Muchas personas creen que si tuvieran dinero suficiente dejarían de sufrir. Por eso envidian y odian a los ricos erróneamente.
«La Naturaleza nos provoca dolor y placer
para que el "fenómeno vida" no pare», dice el lema de un blog (1) donde
se alojan varios artículos que he redactado sobre los dolores inevitables.
En síntesis, esos artículos tratan de explicar por qué «vivir duele».
Parecería ser que la vida no tiene nada de mágico, como piensan quienes creen
en el espíritu, el alma y demás explicaciones místicas sobre la Naturaleza.
Dentro de mi concepción materialista de los acontecimientos que
observamos, el dolor y el placer son estímulos movilizantes, que nos llevan a
apartar la mano del fuego para no perderla y que nos llevan a disfrutar de las
relaciones sexuales para conservar la especie.
Pero nuestra fisiología incluye conductas sociales, actorales y
políticas. Algo en nuestro cuerpo nos permite comunicarnos, simular y
disimular.
Si bien nuestro cuerpo genera un ruido capaz de movilizar a varias
personas y que solo se detiene cuando alguien «le da de comer a ese pequeño que
no para de llorar», también es capaz de simular un llanto movilizante para
inspirar lástima y activar a varias personas para que nos ayuden,... aún cuando
podríamos valernos por nosotros mismos.
Es en estas comunicaciones entre
adultos que podemos encontrar falsedades, manipulaciones, conductas extorsivas,
que son propias de nuestra especie pero que nos hemos puesto de acuerdo en
condenar por malignas, indecentes, tóxicas.
La envidia también es un dolor
provocado porque quien la padece no soporta un bienestar ajeno al que no puede
acceder.
Ese bienestar puede ser real o
imaginado.
Muchas personas creen que los
ricos no sufren porque el dinero todo lo calma.
Por eso suponen que están
sufriendo porque no son ricas, entonces los envidian erróneamente.
(Este es el Artículo Nº 1.802)
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