Nuestra calidad de vida aumentará cuando podamos confesar
nuestra envidia y la seducción por la criminalidad que no nos afecta.
He comentado anteriormente (1) la acción que
llamamos «salir del
clóset [placar, armario]», con la que se denomina a la confesión de una
característica que se supone rechazada por la sociedad.
La
expresión «salir del clóset» surgió para denominar la «confesión de la
homosexualidad».
No podemos
perder de vista que el homosexual que duda sobre si divulgar o no su opción,
participa del rechazo social porque es un integrante más de la sociedad. Sin
embargo, se diferencia del resto en que a ese rechazo socialmente compartido se
le suma el ser poseedor del rasgo de personalidad cuestionado.
En el mismo
artículo (1) compartí con ustedes la idea de que también podríamos «salir del
placar» confesándole a quien corresponda, (amigo, pariente o conocido), que
«envidiamos» su inteligencia, belleza física, serenidad o lo que fuere.
La envidia
es un sentimiento con aristas buenas y malas. Son buenas aquellas que estimulan
al «envidioso» para aliviar su dolor tratando de superarse y malas cuando la
mejor ocurrencia consiste en perjudicar al envidiado hasta que sus rasgos
envidiables desaparezcan.
Los
gobernantes populistas suelen aplicar este mal criterio (emparejar hacia abajo)
para calmar masivamente la envidia de los votantes que lo llevaron al poder.
Agrego
ahora un tercer criterio para «salir del placar» en aras de obtener los mismo
beneficios del homosexual reprimido cuando puede asumir su característica y
disfrutarla como se merece.
Me refiero
a la ambivalencia con que evaluamos a los delincuentes.
Lo que
tendríamos que confesar es: «Odio a los delincuentes cuando me afectan
directamente pero me fascinan cuando no me afectan».
Si
observamos el deleite que sentimos por la literatura y cinematografía
policiales, tenemos que asumir que amamos la criminalidad (cuando no nos
afecta).
(Este es el
Artículo Nº 1.599)
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