jueves, 3 de julio de 2014

La energía propia



 
Quienes en la familia Valle hayan tenido la suerte de llamarse Lorenzo (Lorenzo Valle), tuvieron y tienen el inmenso honor de llevar las riendas de una dinastía rica en dinero y en responsabilidades políticas.

Desde 1870, todos los Lorenzo Valle han tenido que administrar una gran fortuna económica a la vez que cumplir con responsabilidades de gobierno.

Nunca ocurrió que algún Lorenzo Valle solo fuera diputado: siempre fueron senadores y dos de ellos fueron presidentes de la república.

Además del dinero y de las responsabilidades de gobierno, los Lorenzo Valle tuvieron que vérselas con la perpetuación del símbolo más complejo de la dinastía: un grupo electrógeno, generador de la electricidad necesaria para alimentar, a todo confort, el elevado nivel de vida de la gran familia.

Ese aparato fue importado por el primer Lorenzo Valle desde Alemania y él mismo lo armó.

La gente envidiaba con fuerte pasión aquella manzana que por las noches refulgía como dicen que destella Paris, «la Ciudad Luz».

Ya en 1920, las enormes edificaciones, iluminadas centralmente por el referido equipo generador, se elevaban tres pisos, con varios ascensores, puertas y portones automáticos y otros dispositivos que ningún Lorenzo Valle dejó conocer para que los ladrones tuvieran especial precaución en invadir un territorio celosa y misteriosamente protegido.

El senador Lorenzo Valle se enteró de una noticia que le hizo fruncir el entrecejo: el partido de la oposición estaba gestionando la instalación de una mega usina eléctrica, que le daría el preciado fluido a todo el pueblo.

Cuando el proyecto estuvo redactado, una comisión le pidió una entrevista al senador Lorenzo Valle, seguramente para pedirle el voto de su partido y así facilitar la aprobación legislativa.

No, no era ese el motivo de la reunión.

Esta comisión quería que la prestigiosa dinastía depusiera el uso de su emblemático generador a fueloil y aceptara convertirse en el cliente número uno de la nueva empresa estatal.

No sabía nuestro personaje todo lo que en su psiquis estaba vinculado a esa herencia tecnológica.

Perdió el sueño. Se dio cuenta cuán dependiente era de poseer aquella autonomía energética. Para toda la familia era vital el autoabastecimiento de tan preciado elemento. Toda la familia se enteró cuando aquella propuesta cayó sobre los líderes. Surgieron argumentos en contra de la más variada índole, furia, necedad e inteligencia.

El yerno mejor preparado viajó a Estados Unidos y a Europa buscando formas de modernizar aquel antiguo e indestructible generador. Llegaron a manejar la idea de que fuera la familia Valle la que comprara más aparatos para convertirse en la usina del país.

La ansiedad por conservar el autoabastecimiento los llevó a duplicar la apuesta. No solo rechazaron la oferta de ser los primeros usuarios de la electricidad estatal sino que, beneficiados por la buena suerte, se enteraron que debajo del enorme terreno que ocuparon por varias generaciones circulaba una corriente de agua subterránea apta para el consumo humano.

En definitiva, no solo compraron otro generador más moderno sino que también instalaron una purificadora de agua, con lo cual dejaron de abastecerse con la que suministraba el estado.

Cuando todo esto quedó resuelto, instalado y funcionando a satisfacción, se hizo un festejo en el centro de las construcciones.

Sin embargo, los números empezaron a ser negativos. El último descendiente encontró que ya no era rentable el autoabastecimiento. Las empresas del estado lograron mejorar su eficiencia y pudieron ofrecer un servicio confiable y a buen precio.

Bajo esta nueva realidad, se resolvió abandonar las instalaciones eléctricas y purificadoras de agua, para conectarse a las redes estatales.

Un periódico publicó una entrevista al joven Lorenzo Valle, haciendo especial hincapié en la evolución de la familia. En esa ocasión, Lorenzo Valle comentó:

«Ahora podemos confiar en los proveedores estatales de electricidad y de agua potable. En lo que continuamos arreglándonos como podemos es en enfrentar el temor al dolor y a la muerte. Dios es un proveedor tan ineficiente que ni siquiera logra existir.»

(Este es el Artículo Nº 2.226)

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