Si yo le digo que todos los medicamentos son venenos mortales, quizá usted diga «¡No, no puede ser! ¡Son curativos!». Entonces insisto y le digo: En ciertas dosis, todos son venenos mortales: hasta la aspirina. Ahí estoy seguro que nos ponemos de acuerdo.
La envidia es algo similar. Es bueno observar atentamente lo que otros han logrado y desearlo para sí mismo. Es malo cuando ese mismo deseo es tan desproporcionado que incluye la intención de robar o matar.
Una sobredosis de envidia puede ser una causa de la pobreza patológica.
Es bastante popular pensar que las personas que tienen una buena calidad de vida la han logrado gracias a procedimientos condenables (robo, estafa, corrupción).
¿Qué logramos con esta «medicina»? En principio un alivio porque nos permite pensar que nuestra mala calidad de vida no obedece a que somos ineficientes sino que es una consecuencia lógica de nuestra bondad.
El fenómeno se vuelve irreversible por la propia morbosidad que lo generó. A partir de que se instala en nuestras creencias que toda persona que tenga una buena calidad de vida es ladrón, estafador o corrupto, ya nunca más podremos acceder a una buena calidad de vida por razones morales.
La sobredosis de envidia nos condena a que la pobreza patológica se convierta en crónica.
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