La viril aspiración delirante de gestar un hijo (en forma Premio Nobel, de proeza), busca construir a quien probablemente nos amará.
«Estoy seguro de que los varones
tenemos envidia del útero y de los senos. Nos hacemos los indiferentes
menospreciando a las mujeres de mil maneras» (1), pero organizamos la cultura
imponiéndonos a fuerza de músculos y adrenalina, para que ellas nos
pertenezcan, sean de nuestra propiedad, integrantes de nuestro patrimonio.
«Si no puedes con él, únetele»,
aconseja una sentencia antigua, pragmática, sabia.
Las mujeres más inteligentes no
suelen ser las más lindas porque ocurre que la inteligencia se desarrolla hasta
su máxima potencialidad solo por la necesidad de sobrevivir.
Es casi imposible que un ser
humano saciado, colmado, satisfecho, logre hacer algo mejor que dormir la
siesta.
En un artículo recientemente
publicado (2), propongo la hipótesis de que es tan fuerte la necesidad de
trascender, de hacer algo grandioso, que muchas personas, inconscientemente, se
meten en situaciones EMBARAZOSAS, complicadas, riesgosas, solo para imaginar
que están embarazadas, gestando la vida de un semejante.
Si nos detenemos a observar la
existencia de esas grandes personalidades de la humanidad que han realizado
obras asombrosas por lo complejas, importantes, costosas, arriesgadas, podremos
observar dos detalles interesantes:
1º) Todas esas personas son de
sexo masculino; y
2º) Ninguno de ellos logró hacer
algo más valioso que un simple niño, gestado por una adolescente analfabeta.
Pero a los varones que nos
metemos en grandes obras EMBARAZOSAS, no solamente nos importa trascender,
calmar las aspiraciones narcisísticas de ser famosos, celebrados, admirados,
también buscamos algo imposible, muy similar a la zanahoria que el burrito
persigue en su ambición e ignorancia.
La viril y delirante aspiración
de gestar un hijo (en forma Premio Nobel, de mega proyecto, de proeza), busca
construir algo que nos provea amor.
(Este es el Artículo Nº 1.821)
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