sábado, 3 de noviembre de 2012

La corrupción de los funcionarios públicos



   
Los humanos conocemos y defendemos muy bien nuestra propiedad privada, pero desconocemos y nos importa muy poco la propiedad ajena.

La corrupción puede ser pública o privada. Quizá convenga reconocer que es la corrupción pública la única que nos llama la atención y que eleva nuestra presión arterial, especialmente cuando sentimos que no podemos evitarla, denunciarla, corregirla, moderarla.

La corrupción privada parece circunscripta a un pequeño grupo de personas que tienen problemas entre ellos, por ejemplo, los trabajadores que roban mercadería, los directivos que se estafan mutuamente, el uso de las instalaciones para beneficio personal.

En los artículos diarios que refieren a la pobreza patológica hago especial hincapié en las dificultades psicológicas que podrían afectar a los pobres patológicos, considerando que son ellos quienes tienen que modificar en algo su desempeño para poder erradicar de sus vidas esa escasez de bienes materiales que los mantienen con una calidad de vida inferior a la que desean.

Esta especialización en los problemas personales de los pobres patológicos queda justificada porque absolutamente todos los intentos que se hacen desde hace siglos, siempre prestan atención a la política económica de los pueblos. Opino que si un cierto punto de vista no da resultado durante siglos, sería prudente cambiarlo: por eso no pienso en asuntos macroeconómicos sino en asuntos microeconómicos (del individuo) y aplicando herramientas teóricas del psicoanálisis, lo cual nunca se había hecho hasta ahora.

Debo reconocer que la corrupción entre los funcionarios públicos es un hecho detestable pero si hace milenios que no cambia (como tampoco cambia la mala distribución de la riqueza), es porque lo que nos molesta no es la transgresión legal y moral sino nuestra envidia.

Aunque parezca extraño, los humanos conocemos y defendemos muy bien nuestra propiedad privada, pero desconocemos y nos importa muy poco la propiedad ajena.

Otras menciones del concepto «corrupción»:

                     
(Este es el Artículo Nº 1.701)

La pobreza entre quienes desearían gestar



     
Analizando el diminutivo de la palabra «costa» (femenino de «costo»), quienes pueden o desearían gestar, prefieren ser pobres y económicamente dependientes.

En español podemos formar una expresión diminutiva agregándole un sufijo a la palabra original.

Por ejemplo, a la palabra original «costo»,  la convertimos en diminutiva agregándole alguno de los siguientes sufijos: -ito, -ita (y sus variantes -ico, -ica / -illo, -illa).

Mediante este procedimiento, los diminutivos de «costo» pueden ser: costito, costico, costillo.

Como también podemos aludir al concepto de «costo», utilizando el género femenino, entonces los diminutivos de la palabra «costa» pueden ser: costita, costica, costilla.

Podemos decir de alguien que vive «a costa» de grandes sacrificios (con dificultades para ganar dinero) o, también podemos decir que «vive a costillas de sus padres».

Como es mi interés encontrar las posibles causas de lo que he denominado «pobreza patológica», es decir, aquella escasez de bienes materiales que se intenta revertir infructuosamente, encuentro que esta doble significación presente en el diminutivo de la palabra «costa» (costilla), podría incluirse en la muy extensa lista de motivos causantes de la «pobreza patológica».

El razonamiento para llegar a esta conclusión no es tan claro como lo son otros, pero intentaré simplificarlo al máximo.

1) El psicoanálisis dice que existe una «envidia del pene», es decir que las mujeres desearían ser varones, pero digo lo contrario: Se dice esto porque en realidad somos los varones los que envidiamos el útero y su «envidiable» capacidad de producir (gestar) nada menos que seres humanos!!

2) Una leyenda bíblica dice que Eva fue creada a partir de una «costilla» de Adán, es decir que «las mujeres viven «a costillas» de los hombres», es decir que ellas son un costo (gasto) para ellos.

Conclusión: 3) Quienes pueden o desearían gestar, prefieren ser pobres y económicamente dependientes.

(Este es el Artículo Nº 1.699)

La reciprocidad imprescindible



   
La reciprocidad, («te daré si me das»), es imprescindible porque sin ayuda mutua la convivencia es imposible.

La historia es antigua, de autor anónimo y posee una cierta trama que cambia de contexto según la ocasión.

En síntesis, la historia cuenta que un grupo de personas dispone de una olla llena de sabrosa y aromática comida, tienen mucha hambre, pero solo disponen de unas cucharas cuyo mango es más largo que el brazo de cualquiera de los comensales.

Aunque podrían saciar su apetito, no pueden hacerlo porque las cucharas disponibles impiden acercar el alimento a los labios de quien quisiera usarlas.

En una de las versiones se cuenta que los comensales lucen muy delgados y abatidos porque están en el infierno, mientras que otros comensales lucen felices y bien alimentados porque están en el cielo.

La diferencia entre el infierno y el cielo está en que estos últimos usan las cucharas para darle de comer a los otros, mientras que a los primeros, (condenados), no se les ocurre alimentar a los demás, comportándose como «el perro del hortelano», otra historia, también antigua y anónima, que refiere a que los perros son vegetarianos.

Según parece la expresión, popularizada por una exitosa comedia de enredos escrita por Félix Lope de Vega (España, 1562-1635), alude a un perro guardián de un huerto que impide el acceso hasta del propio amo.

Por ejemplo, cuando un niño no presta sus juguetes con los que tampoco él juega, se dice que está como «el perro del hortelano».

El egoísmo de la envidia es el sentimiento que anima a estos personajes que no ayudan a los demás aunque podrían hacerlo.

En suma: Dadas nuestras características psicológicas, la reciprocidad en los vínculos, («te daré si me das»), es imprescindible porque sin ayuda mutua la convivencia es imposible.

(Este es el Artículo Nº 1.698)

Las técnicas de venta



 
Las técnicas de venta pueden incluir observaciones superficiales y sencillas, aunque también encontramos en ellas ideas muy complejas y sofisticadas.

Una forma clásica de ganar el dinero que necesitamos para subsistir es la de vender, tanto sea lo que producimos como lo que compramos para después vender.

Una de las leyes de Murphy podría decir: «Si algo podemos complicarlo, lo complicaremos».

Parecería ser que el tema está suficientemente discutido cuando alguien afirma que «fabricamos (o compramos) lo que la gente quiere comprar».

Con esta definición quedaría todo dicho si no fuera por la mencionada Ley de Murphy.

Además de que podría ser cierto (ya empecé a dudarlo) que la gente compra estrictamente lo que necesita (alimentos para comer, herramientas para trabajar, viviendas para alojarse), algunos dicen que compramos aquello que fue fabricado según nuestras creencias, en otras palabras: para que haya venta, tanto el fabricante como el comprador deben compartir el motivo por el cual ese objeto fue creado.

Por ejemplo, los compradores de computadoras Mac comparten la idea de excelencia que sostiene Apple. El éxito de esta empresa es alcanzado porque sus fieles compradores piensan: «Una Mac es tan buena que parece fabricada por mí» (2).

Además de que podría ser cierto (sigo dudando) que la gente compra estrictamente lo que necesita (alimentos para comer, herramientas para trabajar, viviendas para alojarse), algunos dicen que no compramos objetos sino que compramos experiencias.

Estos otros opinadores han observado que las principales emociones que más nos influyen, son (entre otras): miedo, codicia, glotonería, ansias de poder, vanidad, orgullo, envidia, pereza.

Una vez que fueron aislados estos motores humanos, cualquier técnica de ventas debe observar de qué forma el objeto (o servicio) ofrecido estimula favorablemente estas emociones, (emoción como alteración anímica que mueve el cuerpo), porque así se logrará que el cliente compre.

   
(Este es el Artículo Nº 1.691)

martes, 2 de octubre de 2012

Para ser buenos tenemos que ser malos



   
Un buen ciudadano es aquel que sabe todo lo débil que es, acepta poseer los peores atributos, pero sabe convivir.

Que seamos una de las especies más vulnerables es determinante de varias características humanas que tienen por cometido compensar esa debilidad.

Sin embargo, por algún motivo, intentamos ignorar que tratamos de contrarrestar esa particularidad que, probablemente sea avergonzante para quienes aspiramos a ser los reyes de la creación.

Algunas de esas características son:

Agresividad: todos los animales la tienen pero nosotros la tenemos mejor desarrollada por el simple hecho de que somos más incompletos que los demás;

Rencor (afán de venganza): puesto que nuestros principales enemigos suelen ser los mismos humanos, tenemos que combinar la memoria con la agresividad para disuadir a quienes supongan que somos una presa fácil para sus intenciones depredadoras;

Envidia (deseo e impulso a ocupar el lugar de quienes están mejor): es vital para nosotros huir de esa debilidad que nos es propia, por eso, cuando vemos a otros que han alcanzado logros superiores a los nuestros, intentamos hacer lo mismo o, en todo caso, quitarle ese bienestar para que deje de molestarnos una referencia tan perturbadora;

Desconfianza: necesitamos ser casi paranoicos para que los peligros no lleguen a afectarnos. Suponer lo peor parece una buen técnica para estar preparados, sin olvidar que «lo peor para una persona débil», es casi todo.

En muchos artículos he mencionado el conocido proverbio «Conócete a ti mismo». Quizá sea el eslogan más adecuado para el psicoanálisis.

Esta lista de características humanas no es completa y mucho menos optimista, pero el objetivo de este artículo consiste en comentar con usted que un buen ciudadano es aquel que sabe todo lo débil que es, acepta poseer los peores atributos (agresividad, rencor, envidia, violencia, odio homicida, ladrón, estafador, etc.), pero sabe convivir.

Otras menciones del concepto «Conócete a ti mismo»:

           
(Este es el Artículo No. 1694)