domingo, 8 de mayo de 2011

La gente sana inspira agresividad

En el fondo del corazón anhelamos el sufrimiento y hasta la muerte de quienes ostensiblemente se animan a satisfacer deseos que reprimimos.

Hace unos días falleció —enferma de cáncer— la amiga de una amiga mía.

Me contó que estaba triste por esa pérdida pero también muy preocupada porque en realidad no estaba tan triste como ella suponía que debía estarlo.

Nuestras conversaciones más recientes giraron en torno a este padecimiento por no padecer.

Por supuesto que me interesé por saber de la fallecida. Supe que había sido una persona que estuvo casada en tres oportunidades y siempre por poco tiempo.

Su espíritu liberal la hacía poseedora de un fuerte deseo de disfrutar de la vida, tanto sea con viajes, organizando fiestas o comprando alhajas, vestimenta, adornos, regalos.

Me contó que cuando una se quedaba a dormir en la casa de la otra, la más liberal le contaba sobre envidiables experiencia placenteras y le adelantaba proyectos fantásticos aún más temerarios, fascinantes y arriesgados.

Parece claro que mi amiga no sólo sentía mucho afecto sino también admiración por quien era capaz de disfrutar con tanta decisión.

Disfrutaba las anécdotas y proyectos como si hubieran sido propios.

Según parece, la muerte de la mujer divertida privó a mi amiga de alguien que le mostraba cómo un semejante a ella podía disfrutar mejor de la existencia, pero también la alivió de que alguien igual que ella fuera envidiablemente más valiente.

También consideramos la hipótesis de que el cáncer es una enfermedad tan terrorífica porque, al caracterizarse porque las células se reproducen alocadamente, es posible pensar que existe un castigo mágico al deseo desenfrenado.

Esto explica la inesperada alegría: la muerte prematura le permitía confirmar algunas creencias religiosas referidas al castigo que merecen (y a veces reciben) la satisfacción del deseo, gozar, disfrutar.

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