domingo, 26 de enero de 2014

Popularidad, celos y pobreza


Por qué, cuando alguien necesita ser ‘popular’, tiene que: celar al cónyuge, ser infiel y ganar poco dinero.

La mayoría ama a la mayoría. La popularidad es una condición deseada, valorada.  Nos gustaría ser integrantes de una enorme familia en la que nuestros hermanos nos protegieran, nos dieran su amor, nos ayudaran.

Como las familias suelen ser mucho más reducidas de lo que desearíamos, tratamos de ampliarlas construyendo vínculos matrimoniales, comerciales, políticos, religiosos, profesionales, sindicales.

Este anhelo nos obliga a igualarnos, a tratar de no sobresalir, a evitar las innovaciones, la creatividad.

Para poder estar rodeados de gente que nos quiere, no podemos ser ni competitivos, ni individualistas, ni originales, ni extravagantes. Tenemos que ser como los demás y hacer lo que hacen los demás.

Es así como terminamos aumentando nuestra tranquilidad y disminuyendo nuestra rentabilidad. Si, para no sobresalir, hacemos lo que hacen todos, nos repartiremos la utilidad de esa única actividad entre más personas.

De acá podríamos sacar una conclusión: a mayor popularidad menor rentabilidad.

No solo la popularidad nos impone una menor rentabilidad sino que, para evitar la envidia, directamente apuntaremos a realizar cualquier tarea que nos mantenga con escasa rentabilidad, para que la envidia de otros no atente contra ese vínculo afectivo, social, familiar, que necesitamos conservar.

La, recién mencionada, envidia es un sentimiento tan popular como los celos.

Para sentirnos integrantes de esa familia multitudinaria, tenemos que poseer deseos y gustos parecidos a los demás. Nuestros deseos y preferencias también deben ser comunes al resto de nuestro colectivo.

Los celos aparecen cuando, para sentirnos mejor integrados a esa gran familia, necesitamos sentir que los demás también gustan y disfrutarían a nuestro cónyuge. Peor aun: tenemos este sentimiento ‘popular’ porque, si fuéramos sinceros, reconoceríamos que aumentaría nuestra popularidad si también poseyéramos a la mujer del prójimo.

(Este es el Artículo Nº 2.097)


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