Los humanos conocemos y defendemos muy bien nuestra propiedad privada, pero desconocemos y nos importa muy poco la propiedad ajena.
La corrupción puede ser pública o privada.
Quizá convenga reconocer que es la corrupción pública la única que nos llama la
atención y que eleva nuestra presión arterial, especialmente cuando sentimos
que no podemos evitarla, denunciarla, corregirla, moderarla.
La corrupción privada parece circunscripta a
un pequeño grupo de personas que tienen problemas entre ellos, por ejemplo, los
trabajadores que roban mercadería, los directivos que se estafan mutuamente, el
uso de las instalaciones para beneficio personal.
En los artículos diarios que refieren a la pobreza patológica hago especial hincapié en las
dificultades psicológicas que podrían afectar a los pobres patológicos, considerando que son ellos quienes tienen que
modificar en algo su desempeño para poder erradicar de sus vidas esa escasez de
bienes materiales que los mantienen con una calidad de vida inferior a la que
desean.
Esta
especialización en los problemas personales de los pobres patológicos queda justificada porque absolutamente todos los
intentos que se hacen desde hace siglos, siempre prestan atención a la política
económica de los pueblos. Opino que si un cierto punto de vista no da resultado
durante siglos, sería prudente cambiarlo: por eso no pienso en asuntos
macroeconómicos sino en asuntos microeconómicos (del individuo) y aplicando
herramientas teóricas del psicoanálisis, lo cual nunca se había hecho hasta
ahora.
Debo
reconocer que la corrupción entre los funcionarios públicos es un hecho
detestable pero si hace milenios que no cambia (como tampoco cambia la mala
distribución de la riqueza), es porque lo que nos molesta no es la transgresión
legal y moral sino nuestra envidia.
Aunque
parezca extraño, los humanos conocemos y defendemos muy bien nuestra propiedad
privada, pero desconocemos y nos importa muy poco la propiedad ajena.
Otras
menciones del concepto «corrupción»:
(Este es el
Artículo Nº 1.701)
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