Para vivir la naturaleza nos reclama una lucha a muerte, sin embargo en nuestra escala de valores, la tranquilidad, la paz y la serenidad son objetivos privilegiados.
Aunque suene trágico, la vida es el resultado de una lucha a muerte.
Desde el punto de vista biológico, nuestro cuerpo combate constantemente a millones de microorganismos que desean colonizarnos y depredarnos.
Por razones mecánicas, estamos continuamente venciendo la ley de la gravedad que nos atrae hacia el suelo y también soportamos sobre nuestros hombros una columna de aire que tiene varios kilómetros de altura (presión atmosférica).
Nos socializamos por la disparidad de intereses que hay entre nosotros.
La socialización tanto es de alianza como de combate. Nos juntamos para luchar contra quienes se oponen a nuestra conveniencia (partidos políticos, sindicatos, logias) y también con el oponente entablamos un vínculo caracterizado por la oposición.
En este sentido, amar y odiar, cooperar y envidiar, son sentimientos que nos vinculan.
Hasta es posible afirmar que la indiferencia (el no-sentimiento) es aquello que no participa de nuestra lucha a muerte por seguir viviendo (aliados y oponentes).
No termina acá el campo de las luchas. En nuestro interior también pensamos y tomamos decisiones luego de un proceso conflictivo en el cual factores favorables y desfavorables, deseados y rechazados, nos mantienen en lucha durante el proceso de evaluación de los pros y los contras que tenemos que considerar.
Este artículo describe algo que hacemos constantemente: vivir.
El objeto de este artículo es evitar la pérdida de energía que nos ocurre por no tener presente que esas vicisitudes que nos angustian son normales, esperables, imprescindibles.
Ya hemos logrado tomar con naturalidad las molestias que provocan tener hambre o la necesidad de orinar. Llegará el momento en que también les quitaremos dramatismo a estas luchas a muerte.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario