El razonamiento que hacemos los votantes para entregar nuestro voto es pobre, infantil, desorganizado, impulsivo, coyuntural, nada confiable.
Como detento el envidiable privilegio de no saber nada de la política de España, me abocaré en este artículo a opinar sobre su actual presidente.
Quienes conocen de política profunda saben que los mejores yacimientos de sabiduría radican en las amas de casa, en los poetas y en los ignorantes (en orden ascendente).
Casi todo el mundo lo llama por el apellido de la madre (Zapatero). En la cuna del machismo latinoamericano, a su presidente le ignoran el apellido paterno, alegando con total razón que los rodríguez son infinidad.
Pero además, pensando con cabeza de marketinero yanqui, tiene un fuerte poder pregnante (no sé qué quiere decir, pero lo tiene) por aquello de «zapatero a tus zapatos».
Para comprender mejor el efecto hipnótico de este apellido, recordemos que la moral de los españoles anda por el suelo porque la crisis económica los está maltratando hace muchos años.
No se me escapa que además del apellido materno y significativo, el hombre tiene una cara particularmente atractiva para quienes construyen un personaje tatuándolo en la retina de la población: los fotógrafos.
Con ese rostro dan de comer a sus hijos una legión de caricaturistas con lo que no sólo se obtiene el efecto social directo sino también alentar, alegrar, entusiasmar a los ciudadanos votantes.
La deformación elegante, artística pero también un poco desenfadada que se publica en un periódico, causa gracia y relativiza el poder, prestigio y brillo del caricaturizado.
Si un gran personaje tiene condiciones para ser caricaturizado, permite suponer que es accesible, humilde, sin excesivo amor propio.
Pero lo más importante es su parecido con el humorista británico Rowan Atkinson (Mr. Bean).
En suma: un personaje popular se construye sumando importantes atributos.
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