Aunque no seamos cristianos ni católicos, igualmente estamos influidos por las normas morales que esta corriente religiosa ha impuesto a sus fieles.
Aunque —por igual motivo— no podamos creer en los castigos divinos que se merecen quienes pecan, igualmente sentimos algún tipo de amenaza preocupante.
También nos influyen porque, cuando los humanos nos enteramos qué no debemos hacer, incluiremos dentro de nuestros objetivos clandestinos, desobedecer.
Cuando el proverbio dice: «Hecha la ley, hecha la trampa», el sentir popular no hace otra cosa que justificar algo que hizo o está por hacer.
En el siglo sexto, la Iglesia Católica publicó la lista completa de los siete pecados capitales, esto es, aquellas acciones que provocan en Dios un verdadero enojo.
Nos influyen a cristianos y no cristianos porque ocho siglos más tarde, Dante Alighieri publicó La divina comedia, donde, con fuerza artística indiscutible, describió cómo se ofende a Dios y cómo éste toma venganza.
Es imposible no horrorizarse con la descripción de los siete castigos.
La lista completa de pecados, incluye: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.
Dios se ofende si practicamos sexo por simple diversión, si comemos por placer, si queremos tener más de lo necesario, si no tenemos ganas de trabajar, si nos enojamos, si deseamos lo que otros tienen y si somos arrogantes.
Más recientemente, el Vaticano cambió los siete pecados (1).
Desde 2008, se condenan la manipulación genética, los experimentos con seres humanos, la contaminación ambiental, la injusticia social, provocar la pobreza, enriquecerse excesivamente y consumir drogas.
Conclusión: Todo hace pensar que ahora tenemos catorce pecados capitales y —lo invito a corroborarlo— todos tienen repercusiones económicas. Aunque más no sea por tratarse de pecados capitales.
(1) Ver nota de prensa de diario El mundo.
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