viernes, 31 de agosto de 2012

El bienestar y la economía




En todas las clases sociales se viven situaciones gratas e ingratas. El bienestar o el malestar no dependen de la economía.

Los invito a imaginar una representación gráfica según la cantidad de dinero que tenemos para nuestros gastos: alimentación, vestimenta, alojamiento, entretenimiento.

La representación gráfica consistiría en una escalera ascendente. En el primer peldaño están quienes no tienen satisfechas sus necesidades vitales (indigencia), en el segundo peldaño tenemos a quienes apenas ganan lo necesario para cubrir los gastos más imprescindibles, y así sucesivamente, en el tercer peldaño están los pobres, luego la clase media y finalmente los ricos.

Dentro de cada nivel (peldaño), podemos encontrar distintas opiniones sobre cómo se sienten sus habitantes y ahí tomaremos contacto con diversas sensaciones, pues ellos expondrán sus diferentes grados de conformidad y de disconformidad, diciendo:

— Los habitantes de los peldaños más bajos, quizá digan: «mal no estoy pero bien tampoco», «así no vale la pena vivir», «me conformo porque no le debo nada a nadie», «todo esto es poco, pero mío», «lo único que me interesa es estar sano», «mataría a quienes tienen de más y no reparten», «¡ya vendrán tiempos mejores!» y una infinita gama de expresiones, sentimientos, opiniones.

— Los habitantes de los peldaños intermedios, quizá digan: «todo está carísimo»; «vivimos trabajando, estoy bastante cansado»; «no veo la hora de jubilarme»; «solo trabajo para pagar facturas y cancelar deudas»; «con mi cónyuge hablamos muy poco»; «casi no sabemos qué piensan nuestros hijos»; «le tememos a la delincuencia» y una infinita gama de expresiones, sentimientos, opiniones.

— Los habitantes de los peldaños más altos, quizá digan: «el estado se queda con buena parte de lo que ganamos»; «dedicamos mucho esfuerzo a conservar lo que hemos ganado con sacrificio»; «no entendemos cómo algunos pueden envidiar nuestra situación»; «quisiera tener menos pero disfrutar más».

(Este es el Artículo Nº 1.631)

miércoles, 1 de agosto de 2012

La irracionalidad nos llena de miedos



La prohibición de incesto, impuesta sin ninguna explicación, nos convence de que nuestra espontaneidad es siempre equivocada, peligrosa, inadecuada.

A veces envidiamos a los niños por su vida distendida, o a los jóvenes por su entusiasmo, energía y ganas de divertirse, a los adultos muy jóvenes porque transitan la edad en la que se casan, forman una familia, tienen hijos, están llenos de proyectos.

Para hacerla breve: muy a menudo decimos «todo tiempo pasado fue mejor».

Sabemos que no es así: los niños padecen la falta de poder, la obligación de estudiar temas absurdos, tienen que abstenerse de matar al hermano menor.

Los adolescentes no saben qué quieren, repentinamente tienen ganas de llorar, se siente incomprendidos, querrían cambiar el mundo y casi nadie los escucha.

A los adultos jóvenes no les alcanza el dinero, no tienen ni la menor idea de cómo criar el primer hijo, para el segundo están más duchos y del tercero en adelante, se crían entre los mismos hermanos. Es la época en que tienen más necesidades, más deseos, más obligaciones y, comparativamente, menos dinero.

Por lo tanto: todo tiempo pasado fue más o menos como el presente, solo que hemos olvidado los detalles más desagradables.

Hay un tipo de inseguridad que agrava todas estas vicisitudes de los más jóvenes y también de algunos adultos y ancianos: me refiero a la inseguridad que nos paraliza por no saber cómo actuar con los demás, qué decir en cada ocasión, cómo tratar a cada persona para que no se ofenda o se forme una mala imagen de nosotros.

La causa número uno de tantas dudas sociales es la prohibición del incesto y su falta de fundamentación, clara, concisa, pedagógica.

Tanta arbitrariedad irracional (prohibición sin explicación) nos hace dudar de nuestra espontaneidad, de nuestras intenciones. Nos llena de miedos.

(Este es el Artículo Nº 1.627)