Nuestra mente está organizada en capas ubicadas a
diferentes profundidades. Las más profundas y desconocidas se ponen en
evidencia por las críticas infundadas que hacemos de los demás
Imaginemos que la personalidad
o la psiquis o la mente humana tiene diferentes capas, de tal forma que una es
muy visible, la segunda es menos visible, pero influyente de forma clara en
nuestra conducta y así, otras, más y más profundas, hasta llegar a una de ellas
de la que no tenemos noticia por encontrarse muy alejada de la conciencia
(superficie exterior).
La capa más visible funciona
como protección porque somos conscientes de nuestra vulnerabilidad. Aunque no
estemos todo el tiempo diciendo «¡qué débil soy!», hablamos con prudencia,
no confiamos ingenuamente en cualquier desconocido, nos guardamos información.
En una segunda capa, más profunda, estamos organizados para vivir en
sociedad, para ganar el dinero necesario, para especular, para buscar las
mejores oportunidades, para evitar los gastos superfluos.
En una tercera capa, aun más profunda y, por lo tanto, menos conocida y
eventualmente bastante desconocida, nos comparamos con los demás, observamos
qué tienen nuestros semejantes para evaluar qué seríamos capaces de conseguir.
En esta tercera capa funciona la envidia y está tan alejada de la conciencia,
(somos tan poco conscientes de ella), porque nuestra cultura no la estimula
sino que, por el contrario, la reprime.
En una cuarta capa, quizá la más profunda y alejada de nuestra
conciencia, tan desconocida que podríamos decir que es inconsciente, está
nuestro deseo de dominación: de nuestra vida, de lo que podría perjudicarnos,
de quienes nos rodean. Deseamos tener el poder suficiente como para revertir
drásticamente la debilidad, la vulnerabilidad, el miedo a la incertidumbre. En
esa cuarta capa están: la omnipotencia, los deseos de dominación más absolutos,
despiadados, inescrupulosos, crueles, sádicos. Esta capa es tan poco conocida
porque es la más reprimida por la cultura. Nuestros deseos de dominar,
humillar, explotar son castigados por la sociedad que integramos.
¿Cómo nos enteramos de nuestros contenidos más vergonzosos y reprimidos?
Nos enteramos porque los imaginamos en los demás, porque los usamos para acusar
injustificadamente a otros.
Todas las interpretaciones de las actitudes ajenas nos denuncian. Si
acusamos de envidiosos, hablamos de nuestra envidia reprimida; si acusamos de
inescrupulosos, de sádicos, de autoritarios, o de lo que sea, estamos hablando,
sin darnos cuenta, de nuestras capas números tres y cuatro.
(Este es el Artículo Nº 2.138)
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