Es común que alguien se divierta cuando oye o recuerda aquello que dice: «El inteligente mira la luna cuando se la señalan, pero el idiota mira el dedo».
La situación que permite imaginar este diagnóstico tan sumario, es clara por demás.
Sin embargo, existen otras situaciones que pertenecen a la misma categoría, que no son tan obvias y que se convierten en verdaderas trampas para quienes antes se burlaban maliciosamente del incapaz.
Por ejemplo: Con su mejor buena voluntad, usted le cuenta a un amigo sobre un hecho ocurrido.
Su amigo, en vez de prestar atención al hecho que usted le cuenta, le pregunta «¿De dónde obtuviste esa información?»
En vez de mirar lo señalado (la luna, el hecho narrado), mira lo que señala (el dedo, la fuente de la noticia).
Queda definitivamente disimulado el impulso del idiota, cuando el autor pone en su libro la bibliografía que dice haber consultado para escribir el texto.
Se supone que todo libro que contenga información (teorías, datos, referencias), debe incluir la procedencia, para que los idiotas que quieran hacerlo, miren el dedo que señala la luna, y consulten, ratifiquen, confirmen.
Claro que los lectores no son tan exigentes como para tomarse ese trabajo. Dan por sentado que lo leído, interpretado y redactado por el autor, está bien.
En todo caso, le darán un vistazo a elementos tales como la cantidad de obras citadas, para evaluar la cultura del escritor.
Algo que aumenta mucho el prestigio, es incluir obras en otros idiomas, con sus títulos sin traducir.
La idea es que, cuanto menos entienda el lector, mayor será el prestigio del autor. Esto inflamará la envidia del lector quien, impulsado por este sentimiento, terminará admirando, respetando y recomendando a otros que compren el libro... para demostrarles que no es envidioso.
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