Quienes en la familia Valle hayan tenido la suerte de llamarse Lorenzo
(Lorenzo Valle), tuvieron y tienen el inmenso honor de llevar las riendas de
una dinastía rica en dinero y en responsabilidades políticas.
Desde 1870, todos los Lorenzo Valle han tenido que administrar una gran
fortuna económica a la vez que cumplir con responsabilidades de gobierno.
Nunca ocurrió que algún Lorenzo Valle solo fuera diputado: siempre
fueron senadores y dos de ellos fueron presidentes de la república.
Además del dinero y de las responsabilidades de gobierno, los Lorenzo
Valle tuvieron que vérselas con la perpetuación del símbolo más complejo de la
dinastía: un grupo electrógeno, generador de la electricidad necesaria para
alimentar, a todo confort, el elevado nivel de vida de la gran familia.
Ese aparato fue importado por el primer Lorenzo Valle desde Alemania y
él mismo lo armó.
La gente envidiaba con fuerte pasión aquella manzana que por las noches
refulgía como dicen que destella Paris, «la Ciudad Luz».
Ya en 1920, las enormes edificaciones, iluminadas centralmente por el
referido equipo generador, se elevaban tres pisos, con varios ascensores,
puertas y portones automáticos y otros dispositivos que ningún Lorenzo Valle
dejó conocer para que los ladrones tuvieran especial precaución en invadir un
territorio celosa y misteriosamente protegido.
El senador Lorenzo Valle se enteró de una noticia que le hizo fruncir el
entrecejo: el partido de la oposición estaba gestionando la instalación de una
mega usina eléctrica, que le daría el preciado fluido a todo el pueblo.
Cuando el proyecto estuvo redactado, una comisión le pidió una
entrevista al senador Lorenzo Valle, seguramente para pedirle el voto de su
partido y así facilitar la aprobación legislativa.
No, no era ese el motivo de la reunión.
Esta comisión quería que la prestigiosa dinastía depusiera el uso de su
emblemático generador a fueloil y aceptara convertirse en el cliente número uno
de la nueva empresa estatal.
No sabía nuestro personaje todo lo que en su psiquis estaba vinculado a
esa herencia tecnológica.
Perdió el sueño. Se dio cuenta cuán dependiente era de poseer aquella
autonomía energética. Para toda la familia era vital el autoabastecimiento de
tan preciado elemento. Toda la familia se enteró cuando aquella propuesta cayó
sobre los líderes. Surgieron argumentos en contra de la más variada índole,
furia, necedad e inteligencia.
El yerno mejor preparado viajó a Estados Unidos y a Europa buscando
formas de modernizar aquel antiguo e indestructible generador. Llegaron a
manejar la idea de que fuera la familia Valle la que comprara más aparatos para
convertirse en la usina del país.
La ansiedad por conservar el autoabastecimiento los llevó a duplicar la
apuesta. No solo rechazaron la oferta de ser los primeros usuarios de la
electricidad estatal sino que, beneficiados por la buena suerte, se enteraron
que debajo del enorme terreno que ocuparon por varias generaciones circulaba
una corriente de agua subterránea apta para el consumo humano.
En definitiva, no solo compraron otro generador más moderno sino que
también instalaron una purificadora de agua, con lo cual dejaron de abastecerse
con la que suministraba el estado.
Cuando todo esto quedó resuelto, instalado y funcionando a satisfacción,
se hizo un festejo en el centro de las construcciones.
Sin embargo, los números empezaron a ser negativos. El último
descendiente encontró que ya no era rentable el autoabastecimiento. Las
empresas del estado lograron mejorar su eficiencia y pudieron ofrecer un
servicio confiable y a buen precio.
Bajo esta nueva realidad, se resolvió abandonar las instalaciones
eléctricas y purificadoras de agua, para conectarse a las redes estatales.
Un periódico publicó una entrevista al joven Lorenzo Valle, haciendo
especial hincapié en la evolución de la familia. En esa ocasión, Lorenzo Valle
comentó:
«Ahora podemos confiar en los proveedores estatales de electricidad y de
agua potable. En lo que continuamos arreglándonos como podemos es en enfrentar
el temor al dolor y a la muerte. Dios es un proveedor tan ineficiente que ni
siquiera logra existir.»
(Este es el Artículo Nº 2.226)
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