viernes, 2 de agosto de 2013

Tristes tardes de domingo




Los padres de Malena hacían y deshacían en la estancia de los Garrido.

Don Braulio Garrido había sacado a la lotería cuando contrató a este matrimonio con una hija, matrimonio este que sabía administrar el establecimiento.

Los Garrido, más que dueños, parecían turistas.

Cada tanto visitaban la gran empresa agropecuaria en tren de paseo y con los padres de Malena hablaban de temas generales, como los que se hablan entre amigos, mientras don Braulio firmaba y firmaba la montaña de papeles que lo esperaba para continuar algún trámite gerenciado por los eficientes administradores.

Malena ya tenía trece años cuando, en una de esas visitas, hizo el amor con el hijo de los Garrido, un muchachote ingenuo, de pocas palabras, que admiraba y envidiaba la locuacidad de la chica.

Ella no quiso estudiar. Los padres podían administrar rentablemente cinco mil hectáreas de campo, pero no podían gobernar a la belicosa jovencita.

Cuando don Garrido se enteró del embarazo puso el grito en el cielo y obligó al muchacho a que se casara con Malena, pero esta lo rechazó de plano. Ni siquiera admitió que le diera el apellido.

Los demás habitantes del campo comentaban y no daban crédito a la decisión de Malena. Pero eso ocurrió.

Lo que sí aceptó fue utilizar una pequeña casa, algo retirada del centro poblado de la estancia, donde se fueron a vivir la madre y el pequeño... «A criarse juntos», como solían comentar socarronamente los peones.

Cuando el niño tenía quince años, y la madre veintinueve, ocurrió algo especial.

A medianoche, durante una tormenta de verano, caracterizadas por la violencia y brevedad, Malena tuvo que levantarse a cerrar una ventana.

Al pasar por el dormitorio del jovencito, en pleno show de flashes y estruendos, lo vio durmiendo boca arriba en estado de erección.

Sintió un puño que le atenazaba el estómago y como una autómata llegó hasta el catre del hijo, beso su pene y tragó el semen, sin que el muchacho se despertara.

Como toda la sabiduría de Malena estaba basada en ser sincera, costara lo que costara, su hijo también era incondicionalmente apegado a decir la verdad.

Mientras el chico se empinaba un tazón con café con leche, ella le contó lo sucedido sin que esa información despertara en él alguna pregunta.

Cuando tuvo edad para irse a la ciudad, quiso el destino que el joven consultara a varios psicólogos, preocupado porque los domingos de tarde sentía una tristeza exagerada.

Lo curioso es que todos esos profesionales focalizaban su atención en la relación incestuosa, sin imaginar que en nuestra cultura, si alguien fuera tan sincero como el muchacho tendría tantos enemigos que padecería angustia los siete días de la semana.

(Este es el Artículo Nº 1.958)

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