La «envidia» y la «avaricia» son la versión demonizada del «afán de logro» y de la «proactividad».
En otro artículo (1) les comentaba que para
alguien puede ser tan beneficioso reconocer su envidia como para otro es una
especie de liberación divulgar su condición de homosexual.
Claro que para las personas que se guían por
los postulados religiosos (bíblicos), tendrán en cuenta que la envidia es uno
de los Siete Pecados Capitales mientras que la homosexualidad no lo es.
Envidiar el bienestar de los demás es una
actitud que hasta suele catalogarse de patológica, pero no podemos olvidar que
en nuestra cultura también es patológico para muchas personas haber accedido a
un cierto bienestar.
Estoy casi seguro de que no fue este
razonamiento el que hizo quien redactó los Siete Pecados Capitales, pero si aún
continúan marcando la línea moral de tantas personas, es oportuno preguntarse
en pleno siglo 21, si la envidia no será
tan religiosamente condenada por su vinculación con algo que también
está condenado: el bienestar.
Es como si la
condena fuera contra quien envidiara ser delincuente: la envidia en sí
misma no sería tan grave, lo que sí sería grave es la vocación antisocial que
se manifiesta.
La homosexualidad fue considerada como
patológica por la medicina y la moral occidentales hasta que la propia
evolución ha permitido que actualmente muchas personas (aún no me animo a decir
«la mayoría»), aceptamos esa opción sexual con indiferencia.
Pero la envidia sigue considerándose como un
rasgo de malignidad, debilidad, amoralidad y notoria vinculación con otro
Pecado Capital: la avaricia.
No creo que la envidia y la avaricia sean tan
graves.
Creo más bien que los primeros cristianos, en
su afán de combatir a los judíos (más prósperos, laboriosos y pragmáticos),
demonizaron su «afán de logro» (envidia) y su «proactividad» (avaricia).
(Este es el
Artículo Nº 1.579)
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