viernes, 1 de marzo de 2013

Los monos descienden del ser humano



 
Las doctrinas filosóficas y religiosas que desprecian la materia suelen también rechazar las funciones corporales, la riqueza y el dinero.

Los humanos somos animales tan subdesarrollados que pasamos toda la vida tratando de entender lo más elemental, porque lo más elemental nos produce asco, vergüenza, indignación.

Lo más elemental acabo de mencionarlo: somos animales.

Somos tanto más imperfectos que ellos que intentamos imaginariamente invertir los términos al punto de considerarlos inferiores a nosotros.

A veces pienso, (quizá en broma), que Charles Darwin se dio cuenta de que los animales son seres humanos más desarrollados, pero cuando se lo comentó a sus amigos lo aconsejaron que no planteara esa teoría porque se exponía a perder la vida a manos de algún exaltado defensor de nuestra superioridad.

Lo que me interesa comentarles tiene relación con la pobreza patológica.

El cuerpo tiene características que delatan esa condición animal de la que renegamos.

La imaginación, la fantasías, las ilusiones, las quimeras, los sueños, los espejismos, las utopías, los ideales, el misticismo, las religiones, son algunos de los recursos que tenemos los humanos para apaciguar la envidia que nos producen nuestros descendientes más evolucionados: los animales.

El cuerpo es rechazado explícitamente por muchas personas cuya neurosis o psicosis tienen niveles elevados de irrealidad.

La sexualidad es una función imprescindible pero que nos recuerda la falta de pudor que observamos en los que alguna vez fueron humanos y tuvieron la fortuna de superarse.

Cuando la vida nos abandona, nuestros cuerpos se descomponen igual que los cuerpos de nuestros derivados: el cadáver de un perro y el de un humano, se degradan de forma idéntica.

Todas estas reflexiones, que podrían ser malsonantes para los radicales negadores de nuestra condición animal, están acá para señalar que el rechazo de la materia suele asociarse al desprecio de la riqueza.

Artículo sugerido

 
(Este es el Artículo Nº 1.803)

La envidia por desinformación



 
Muchas personas creen que si tuvieran dinero suficiente dejarían de sufrir. Por eso envidian y odian a los ricos erróneamente.

«La Naturaleza nos provoca dolor y placer para que el "fenómeno vida" no pare», dice el lema de un blog (1) donde se alojan varios artículos que he redactado sobre los dolores inevitables.

En síntesis, esos artículos tratan de explicar por qué «vivir duele». Parecería ser que la vida no tiene nada de mágico, como piensan quienes creen en el espíritu, el alma y demás explicaciones místicas sobre la Naturaleza.

Dentro de mi concepción materialista de los acontecimientos que observamos, el dolor y el placer son estímulos movilizantes, que nos llevan a apartar la mano del fuego para no perderla y que nos llevan a disfrutar de las relaciones sexuales para conservar la especie.

Pero nuestra fisiología incluye conductas sociales, actorales y políticas. Algo en nuestro cuerpo nos permite comunicarnos, simular y disimular.

Si bien nuestro cuerpo genera un ruido capaz de movilizar a varias personas y que solo se detiene cuando alguien «le da de comer a ese pequeño que no para de llorar», también es capaz de simular un llanto movilizante para inspirar lástima y activar a varias personas para que nos ayuden,... aún cuando podríamos valernos por nosotros mismos.

Es en estas comunicaciones entre adultos que podemos encontrar falsedades, manipulaciones, conductas extorsivas, que son propias de nuestra especie pero que nos hemos puesto de acuerdo en condenar por malignas, indecentes, tóxicas.

La envidia también es un dolor provocado porque quien la padece no soporta un bienestar ajeno al que no puede acceder.

Ese bienestar puede ser real o imaginado.

Muchas personas creen que los ricos no sufren porque el dinero todo lo calma.

Por eso suponen que están sufriendo porque no son ricas, entonces los envidian erróneamente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.802)