Envidiamos a quien, por su situación, puede sentir lástima. Especialmente envidiamos a quien puede sentir lástima de nosotros mismos.
La envidia es un sentimiento
bastante preocupante aunque no tanto como el odio.
Cuando la padecemos es porque
desearíamos imitar las posesiones o la situación de otra persona. «Tristeza o pesar
del bien ajeno», dice textualmente el diccionario (1).
Sin embargo, sentimos envidia no por los bienes ajenos sino por el
placer que parece disfrutar el poseedor de esos bienes o situación. Lo que
envidiamos es la felicidad ajena. Envidiamos cuando nos molesta el bienestar
ajeno (2).
Como estoy hilando fino, deteniéndome en pequeño detalles, agrego otra situación
generadora de envidia.
En uno de mis tantos lugares de trabajo integré un equipo de
trabajadores alojados en un gran galpón, frío en invierno y tórrido en verano.
Me contaron los empleados más veteranos la triste historia
de la pared de espejo.
Cuando ese local fue remodelado, los trabajadores se
encontraron con un enorme espejo que los reflejaba.
Ubicado en un extremo superior del gran salón, todos podían
verse entre sí, tanto fuera para hacerse bromas, como para chismorrear, como
para inspeccionarse.
Los dirigentes sindicales aconsejaban no entrar en el juego
de los patrones, alentaban para que no jugaran
a ser capataces entre ellos.
La bomba estalló cuando alguien pudo acceder, sin permiso, a
la parte trasera de ese enorme espejo. Ahí pudo saberse que los que se creían
observadores recíprocos también estaban siendo observados por el personal
jerárquico desde atrás del espejo transparente.
Los trabajadores se pusieron espontáneamente furiosos al
punto que tuvieron que remplazar el espejo por vidrio común.
Según pude entender con los años existe una tercera causa de
envidia. Ocurre cuando imaginamos que otro siente lástima al ver nuestra
situación. Envidiamos a quien, por su situación, puede sentir lástima.
(Este es el
Artículo Nº 1.734)
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