martes, 20 de abril de 2010

«Hoy actúa John Money»

El dinero es una mercancía que puede canjearse por cualquier otra mercancía. Cuando el dinero no existía, las personas tenían que destinar mucho tiempo y energía en encontrar a quien tuviera lo que necesitáramos y que casualmente necesitara lo que teníamos para ofrecer.

Con dinero en nuestro poder, sólo tenemos que dedicarnos a buscar a quien posea lo que necesitamos porque seguramente aceptará nuestra mercancía-dinero.

La cualidad de ser universalmente aceptado lo ubica en el tope del ranking de popularidad. ¿Se imagina a un artista que fuera aplaudido por todos? ¿Que todas las personas estuvieran dispuestas a pagar una entrada para ver su actuación?

Como todos necesitamos ser aceptados y amados, toda persona u objeto que logre ese propósito, se constituirá en un modelo a imitar. Querremos parecernos a quien (o «a lo que») tenga la posibilidad de ser aceptado y amado.

Aunque bastante criticada, la envidia es el sentimiento que todos tenemos hacia quien (o «hacia lo que») logra ese preciado objetivo: ser aceptado y amado.

La envidia es criticada porque incluye el deseo de comerse al envidiado en la creencia de que así incorporaremos eso que lo vuelve aceptado y amado. Por lo tanto, la envidia incluye un deseo criminal.

Volvamos al dinero. En nuestra psiquis es, además de una mercancía, un símbolo que representa «lo más aceptado y amado». Por eso sentimos hacia él envidia y deseos criminales de incorporar su fantástica popularidad.

Con este trasfondo afectivo, no es raro que mucha gente esté enemistada con el dinero y lo mantenga lo más lejos posible, provocándose así la pobreza patológica.

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