El enemigo número uno de la mujer es la celulitis pero
gracias a esta particularidad femenina, la economía de mercado se conserva
saludable.
En otro artículo (1) hacía mención a que las
mujeres generan deseos. Si los deseos son un factor de energía, movilidad y
acción, ellas funcionan como usinas eléctricas.
El capitalismo o economía de mercado funciona
bien cuando las personas, constituidos en agentes económicos, consumimos más y
más. La lógica de este modelo es no parar de trabajar en forma competitiva,
poniendo todo el entusiasmo posible, para ganar mucho dinero que gastaremos en
satisfacer necesidades y deseos, muchos de los cuales son definitivamente
superficiales, imaginarios, artificiales.
Ese dinamismo que le da vida a una economía de
mercado necesita la disconformidad patológica, enfermiza, exagerada.
Los ciudadanos que vivimos en este régimen,
estamos alineados con él si estamos permanentemente insatisfechos, ansiosos,
envidiando lo que se compró el vecino, despreciando cualquier cosa minutos
después de haberla comprado.
Dentro de todo lo que tenemos para comprar se
incluyen por supuesto los servicios: viajes, diversión, cuidados personales.
Las «usinas eléctricas humanas», las mujeres en su calidad de generadoras de
deseos, deberán tener baja autoestima.
Ellas deben
verse imperfectas, fuera de moda, poco atractivas, gordas, envejecidas,
pobremente vestidas, con mal olor, con dientes amarillos y dedicar gran parte
de la preocupación diaria, mensual y anual a la muy femenina celulitis.
Esta
característica del sexo, sin la cual una mujer no es tan mujer, deseada por los
transexuales que nacieron con el cuerpo equivocado, es imprescindible para el
sistema capitalista.
La
celulitis, por estar en el centro de la angustia, la mortificación y la baja
autoestima nada menos que de las principales promotoras del dinamismo de la
especie, es el humilde protagonista de una maquinara que no debe parar de
consumir, trabajar, frustrarse, envidiar, angustiar, producir.
(Este es el
Artículo Nº 1.522)
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