Porque nacemos con una vulnerabilidad máxima, tanto mamá, como los otros adultos y hasta el propio niño, todos luchan para que la unión protectora sea efectiva, máxima, infalible.
Con uno o dos años de edad, todos necesitamos asistentes, ambientes sin peligros, protección.
El recién nacido posee —como una de sus defensas—, el sentimiento de posesión por su madre y demás personas u objetos aseguradores.
Esa actitud posesiva forma parte de las defensas naturales con las que contamos para llegar a adultos.
Los celos, la envidia y el amor posesivo, son hasta los 5 ó 6 años, los sentimientos mejor adaptados a nuestras necesidades para esa etapa del desarrollo.
Si todo funcionara bien, a partir de esta edad, comenzamos a darnos cuenta que nuestros hermanitos más chicos necesitan toda la atención, que nuestros padres tienen otras ocupaciones, intereses y deseos que se agregan a la atención que pueden prestarnos.
Si todo NO funciona bien, entonces el amor posesivo (celos y envidia) continúa.
Para que NO funcione bien,
— puede ocurrir que tengamos una salud muy frágil, que requiera la atención dedicada de nuestros adultos por más tiempo;
— puede ocurrir que nuestros padres no se quieran tanto entre ellos y que se aferren a nuestro amor, como si nuestra vulnerabilidad continuara;
— puede ocurrir que nuestros adultos continúen siendo posesivos, celosos y envidiosos como cuando eran niños pequeños;
— … u otros infortunios por el estilo.
Si todo funcionara bien, podemos desarrollar el llamado «amor evanescente», con el cual amamos a los demás, pero sin convertirlos en nuestros esclavos, sin quitarles libertad, sin celarlos ni envidiarlos, sin pretender controlar sus vidas.
De forma similar y si todo funciona bien, podremos ser buenos receptores de «amor evanescente», esto es, del amor que no pretenda sojuzgarnos, quitarnos libertad, abusarnos, utilizarnos, depredarnos, empobrecernos, volvernos mediocres, dependientes, infantiles.
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