viernes, 2 de mayo de 2014

Es injusto igualar lo diferente



 
Probablemente todos viviríamos mejor si los varones tuviéramos méritos para ser los responsables de las mujeres y los hijos que tuviéramos con ellas. La igualación de nuestros roles nos confunde, nos angustia, nos hace perder calidad de vida.

Nuestra cultura cultiva la envidia, probablemente con el tortuoso afán de mejorar la convivencia a través de la igualación de los diferentes.

Cuando digo diferentes me refiero a los hombres y a las mujeres, a los ricos y a los pobres, a quienes viven en países muy desarrollados y a quienes viven en países muy subdesarrollados.

La envidia es un sentimiento destructivo por su agresividad. El envidioso quiere disfrutar lo que imagina que el otro disfruta y si no puede lograrlo por la buenas, es decir, tratando de superarse, elegirá la vía rápida, esto es, destruir a quien le provoca envidia, ya sea dificultando su aparente bienestar o, directamente, matándolo.

Este sentimiento está en nuestra psiquis, funciona y seguramente es necesario. Por algo, en tantos milenios de evolución como especie, aun continúa funcionando y, como digo al principio, ahora con el apoyo de muchas personas que consideran beneficioso predisponer anímicamente a quienes están mal contra quienes aparentan estar mejor.

Para que las mujeres pudieran vivir mejor es probable que tendrían que pertenecer casi patrimonialmente a un varón de gran coraje, poderoso, autoritario, capaz de generar los recursos económicos suficientes para mantener una gran familia.

En ese contexto, la mujer se sentiría segura, ejerciendo un rol de hembra capaz de gestar y de ayudar a los hijos del gran hombre.

Sin embargo, esto es imposible porque ya no existen hombres con esas cualidades. Los varones actuales, (es decir, los menores de 100 años), no tenemos tanto coraje, fortaleza, heroísmo, ambición, don de mando. Podría agregar que ellas son tan feministas porque los varones nos hemos afeminado. En otras palabras, la igualdad se produce por un doble acercamiento: ellas son más independientes y viriles y los varones somos más dependientes y femeninos.

Este acercamiento es molesto porque perdemos identidad, dudamos sobre quiénes somos en realidad. Perdemos percepción de sexo porque perdemos rasgos claramente diferenciadores. Cada vez es más difícil saber si somos hombres o mujeres, nuestras respectivas sensibilidades se confunden.

Por estos elementos creo que podríamos vivir mejor si pudiéramos realzar las diferencias que aporten nitidez a nuestros perfiles y si perdiéramos las semejanzas que borronean nuestras figuras.

(Este es el Artículo Nº 2.197)

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