « El egoísmo de la envidia es el sentimiento que anima a estos
personajes que no ayudan a los demás aunque podrían hacerlo».
También en otro artículo (2) les decía
textualmente: «... no son los objetos ni las situaciones las que se envidian sino el
bienestar que parece tener quien goza de esos objetos o situaciones».
En general
las enseñanzas que refieren al egoísmo y a la envidia parecen tener por
objetivo demonizar estos dos sentimientos, insistiendo sobre la conveniencia de
no envidiar y no ser egoístas.
Dichas
enseñanzas tienen el mismo objetivo que tendría una propaganda oficial
destinada a estimular a los ciudadanos para que paguen puntualmente todos los
impuestos.
Esta
propaganda contendría frases tales como: «no sean egoístas, paguen todos los
impuestos»; «abandonen esa resistencia a colaborar con el Estado»; «la
mezquindad de los ciudadanos es la única causa de la ineficiencia de los
gobernantes».
Por el
contrario, la propaganda que necesitamos es aquella que nos ayude (enseñe) a
convivir con el natural egoísmo de nuestros vecinos y de nuestros gobernantes.
En otras
palabras, más que darnos consejos para que abandonemos el egoísmo y la envidia,
rasgos infaltables en nuestra especie, necesitamos saber cómo responder a los
efectos indeseables que esas características podrían causarnos.
Criticar la
condición humana es tan inútil como criticar los fenómenos naturales adversos
(lluvia, frío, viento).
Conclusión: ¡rentabilicemos el egoísmo y la envidia!
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