Envidio a Mariana porque nunca
supo qué son las penurias económicas.
El padre fundó la empresa
metalúrgica más grande del pequeño país donde aún vive, ya retirado, jugando
con sus nietos, sus perros y sus gatos, los que, a su vez, juegan entre ellos.
También envidié a Mariana
porque bailaba maravillosamente. Nunca pude hablarle, pero mirarla era
inevitable. Como si fuera un sol, varios girábamos en torno a ella. Por lo
distante, yo vendría a representar a Plutón.
Su risa era contagiosa y
también la envidiaba porque yo solo contagio mis bostezos.
Cursó Ingeniería de Sistemas
en los cinco años previstos por la Universidad. Perdió dos exámenes porque se
presentó a ellos sin haber dormido. Bailaba tan bien porque le gustaba mucho
bailar.
Su papá quiso preparar a sus
dos hijos mayores pero estos no querían saber nada con los negocios y se
llevaban bastante mal con el viejo.
A pesar de su machismo, el
empresario tuvo que pensar en Mariana y esta le aceptó el planteamiento, con
mucho menos ceremonia de la que el padre esperaba. En seis o siete meses de
trabajar junto a él, la joven captó la esencia de cómo ganar dinero con aquella
fábrica de muebles metálicos.
Antes de que el dueño se
retirara, Mariana le pidió que le consiguiera información sobre un empleado
flaquito, de bigotes, serio y callado.
Obtenida la información, la
joven lo llamó a su despacho y le dijo que lo deseaba para padre de sus hijos,
sin que eso implicara ningún cambio en el nivel salarial y jerárquico dentro de
la empresa.
A los dos días, los padres del
joven le pidieron una entrevista y, muy prolijos y formales, se presentaron en
el despacho a la hora agendada.
Le preguntaron a la
propietaria sobre cuáles eran sus intenciones respecto al hijo y ella les
repitió lo mismo que le había dicho al joven. Los ancianos se miraban sin saber
qué decir. Finalmente, la saludaron con gestos ceremoniosos y se fueron.
Mariana entendió que en este
terreno era incompetente. No era así que se resolvía su necesidad biológica de
ser madre. Peor aún, el fracaso la estimuló para insistir con este infrecuente
planteo.
El joven pidió ayuda al
sindicato y la gerenta recibió una comitiva que le exigió la inmediata suspensión del acoso al
trabajador. Ella no podía creer que la seducción que nos mantenía a todos como
sus satélites hubiera dejado de funcionar.
Claro que, después, no sé cómo
hizo, pero apareció embarazada de alguien sobre el que no pude influir para que
a ella le fuera un poquito mal y dejara de provocarme tanta envidia.
(Este es el Artículo Nº 2.062)
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