En varios artículos anteriores (1) hice referencia a nuestra necesidad de ser amados, fundamentalmente porque somos tan vulnerables, que si algún adulto no nos cuida cuando somos pequeños, perecemos.
Sin embargo, cuando crecemos, podemos llegar a la conclusión de que no somos tan vulnerables y que, inclusive, hasta podemos hacernos cargo de cuidar a otros (por ejemplo, a nuestros propios hijos).
Este desarrollo no cancela nuestra necesidad de los demás. Nunca llegamos a ser plenamente autosuficientes.
El instinto gregario, el deseo de estar integrados a una familia, una institución o cualquier otro grupo, obedece a que los humanos no podemos ser plenamente independientes, autónomos, autosuficientes.
Esta condición nos obliga a negociar con otros, a obedecer normas, costumbres y hasta caprichos de personas que detentan mayor poder que nosotros y lo ejercen (policías, profesores, gobernantes).
Cuando en una negociación llega el momento en que tenemos que ceder, permitir, obedecer, es probable que busquemos la manera de eludir esas concesiones, pagos, resignaciones.
Las figuras de autoridad en la sociedad que integramos, tienen más poder, son envidiables, parecen detentar la potestad de beneficiarnos o perjudicarnos a su antojo.
Este conjunto de sentimientos (miedo, envidia, amor) que nos inspiran los depositarios del poder, nos impide tener con ellos un vínculo sano, honesto, productivo.
Cuando nuestro miedo hacia el conciudadano más poderoso, se presenta bajo la forma de amor, admiración, obsecuencia, respeto, aprobación incondicional, adulonería, nos perjudicamos ambos de distinta forma.
Es casi una constante que los más perjudicados sean los más débiles y debemos concordar que sentir miedo hacia un semejante nos pone en una situación desventajosa.
Cuando adulamos, simulamos admiración y tratamos de creer que lo que sentimos es amor hacia el poderoso, somos los débiles y por lo tanto los perjudicados.
El autoengaño es tóxico, desmoralizante, debilitante, empobrecedor, no presagia nada bueno.
(1) El hortelano del perro
El instinto gregario y la pobreza
Ser o tener, esa es la cuestión
Te ruego que me respetes
Dimes con quién andas y sabré tu patrimonio
El tráfico de carencias
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