martes, 7 de junio de 2011

El flotador de piedra

Quienes recomiendan (aconsejan, enseñan) soluciones difíciles, costosas, esforzadas, buscan inspirar admiración, envidia y aplausos, sin importarle qué poco están colaborando con las necesidades del consultante.

Después de cierta edad (seis o siete años), sabemos que cuando queremos hablar bien de nosotros mismos, no podemos decir explícitamente «soy inteligente», «¿verdad que soy linda?», «nadie me supera jugando al fútbol».

Tanto es así que decirlo es una receta infalible para hacer reír.

Pero esta represión cultural —como cualquier otra represión—, no anula el deseo de estimular nuestro ego buscando la aprobación universal de cómo somos.

La represión está bien bautizada con ese nombre porque el fenómeno psíquico se parece mucho a lo que ocurre con una represa que interrumpe el curso de una corriente de agua: esta intenta fluir y si encuentra un obstáculo aumenta el volumen, presiona tanto como para romper el muro o se derrama inundando grandes extensiones de terreno.

Es muy costoso para los humanos (y para los castores) obstaculizar el flujo de agua y (sólo para los humanos) obstaculizar el fluir del deseo.

Nos cuesta mucho frenar las ganas que tenemos de ser alabados, homenajeados, ovacionados.

Entonces aparecen las estrategias, ardides, artimañas para lograr admiración, piropos, envidia.

Por ejemplo:

— las personas que son naturalmente delgadas como es moda actualmente (año 2011), probablemente digan que hacen grandes sacrificios para mantenerse con esa figura o digan lo contrario, que comen de todo y hacen vida sedentaria.

En el primer caso buscan ser admirados por su disciplina y en el segundo por la suerte de tener un cuerpo privilegiado;

— si alguien tiene que dar un consejo o enseñar un procedimiento, propondrá la solución (método, recorrido) más sacrificada, costosa y preferentemente imposible, para que el otro admire cuánta capacidad de realización (fuerza, resistencia, dinero) tiene este consejero narcisista.

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