viernes, 25 de febrero de 2011

Expulsemos al director técnico

La identificación nos permite vivir en las circunstancias de otros, como si fueran nuestras.

En otro artículo (1) les comento que, por causa de dos defectos mentales propios de nuestro cerebro, llegamos a sentir placer cuando vemos que alguien se erige como quien recibe todos los premios (campeón) ante la mirada envidiosa, frustrada y hasta furibunda de una mayoría que recibe el indeseable título de perdedora.

Aunque surgen piadosos —pero frágiles— alentadores, que intentan aliviar el dolor de los fracasados, tenemos que concluir que el desenlace del campeonato es francamente negativo para ellos visto todo lo que hicieron para evitarlo.

Más aún, cuando quienes alientan (consuelan) son los propios ganadores, no es paranoico suponer que están haciendo un alarde de grandeza francamente falso.

El consuelo recibido del campeón incluye la intensión de incrementar su propio deleite, ostentando no sólo grandeza deportiva sino también moral.

Aunque la euforia del momento empobrece la lucidez como para estar percibiendo estos detalles, saltarán a la vista una vez recobrado el equilibrio emocional.

Otra de nuestras particularidades psíquica es la de buscamos incansablemente aquellos estímulos que nos hagan gozar.

Para lograrlo, no sólo nos confundimos adrede con la lógica de «suma cero» y de la metonimia que comento en el artículo referido (1), sino que también cometemos otro error placentero: la identificación.

El poder vivir con la sensación de que somos el otro (el campeón, el héroe, el protagonista), nos hace decir que «somos campeones» a pesar de que no salimos de nuestro living y nuestra mayor contribución al éxito fue gritar los goles como si eso incitara a los esforzados y lejanos jugadores.

El error mental de «identificarnos» es proveedor de abundantes satisfacciones, aunque también nos causa dolor cuando nos induce a ponemos en el lugar de quienes sufren.

(1) Los ricos son campeones

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