La envidia es un tema reiterado por mí porque es para las personas un yacimiento energético tan importante como el petróleo para la humanidad. Por ella se hacen grandes cosas (buenas, regulares y malas).
La potencia
generadora de energía que produce no
es tan evidente como sucede con los hidrocarburos pero
podemos esbozar algunas hipótesis que, a falta de verdades incuestionables,
pueden ser útiles para orientar hasta cierto punto nuestras acciones.
Uno de los
motivos por los que la envidia es tan energizante es porque el deseo de poseer
lo que el otro ya tiene, nos predispone al combate por conquistarlo por el
medio que sea pero también —y acá la novedad que incorpora este artículo— por
la furia que nos causa ser tan incapaces de no haberlo conseguido antes, con
menor esfuerzo y riesgo.
O sea que parte
de la energía que produce la envida corresponde al rubro auto-crítica.
El dolor que nos provocamos al acusarnos de incompetencia,
falta de suerte, indolencia y vaya uno a saber cuántas flagelaciones más,
terminamos socializándolas entre quienes nos rodean, con especial dedicación a
quien posee el cuestionable privilegio de ser quien nos provoca tal sentimiento
de auto-odio.
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