domingo, 2 de octubre de 2011

El sobreendeudamiento y los privilegios

Los privilegios generan envidia aunque para conservar esa ventaja el privilegiado tenga que soportar presiones que lo hacen repudiar eso que provoca envidia.

Porque mi madre era maestra, fui a las escuelas donde ella trabajaba.

Sus compañeras tenían una especial consideración conmigo. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Todos suponíamos que mis calificaciones eran excelentes porque las maestras querían quedar bien con su amiga. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Los niños suelen creer que los profesionales nacen, no se hacen. Para ellos es algo genético. La sabiduría brota por sus poros. Los hijos de maestra también son genéticamente sabios. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Este clima social para un niño en edad escolar es muy extraño. Yo no sabía qué hacer con tantos honores, ventajas, riquezas.

Lo que mis compañeros no sabían era cómo vivía yo esas ventajas que ellos envidiaban.

A los niños comunes les ponen la nota por lo que han logrado y a los hijos de las maestras les ponen la nota por lo que tendrán que lograr, quieran o no quieran, sin importar los litros de lágrimas que derramen.

Los niños comunes producen primero y cobran (la calificación) después. Los hijos de maestra cobran primero y tienen que producir después, puedan o no puedan, les guste o no, tengan o no la inteligencia suficiente.

Los niños que tienen el dudoso privilegio de ser hijos de la maestra viven «sobreendeudados » (fueron calificados tomando en cuenta rendimientos futuros), bajo la presión agobiante de la obligación. Viven prematuramente a crédito.

Es posible deducir que algunos adultos perjudicados por el costo emocional y económico de estar sobreendeudados, necesitaron sentirse privilegiados, envidiados, «hijos de la maestra».

En suma: Algunos sobreendeudados gozaron (necesitaron) el beneficio de sentirse dignos de crédito, confiables, amados.

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