¿Alguna vez se puso a pensar qué significa la existencia de la Era Cristiana?
En mis febriles cavilaciones, he llegado a la conclusión de que si Cristo, un hombre como yo, logró ser tan amado y popular, quiero ser como él.
No pierdo de vista que muchos psicóticos, en pleno delirio místico, saben que son Cristo. Eso es diferente. Ellos tienen transitoriamente borrada la línea que separa una aspiración de una convicción.
En mi caso, sólo anhelo poseer tanta grandeza, aunque si no lo logro, me conformaré con algo menos.
Si bien estos párrafos parecen humorísticos, tienen mucho de verdad. La excepción está hecha en que me permito poner por escrito algo que anida en el corazón de casi todos los seres humanos, hombres y mujeres.
Dicho en otras palabras, todos deseamos ser infinitamente amados, protegidos, mimados, respetados, reverenciados, ad-mirados.
Este deseo que sólo opera en la clandestinidad de nuestro inconsciente, es la piedra fundamental de la filosofía que nos alcanza a casi todos los occidentales, seamos o no creyentes en Dios y en Cristo.
Retomo el principio para decir: si usted y yo vivimos en la Era Cristiana (estamos próximos a finalizar el año 2010 d.C. [después de Cristo]), deducimos que la historia de la humanidad tiene un antes y un después del nacimiento de este increíble personaje, al que secretamente desearíamos parecernos.
Como inconscientemente desearíamos tener su fama y popularidad, también inconscientemente podemos intentar parecernos a él: en sus actitudes, en su pensamiento, en su estilo de vida.
Observemos por ejemplo que él hizo todo el bien que pudo pero lo acusaron y condenaron a morir injustamente. Por eso algunos desean y logran ser víctimas de la injusticia.
Observemos por ejemplo, que él pregonaba la pobreza y era pobre. Por eso algunos desean y logran ser pobres.
Nota: La imagen muestra al Presidente de Ecuador, Rafael Correa (2010).
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