Algunas personas (sobre todo profesionales de la salud) acometen con neurótica agresividad los trastornos de salud de sus pacientes y conocidos.
Denomínase «furor curandis» a un desmesurado, incontrolable y obsesivo deseo de curar.
Esta particularidad la encontramos en muchas personas y trataré de explicar por qué reaccionan con tanta energía tratando de resolver los problemas de salud de quienes le comentan sobre algún padecimiento.
Casi todos tenemos esta alergia a los inconvenientes ajenos, sólo que son unos pocos los que se preocupan demasiado.
Ellos creen hacerlo por nuestro bien, por solidaridad, por amor al prójimo, pero este sólo es su aspecto exterior, en el fondo están motivados por los mismos sentimientos egoístas de todo el mundo sólo que lo condimentan con esta exhibición de interés, amor, pasión (¡furor!) como si fueran mejores amigos que cualquier otro.
Uno de los motivos que tienen para actuar de forma tan extrema es que ellos piensan que están dentro del grupo de los «sanos crónicos», es decir que según su fantasía han sido elegidos por la buena suerte para no saber qué es enfermarse.
Ellos sienten el verdadero valor de esa fortuna cuando tienen la suerte de encontrarse con alguien que está enfermo y les cuenta su desventura.
Nuestro «sano crónico» se siente sumamente gratificado por esta noticia porque algo aburrido de su envidiable condición es que sólo se da cuenta del patrimonio invalorable que tienen cuando alguien le exhibe su mala suerte.
La reacción furiosa contra la enfermedad del otro se desencadena porque el súper sano cree que él sabe vivir, supone que la buena salud es obra suya y que, por lo tanto los enfermos son gente equivocada que necesita consejos, recomendaciones, datos, ideas, soluciones, guía, para rectificar la equivocación y así reintegrarse al inteligente grupo de quienes saben vivir.
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