Conscientemente queremos ser ricos aún cuando hipócritamente rechacemos esa condición. Como la mayoría obedecemos al inconsciente y este quiere ser pobre como los demás animales, los ricos son las excepciones que evaden el mandato del inconsciente.
Ocultamos la riqueza:
— Para evitar los efectos devastadores de la envidia que otros puedan sentir;
— Porque la sociedad ejerce una mayor presión impositiva sobre quienes más tienen para dar, es decir que aunque somos todos valorativamente iguales, a los ricos se les exige un mayor esfuerzo, cosa que a nadie le gusta;
— Los delincuentes prefieren a los ricos para perpetrar sus fechorías pues el afán de lucro es el principal estímulos de su actividad;
— La religión mayoritaria (católica) condena a los ricos, sin importar que el Vaticano ostente fortunas en medio de la miseria que la rodea;
— Las corrientes de izquierda, de forma similar a como lo hace la iglesia católica, agita un discurso moralista contra la mezquindad, avaricia, inescrupulosidad de los ricos, aunque entre sus filas militen personas con grandes patrimonios;
— Existe la creencia de que el dinero hace la felicidad, aunque simultáneamente todos repetimos mecánicamente que eso no es así;
— Los humanos suponemos que mucho dinero equivale a mucha salud, mucha alegría, mucho poder y eso despierta la envidia ya mencionada pero también indisimulada agresividad porque esas ventajas y privilegios están ideológicamente demonizados.
El ser humano, con o sin fortuna, necesita ser amado, huye de los ambientes geográfica y socialmente hostiles, tiende a buscar lo mejor a cambio del menor esfuerzo (1). Por eso la condición de rico es rechazada instintivamente aunque nuestra racionalidad consciente nos hace pensar que sería lindo tener mucho dinero y que no hay nada mejor que el poder económico.
En suma: Conscientemente queremos ser ricos pero inconscientemente buscamos la pobreza económica que tienen los demás animales.
(1) Sobre la indolencia universal
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