La prohibición de incesto, impuesta sin ninguna
explicación, nos convence de que nuestra espontaneidad es siempre equivocada,
peligrosa, inadecuada.
A veces envidiamos a los niños por su vida
distendida, o a los jóvenes por su entusiasmo, energía y ganas de divertirse, a
los adultos muy jóvenes porque transitan la edad en la que se casan, forman una
familia, tienen hijos, están llenos de proyectos.
Para hacerla breve: muy a menudo decimos «todo tiempo pasado fue mejor».
Sabemos que
no es así: los niños padecen la falta de poder, la obligación de estudiar temas
absurdos, tienen que abstenerse de matar al hermano menor.
Los
adolescentes no saben qué quieren, repentinamente tienen ganas de llorar, se
siente incomprendidos, querrían cambiar el mundo y casi nadie los escucha.
A los
adultos jóvenes no les alcanza el dinero, no tienen ni la menor idea de cómo
criar el primer hijo, para el segundo están más duchos y del tercero en
adelante, se crían entre los mismos hermanos. Es la época en que tienen más
necesidades, más deseos, más obligaciones y, comparativamente, menos dinero.
Por lo
tanto: todo tiempo pasado fue más o menos como el presente, solo que hemos
olvidado los detalles más desagradables.
Hay un tipo
de inseguridad que agrava todas estas vicisitudes de los más jóvenes y también
de algunos adultos y ancianos: me refiero a la inseguridad que nos paraliza por
no saber cómo actuar con los demás, qué decir en cada ocasión, cómo tratar a
cada persona para que no se ofenda o se forme una mala imagen de nosotros.
La causa
número uno de tantas dudas sociales es la prohibición del incesto y su falta de
fundamentación, clara, concisa, pedagógica.
Tanta
arbitrariedad irracional (prohibición sin explicación) nos hace dudar de nuestra
espontaneidad, de nuestras intenciones. Nos llena de miedos.
(Este es el
Artículo Nº 1.627)
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1 comentario:
Ah, que buena idea!!
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