jueves, 3 de abril de 2014

Tierras fértiles e infértiles, vecinas


La convivencia de inmigrantes laboriosos con nativos indolentes puede ser conflictiva por la diferente actitud frente a la vida de quien conoce los desafíos y de quien no los conoce.

Sabemos que los territorios pueden ser muy diferentes a pesar de estar relativamente próximos. Por ejemplo, una tierra fértil puede estar al lado de una montaña 100% improductiva.

Imaginemos ahora que la zona montañosa y que la zona de praderas, pertenecen a pueblos diferentes. Casualmente, la línea fronteriza que los separa deja de un lado a la montaña infértil y del otro lado tierras aptas para cualquier cultivo.

Es claro que uno y otro pueblo tienen condiciones de vida muy diferentes. Podríamos adelantar que el pueblo que vive en la montaña tendrá que ser más ingenioso, trabajador, disciplinado, ahorrativo, solidario y tecnificado que el otro, el que vive donde la subsistencia puede depender de salir a recolectar frutos cada vez que sientan hambre.

Sin embargo, si esas personas pertenecieran a un mismo país, si ambas áreas geográficas no estuvieran separadas por una frontera, la situación sería diferente. Quizá la montaña estaría deshabitada y todos se juntarían en las tierras fértiles para disfrutar las bondades del terreno.

Ese conjunto de personas que se mudó desde la montaña al valle, ya no tuvo que esforzarse tanto, ni ser ingenioso, ni disciplinado, ni ahorrativo, ni solidario, ni tecnificado.

Existiría otro cambio importante: como todos los seres humanos somos diferentes en muchas características, pero fundamentalmente en nuestros sentimientos, deseos e intenciones, es seguro que los habitantes del valle no tendrían todos el mismo patrimonio: los extranjeros (ex-montañeses) tendrían más riqueza que los nativos, estos se sentirían incómodos con los extranjeros-ricos y eso daría lugar a un conflicto social entre pobres (nativos) y ricos (inmigrantes).

En la primera situación, cuando los habitantes pertenecían a jurisdicciones diferentes, no teníamos un conflicto social porque, en todo caso, ambos pueblos comerciarían, tendrían relaciones diplomáticas, pero no surgirían conflictos por envidia. Probablemente, los agricultores tendrían que importar muchos bienes de los montañeses más tecnificados y esto, hasta cierto punto, equilibraría la calidad de vida de uno y otro pueblo.

Como vemos, pertenecer a un mismo pueblo, el integrar una misma familia, genera conflictos, mientras que la separación aumenta las posibilidades de una mejor convivencia dentro de cada pueblo, buenas relaciones comerciales entre ambos colectivos, y una disminución de conflictos provocados por las desigualdades en la distribución de la riqueza.

Según esta hipótesis, la zona fértil estaría más expuesta a problemas sociales que la zona menos fértil. Los celos, la envidia, más el tiempo y la energía disponibles que permiten un territorio en el que no se presenten grandes desafíos, son factores que propician por sí solos, malestares explosivos.

(Este es el Artículo Nº 2.148)


Una verdad sobre la verdad

La verdad es algo que sobrevuela nuestros discursos, pero que casi nunca se dice o se oye. Consideramos verdad a ciertas historias que contamos y nos cuentan, con la solemnidad de lo que merece respeto.

Me parece que la verdad nunca tiene forma de confesión. Al contrario, cuando alguien está  confesando es cuando más control intenta tener sobre lo que dice. Quizá la máxima expresión de falsedad y cinismo ocurra cuando alguien anuncia que está dispuesto a confesar.

Hasta la persona más pudorosa pueden llegar a exhibir su cuerpo con absoluto desparpajo, pero no así sus deseos, las intenciones, los sentimientos que guarda en su mente bajo siete llaves.

La máxima desnudez corporal solo puede llevarnos a demostrar que somos animales mamíferos, pero la desnudez psicológica puede llevarnos a demostrar que no somos humanos sino monstruos abominables, imposible de amar. Por esto preferimos que se burlen y nos humillen por nuestro cuerpo sin ropas, pero eso no dejará de ser una forma de mirarnos, de incluirnos, de amarnos, aunque sea negativamente (repudiándonos).

Sin embargo, algunas verdades decimos, quizá para desahogarnos, pero lo hacemos con gran disimulo. Filtramos los contenidos a revelar.

Quizá existan dos formas de colar eso que diremos: la ficción (imaginativa, surrealista, delirante, metafórica) y la humorística (sardónica, cínica, despectiva, descalificante, destructiva, agresiva, cómica).

Nunca confesaremos la envidia que sentimos por nuestro hermano menor, pero insinuaremos que «no es tan inteligente como parece»; nunca confesaremos quién robó aquel objeto de valor cuyo ladrón jamás fue descubierto, pero comentaremos extrañados «¡qué cantidad de delitos nunca son descubiertos por la policía...y de eso nadie habla!»; nunca confesaremos las atormentadas dietas que hacemos para conservar un cuerpo delgado, pero le haremos bromas a los obesos.

Y así por el estilo. A todo esto es a lo máximo que podemos aspirar en sinceridad, en confesión, en franqueza. Los humanos decimos la verdad, pero sin darnos cuenta. No la registran ni quienes las dicen ni quienes las oyen. El psicoanálisis intenta hacer una lectura entre líneas del parloteo humano y, probablemente, a veces encuentra verdades químicamente puras, tan insólitas que ni el propio confesor puede dar crédito a lo que dijo sin darse cuenta.

Quizá existan dos condiciones predisponentes para entender algo de lo que se dice sin querer:

1) Poseer un inventario exhaustivo de nuestros defectos personales; y

2) Asumir que nadie puede hacer, pensar o decir algo que no sea estrictamente humano. La especie es una cárcel hermética: nadie escapa de ella ni puede incorporar características no humanas.

(Este es el Artículo Nº 2.156)


sábado, 1 de marzo de 2014

El realismo de la realeza del rey

Propongo una hipótesis según la cual, la pobreza está fuertemente vinculada a la pérdida de realidad, al excesivo idealismo y a la delirante espiritualidad.

Imaginemos un gran palacio, rodeado de muros muy elevados, como los que tienen las cárceles, pero destinados a que nadie entre, en vez de estar destinados, como en las cárceles, a evitar que alguien salga.

De más está decir que esta situación ocurre así porque dentro del palacio todos viven mejor que afuera de los muros, mientras que dentro de la cárcel todos viven peor que adentro de los muros.

Uno de los sentimientos que impulsa ingresar o egresar, según los casos mencionados, es la envidia. Los que están afuera del palacio envidian a los que están adentro y quieren entrar, mientras que los que están adentro de la cárcel envidian a los que están afuera y quiere fugarse.

Como toda regla general, existen excepciones: algunos que lograron ser aceptados para vivir en el palacio finalmente desistieron y prefirieron volver a vivir con el pueblo, así como algunos que lograron pagar la deuda con la sociedad y fueron aceptados por esta en calidad de ex-convictos, luego reincidieron en la actividad delictiva e ingresaron nuevamente a la cárcel.

Si logramos comunicarnos en este planteo, casi gráfico, del palacio y la cárcel, pasaré a compartir un comentario para que usted lo juzgue con su criterio personal.

En el palacio vive un rey con su corte, compuesta por familiares, colaboradores, auxiliares, artistas, asesores y algunos inútiles pero simpáticos.

Todo lo que concierna al rey merece el nombre de «realeza» y decimos que algo es «real» cuando proviene del rey.

«Realeza» y «realidad» significan cosas muy similares. Quizá, en su origen, los hispanoparlantes quisieron creer que las ideas del rey siempre eran buenas porque estaban inspiradas en la realidad.

Es posible pensar que en ese mundo inconsciente que nos gobierna, tan determinado por fenómenos lingüísticos, (como son el significado de las palabras, pero también por su etimología y hasta por las proximidades fonéticas), hayamos intuidos que la riqueza, el confort, el bienestar, la calidad de vida, están del lado de la realidad, mientras que la pobreza, la incomodidad y demás inconvenientes derivados de la escasez de recursos materiales, están fuera del castillo, alejados de la realeza y de la realidad.

En suma: es probable que la pobreza sea un fenómeno vinculado con el idealismo, con el alejamiento de la realidad material.

Es probable también, que los clérigos de más alto rango se alojen dentro del palacio porque a esa investidura la lograron asumiendo más realismo que los sacerdotes más idealistas.

(Este es el Artículo Nº 2.127)


La mitad pobre alegra a la mitad menos pobre

La mitad de la población mundial disfruta enterándose de que la otra mitad está peor, que sufre, que es más pobre.

Cursa el mes de febrero de 2014 y, desde el mes pasado, la prensa destina un gran espacio de sus noticias a indicarnos que las 85 personas más ricas del mundo poseen el mismo patrimonio que posee la mitad más pobre de la población mundial.

El dato, desde mi punto de vista, directamente estimula la envidia, propia de la psiquis de cualquier ser humano y además alegra los corazones egoístas de la otra mitad de la población mundial.

El objetivo de este artículo es reflexionar sobre cómo manejan los medios de comunicación las desigualdades económicas que existen dentro de nuestra especie.

Aunque infaltablemente esas reiteradas informaciones abundan en alusiones a conceptos, tales como: «injusticia distributiva», «imperdonable avaricia», «pecaminoso egoísmo», «aberrante obscenidad», el fenómeno periodístico quizá tenga un motivo más profundo, además de condenar a la mencionada desigualdad económica.

En primer lugar, no creo que las empresas periodísticas estén interesadas en erradicar la desigualdad distributiva porque, si esto ocurriera, ellos tendrían menos para informar.

Si saliéramos del planeta por un momento y nos guiáramos por la mencionada información, podríamos decir que la mitad de la población mundial sufre y que la otra mitad mira cómo la primera sufre.

Desde la estratósfera, podríamos pensar que los únicos en condiciones económicas de comprar información son los integrantes de esa mitad de la humanidad que no es la más pobre. Por lo tanto, todo lo que se diga de los más pobres no llegará a ser conocido por los mismos, pues son tan pobres que no tienen dinero para informarse ni siquiera cuando se los menciona.

Es probable que la dimensión de las empresas informativas sea la adecuada para conservar su salud económico-financiera vendiéndole las noticias solo a la mitad de la población mundial. Estas empresas cuentan con que la otra mitad de la población no sea cliente.

Para que los clientes sigan comprando tienen que estar felices con las noticias. Las únicas noticias que compramos son las agradables, las que nos proveen algún tipo de placer. No compramos noticias que nos provoquen úlcera, insomnio, diarrea. Esto es así y debe ser aceptado como una verdad axiomática.

Si la mitad de la humanidad compra la noticia de que la otra mitad está pasando hambre es porque algún tipo de placer recibe con esa información. Por ejemplo, puede disfrutar pensando: «Yo no estoy tan mal como los otros»; «Tengo que cuidarme de no convertirme en pobre»; «Reafirmo que los gobernantes son todos unos inútiles porque no logran sacar de la pobreza a la mitad de la población»; «Si no integro el grupo de los 85 es porque me daría vergüenza ser tan rico»; «Quienes son más pobres que yo ‘algo habrán hecho’ para recibir ese castigo»; «¡Qué divertido es ver cómo se pelean los ricos y los pobres! Los de clase media somos los mejores».

En suma: Las noticias sobre la injusticia distributiva complacen a la mitad de la humanidad (tres mil quinientos millones de personas).
Bebito hace caca leyendo un diario.jpg

(Este es el Artículo Nº 2.121)


Cómo conocer a nuestro inconsciente


Nuestra mente está organizada en capas ubicadas a diferentes profundidades. Las más profundas y desconocidas se ponen en evidencia por las críticas infundadas que hacemos de los demás

Imaginemos que la personalidad o la psiquis o la mente humana tiene diferentes capas, de tal forma que una es muy visible, la segunda es menos visible, pero influyente de forma clara en nuestra conducta y así, otras, más y más profundas, hasta llegar a una de ellas de la que no tenemos noticia por encontrarse muy alejada de la conciencia (superficie exterior).

La capa más visible funciona como protección porque somos conscientes de nuestra vulnerabilidad. Aunque no estemos todo el tiempo diciendo «¡qué débil soy!», hablamos con prudencia, no confiamos ingenuamente en cualquier desconocido, nos guardamos información.

En una segunda capa, más profunda, estamos organizados para vivir en sociedad, para ganar el dinero necesario, para especular, para buscar las mejores oportunidades, para evitar los gastos superfluos.

En una tercera capa, aun más profunda y, por lo tanto, menos conocida y eventualmente bastante desconocida, nos comparamos con los demás, observamos qué tienen nuestros semejantes para evaluar qué seríamos capaces de conseguir. En esta tercera capa funciona la envidia y está tan alejada de la conciencia, (somos tan poco conscientes de ella), porque nuestra cultura no la estimula sino que, por el contrario, la reprime.

En una cuarta capa, quizá la más profunda y alejada de nuestra conciencia, tan desconocida que podríamos decir que es inconsciente, está nuestro deseo de dominación: de nuestra vida, de lo que podría perjudicarnos, de quienes nos rodean. Deseamos tener el poder suficiente como para revertir drásticamente la debilidad, la vulnerabilidad, el miedo a la incertidumbre. En esa cuarta capa están: la omnipotencia, los deseos de dominación más absolutos, despiadados, inescrupulosos, crueles, sádicos. Esta capa es tan poco conocida porque es la más reprimida por la cultura. Nuestros deseos de dominar, humillar, explotar son castigados por la sociedad que integramos.

¿Cómo nos enteramos de nuestros contenidos más vergonzosos y reprimidos? Nos enteramos porque los imaginamos en los demás, porque los usamos para acusar injustificadamente a otros.

Todas las interpretaciones de las actitudes ajenas nos denuncian. Si acusamos de envidiosos, hablamos de nuestra envidia reprimida; si acusamos de inescrupulosos, de sádicos, de autoritarios, o de lo que sea, estamos hablando, sin darnos cuenta, de nuestras capas números tres y cuatro.

(Este es el Artículo Nº 2.138)


Socialismo, capitalismo y envidia


El socialismo y el capitalismo son estilos de organización social determinados por la administración de la envidia que todos sentimos, lo aceptemos o no.

Cuando pensamos en organizar la sociedad (el colectivo en el que vivimos), tenemos dos opciones:

1) Desarrollamos un Estado que acumule, guarde y administre la mayor cantidad de la riqueza que todos producimos (socialismo); o

2) Dejamos que los ciudadanos tengan la libertad de acumular la cantidad de dinero que sean capaces (capitalismo).

Puesto que ambas opciones tienen aspectos positivos y negativos, difícilmente encontremos colectivos que hayan elegido uno solo con exclusión del otro (Cuba y Corea del Norte funcionan con regímenes exclusivamente socialistas). Salvo estas dos raras excepciones, los pueblos optan por una organización básicamente socialista con rasgos capitalistas (China, Brasil, Argentina) o una organización básicamente capitalista con rasgos socialistas (Estados Unidos, Francia, Inglaterra).

Comentaré un inconveniente y una virtud de uno y otro sistema de organización, considerando que la envidia es un sentimiento universal que nos influye individual y colectivamente, pero cuya existencia solo aceptamos en los demás y difícilmente en nosotros mismos.

Socialismo:

Virtud: Los ciudadanos envidiosos (la mayoría absoluta), no sufren pensando que un ciudadano de carne y hueso como ellos posee una gran fortuna. Los envidiosos jamás envidiarían la riqueza del Estado, solo envidian a personas como ellos mismos;

Defecto: Las personas de carne y hueso que administran la fortuna del pueblo, no la cuidan, tratan de apropiarse de ella (robarla) o la despilfarran pues no les costó crearla. Otros fueron quienes trabajaron, produjeron y ahorraron.

Capitalismo:

Virtud: Los ciudadanos envidiosos tienen la oportunidad de calmar su mortificación procurando obtener mediante su esfuerzo aquello que otros tienen y ellos desearían tener. La envidia en el capitalismo es un factor estimulante de la producción, de la competencia, del crecimiento tecnológico y de la prosperidad. Sus fortunas son administradas con gran celo, no hay despilfarros y las fuentes de trabajo que crean (con fines de lucro) están administradas tratando de estimular la máxima productividad de los recursos;

Defecto: Siempre está presente el peligro de que algunos agentes económicos abusen de su poder económico explotando desconsideradamente a los trabajadores. El individualismo, la mezquindad y el afán de lucro crean sociedades donde los menos favorecidos (niños, ancianos, enfermos) corren serios riesgos de perecer.

(Este es el Artículo Nº 2.117)


Misteriosa alarma por un peligro insignificante

Mucha gente importante está inexplicablemente alarmada por una eventual confrontación violenta entre 3.750 millones de pobres (leyó bien) y 85 híper millonarios.

Para comenzar el año 2014 tuvimos dos reuniones de los pobres humanos. Una en Davos (Suiza), organizada por el Foro Económico Mundial y la otra en Cuba, organizada por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Los «pobres humanos» nos reunimos en dos lugares diferentes porque unos disponemos de más dinero que los otros. En Suiza nos reunimos quienes disponemos de más dinero y en Cuba nos reunimos quienes disponemos de menos dinero.

Todos somos igualmente pobres ante la vida, todos nos angustiamos, todos vivimos esclavos de algo o de alguien y todos terminaremos de la misma manera: muriendo, liberándonos en menos de un segundo de lo que tuvimos y de lo que padecimos.

El libro se cerrará y nuestro relato vital habrá terminado.

Según los medios de comunicación que han tratado profusamente las alternativas de estas reuniones, lo preocupante es la progresiva desigualdad entre unos y otros. Si la humanidad toda fuera un cuerpo biológico, nos estaríamos desmembrando. Es como si, por razones económicas, ese cuerpo imaginario, (la especie, la humanidad), estuviera despanzurrándose.

Los expertos dicen que la brecha entre pobres y ricos es cada vez mayor. La humanidad tiene una herida que, en vez de cicatrizar cada vez se abre más.

¿Cuál es el temor que provoca esta desigualdad entre la inmensa mayoría de pobres y la pequeñísima cantidad de híper millonarios? Tememos un estallido social, es decir, tememos que los 3.750 millones, (la mitad de la población mundial), de pobres ataquen a los 85 ricos.

Si tal estallido ocurriera, ¿cuántos milisegundos podría durar el exterminio de estas 85 envidiadas y odiadas personas?

No puedo creer que tantos periodistas, gobernantes, técnicos e intelectuales en general, pierdan su tiempo alarmados por un peligro que parece insignificante.

¡Acá hay algo más!

(Este es el Artículo Nº 2.113)