martes, 15 de junio de 2010

El flotador de piedra

Los entrenamientos —en cualquier tarea, función o destreza—, generalmente mejoran el desempeño.

Cuando alguien deja de practicar una habilidad y luego la retoma, notará que el rendimiento disminuye.

Las tareas más complejas, más dependientes de la atención, el ejercicio y los reflejos, son las más vulnerables a la falta de práctica.

Volar un avión supersónico de última generación requiere una práctica casi continua, a diferencia de la habilidad para andar en bicicleta.

También parecería ser cierto que la existencia de riesgos y el consiguiente aumento del estrés, disminuye los errores y accidentes.

Un trapecista es más preciso en sus movimientos cuando no se protege de una eventual caída.

En términos generales, esto funciona así.

Por otra parte, quienes viven en zonas geográficas escasamente urbanizadas, lejos de cualquier centro de asistencia médica, tienen mejor desarrollado el instinto de conservación que aquellos otros que cuentan con todas las garantías sanitarias que provee la tecnología.

La forma que tenemos de cuidarnos, no solamente es instintiva, sino que para muchos forma parte de su personalidad, de su identidad.

Algunos gustan identificarse como muy cuidadosos, otros como muy audaces, otros como muy racionales, otros como hipocondríacos, otros como muy ponderados.

Es probable que usted conozca gente que aconseja cosas tan obvias como «¡cuídate!», «¡no te caigas!», «¡no te vayas a enfermar justo ahora!».

La recomendación no resiste ningún análisis. Es sencillamente innecesaria porque el instinto de conservación —perfeccionado durante millones de años—, sabe de sobra cómo cuidarse, cómo tomar precauciones, cómo evitar problemas.

Quienes acostumbran dar estos consejos, podrían razonar de este modo:

1) «Soy más perfecto y debo ayudar a quienes sé que no lo son» (arrogancia);
2) «Reparto un poco de la seguridad que tengo de más» (ilusión);
3) «Deseo que le vaya mal, pero lo disimulo» (envidia);
4) No razonan.

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La búsqueda de lo maternal

El modelo que intentamos replicar inconscientemente los humanos de ambos sexos, es «la maternidad».

Lo que nos dio las primeras sensaciones gratificantes (alimento, abrigo, caricias), se ganó nuestra eterna devoción.

Conscientemente, dedicamos este amor a nuestra madre de carne y hueso, pero en el fondo, amamos «la maternidad», una idea abstracta que representa el conjunto de objetos y situaciones imprescindibles para seguir vivos y pasar bien.

Amamos a nuestro padre, pero por sus cualidades maternales: proveedor, protector, modelo.

Luego tratamos de ser maternales de diferente forma, según nuestro sexo biológico.

Las niñas tratarán de ser madres y de esa manera satisfarán el anhelo sin grandes rodeos.

Los niños tratarán de ser madres pero con todos los rodeos que hagan falta para compensar la carencia del aparato reproductor femenino.

Por eso, los varones somos más visibles, más famosos, más protagonistas, nos peleamos por figurar como los autores, los creadores, los vanguardistas, queremos ser imprescindibles, ganadores.

Las mujeres no compiten en esta lucha por el protagonismo universal porque teniendo uno o varios hijos, logran sin grandes complicaciones, eso que los varones tanto envidiamos.

El protagonismo de los varones es una consecuencia de amar y envidiar «lo maternal», asociado o no con «lo femenino».

En suma: «lo maternal» es una idea, una referencia, una sensación, un sentimiento que condensa lo más útil para retener la vida, es decir, «aquello que calma el hambre, el frío y la soledad».

No debemos confundir «lo maternal» con «lo femenino», «la mujer», «las madres».

«Lo maternal» es una idea, un modelo, lo que todos amamos y queremos replicar para asegurarnos de que inspiraremos en los demás el mismo sentimiento de apego que nos inspira «lo maternal».

Las mujeres lo consiguen simplemente fecundando y los varones lo intentamos (infructuosamente), con proezas, riesgo, fama, heroísmo, poder.

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miércoles, 9 de junio de 2010

Revisar los cálculos

Hay varias formas de tener lo suficiente para vivir dignamente, pero hay muchas más para no tenerlo.

Es más accesible la pobreza que la riqueza. Es más fácil perder un patrimonio que generarlo y conservarlo.

Me animo a decir que estas son verdades ... hasta que se demuestre lo contrario.

Todos los seres humanos nos observamos, miramos, comparamos y hasta vigilamos.

En condiciones normales, intentamos conocer qué pueden otros para intentarlo.

La consigna es: «Si otros pueden, ¿por qué yo no?»

Y acá aparece un detalle que no deberíamos descuidar.

Un proverbio chino dice: “Un hombre rico teme la fama igual que el cerdo teme su propia grasa”.

Estoy de acuerdo con esta idea porque no es prudente publicar lo que tenemos que otros no tienen y es inteligente publicar lo que nos falta que otros tienen.

Nuevamente: esta fórmula me parece verdadera ... hasta que se demuestre lo contrario.

Por lo tanto: en la tarea de observar, mirar, comparar y vigilar, estamos recibiendo una información deliberadamente distorsionada por quien la emite.

Dicho de otra forma: si yo veo que alguien tiene mucho más dinero que la mayoría, tengo que pensar que eso no es cierto, que estoy percibiendo mal, que estoy recibiendo un dato falso, porque no es prudente publicar lo que alguien tiene más que otros.

En suma: quienes publican sus características sobresalientes, o mienten o están cometiendo un error que les hará perder lo que tienen de más.

Cuando recibimos esa información (que alguien es rico), es más sensato pensar que estamos ante alguien que quiere aparentar un poder que en realidad no posee.

Conclusión: no podemos dejar de observarnos y compararnos, pero tampoco podemos olvidarnos de hacer algunos ajustes lógicos en lo que percibimos.

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viernes, 4 de junio de 2010

La pasión de Pedro

Pedro es habilidoso con las manos pero más habilidoso vendiendo. Cuando se enamoró de María, hicieron planes para vivir juntos. Entusiasmado, se puso a pensar cómo ganar dinero para concretar ese proyecto.

Conoció a Luis que se dedicaba a la fabricación manual de esponjas de alambre y se ofreció para venderlas.

En poco tiempo Luis no pudo fabricar todas las esponjas que Pedro vendía y éste recurrió a otro fabricante. Las cosas anduvieron tan bien que tuvo que seguir incorporando más fabricantes de esponjas.

Pedro y María se casaron, la fiesta fue muy sencilla, la luna de miel sólo duró un par de días porque él estaba muy interesado en volver al trabajo.

Nadie sabía que lo que Pedro compraba a $ 1.- lo vendía en $ 4.- Esta enorme diferencia le permitió comprar máquinas para que sus proveedores pudieran entregarle más esponjas por el mismo precio.

Desde que incorporó las máquinas, cada esponja pasó a costarle la mitad pero las seguía vendiendo a $ 4.- Las ganancias de Pedro crecían y crecían, mientras que los fabricantes seguían conformes ganando lo mismo.

Si alguien hubiera enterado a los fabricantes de cuán grandes eran las ganancias de Pedro, aquel estado de conformidad se habría transformado rápidamente en furia. Quizá esa furia los hubiera llevado a no venderle más esponjas a Pedro, aunque esto les significara quedarse sin ingresos.

El cerebro humano es tan deficiente que no es capaz de entenderse a sí mismo.

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jueves, 3 de junio de 2010

Problemas de alcoba

Rafael tiene la costumbre de darme un beso en la comisura de los labios y con eso me despierto.

No con el beso, sino con el olor de su aliento. Similar al de cualquier otro hombre cuando recién se despierta.

Todos los días me hago las mismas preguntas: ¿Qué hago yo acá?, ¿qué hago conviviendo con él?

Así comenzaron todos los aburrimientos anteriores; inclusive con Javier, que tenía todo para ser el amor eterno.

Recuerdo que un día, al despertarme, sentí que su mano, apoyada en mi vientre, me aplastaba.

Me reí cuando la analista me dijo: — ¿Javier se está poniendo pesado?

Se lo comenté a Lorena: — ¡Fíjate, la ocurrencia de la mujer! ¡Confundió el peso de un brazo con lo tedioso que fuera él!

Querría que alguien me informe si es posible la convivencia y qué es eso de la soledad.

Rafael se encarga de hacer las compras para el desayuno, sin protestar, sin reparar en el clima.

Esa costumbre suya me ha convencido de que la primera comida del día, determina el resto de la jornada.

Quizá me esté aburriendo porque está todo demasiado bien.

No tenemos problemas con las familias, nos alcanza el dinero, nuestros gustos no son tan incompatibles como para que nos estemos importunando.

En estos ventidós meses de convivencia, sólo tuvimos una discusión que nos probó a fondo y que logramos superar —debo reconocerlo—, gracias a su ternura.

Quizá si no fuera tan inteligente, hábil, memorioso ...

La envidia siempre fue mi talón de Aquiles. Desde la infancia, sufría por las calificaciones, los regalos, los padres, los hermanos, la belleza, el timbre de voz, la forma de las manos, la elegancia al caminar, la suavidad de la piel...

Rafael es mucho más valioso que yo y eso corroe mi maltrecha autoestima.

Cuando no puedo penetrarlo, su comprensión me pone aún más impotente.

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martes, 1 de junio de 2010

La cuidadosa preservación de objetos rotos

En dos artículos recientemente publicados (1) (2), les decía que nuestra psiquis actúa metafóricamente, esto es, repite el mismo esquema, aunque de formas parecidas.

En otro artículo (3) les comentaba la teoría de Melanie Klein, según la cual a veces nos deprimimos porque imaginamos que nuestros deseos destructivos provocaron algún daño real.

El comentario de una lectora (Ingrid), me sugirió lo siguiente:

Ella dice que en las actuales circunstancias, suele ser más conveniente comprar objetos nuevos en vez de reparar los viejos deteriorados.

Comparto su preocupación, teniendo en cuenta el funcionamiento metafórico que describo en los dos artículos que menciono en el primer párrafo.

La tristeza que a veces sentimos sin una causa que la justifique (una pérdida, por ejemplo), suele provenir de esa reacción que tenemos cuando nuestras aspiraciones destructivas nos preocupan, angustian, nos hacen sentir culpa y arrepentimiento de algo que sólo imaginamos, que nunca hicimos, y que quizá nunca llegamos a conocer conscientemente porque sólo ocurrió en nuestro inconsciente y lo más próximo que conocimos fue un sueño perturbador.

La reparación de un objeto deteriorado (lavarropas, radio, bicicleta), alivia nuestra tristeza, acorta los períodos de depresión, nos alegra.

Como generalmente no podemos tomar decisiones antieconómicas (es decir, no nos permitimos pagar por una reparación una cantidad de dinero similar a la que gastaríamos comprando un objeto nuevo), nos sometemos a la racionalidad pero tratamos de conservar el objeto antiguo en algún lugar donde no moleste.

En suma: como nuestro inconsciente puede imaginar que las mujeres se parecen a la madre tierra por su capacidad de gestar (2) o nos entretienen las tareas manuales, en tanto nos sentimos tan creativos como una mujer embarazada (1), reparar objetos deteriorados nos alegra porque sentimos que compensamos nuestros deseos destructivos.


(1) La creatividad y el miedo
(2) La mujer de Juan Pérez

(3) La depresión constructiva

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